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ANALISIS Y OPINIÓN

Un Presupuesto del Estado en 'el peor de los tiempos'

MARIAM CAMARERO. 29/09/2013

EL PEOR DE LOS TIEMPOS

Mariam Camarero

Catedrática de Economía Aplicada y titular de una Cátedra Jean Monnet en la Universidad Jaume I de Castellón
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VALENCIA. En 2012 se cumplió el segundo centenario de la muerte de Charles Dickens. Nadie como él describe la agitación que existió en Europa a finales del siglo XVIII en su Historia de Dos Ciudades. Cuando la leí, hace ya bastantes años, me impresionó su comienzo, que copié y he recordado muchas veces desde entonces: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos derechos al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo".

He elegido este título, El peor de los tiempos, tanto para este artículo como para mis columnas en Valencia Plaza. Como puede verse si se lee en el contexto de la cita, la frase no tiene el sentido pesimista que pueda parecer a primera vista. Muy al contrario, refleja la dualidad presente en los momentos trascendentales de los que, dependiendo de nuestras propias decisiones y de cómo abordemos los problemas y las dificultades, podemos salir reforzados.

Sin embargo, si por el contrario no somos capaces de enfrentarnos a ellos y no realizamos los cambios con la valentía que lo difícil de los tiempos requiere, podemos acabar sumergidos en círculos viciosos. Por ello, en mis colaboraciones voy a intentar reflexionar sobre los diversos retos económicos e institucionales a los que se enfrenta nuestro país. Sin duda, uno de ellos es el de la sostenibilidad financiera del sector público en un contexto crisis y formando parte de una unión monetaria.

El martes pasado se anunció la cifra de déficit público durante los ocho primeros meses del año. Dicho dato para el conjunto de administraciones es de un 5.27% del PIB, no lejos del objetivo (revisado) acordado para todo 2013, que es de un 6.3%. Teniendo en cuenta lo que queda de año y las previsiones de desfase en varias comunidades autónomas, no es un buen dato. Especialmente dada la rapidez con la que crece la deuda pública, ya cerca de alcanzar el 100 % del PIB.

Pero, ¿por qué una elevada deuda pública compromete la tan esperada recuperación? Sin establecer esta cifra del 100% como un todo absoluto (es bien conocida la polémica sobre los trabajos empíricos de Reinhart y Rogoff), podemos preguntarnos por qué se insiste en la necesidad tanto de reducir el déficit público como de controlar el nivel acumulado de deuda pública.

El déficit público es la diferencia entre gastos e ingresos de las Administraciones Públicas. Su financiación ortodoxa implica ajustar ingresos y gastos a lo largo del ciclo económico, recurriendo tan sólo a emisiones adicionales de deuda pública para financiar los déficit. Sin embargo, la acumulación de deuda devenga pagos de intereses y de amortizaciones que se suman a las obligaciones del sector público. Por tanto, para detener esta espiral es necesario reequilibrar el déficit.

El proceso sólo se frenará si la economía lograr crecer lo suficiente para compensar dicha acumulación y comenzar a devolver la deuda pública y reducir lo acumulado. Sin embargo, cuando el tamaño de la deuda respecto a la economía es muy elevado, el servicio de la misma limita significativamente el margen de acción de los gobiernos y puede tener consecuencias muy negativas a largo plazo. Por ejemplo, reducir durante un período de cinco años la inversión en infraestructuras públicas no compromete de manera importante el potencial de crecimiento de un país. Sin embargo, si es necesario mantenerla al mínimo durante veinte años sí puede hacerlo.
Gráfico 1: Ratio deuda pública respecto al PIB en Bélgica en % (Fuente: Agencia de la Deuda. Reino de Bélgica. 2013)

Tenemos ejemplos cercanos del lastre que ha supuesto una deuda elevada sobre países vecinos. Bélgica e Italia experimentaron este proceso durante los años 80. En los gráficos 1 y 2 puede observarse la evolución de su deuda en los últimos 20 años. Sustrayéndonos de las causas que les llevaron a esa situación, y centrándonos en el caso belga, este país llegó a principios de los noventa a casi el 140% del PIB e Italia superó el 120%. En los años siguientes, con esfuerzos importantísimos, fueron reduciendo el peso de la deuda, proceso parcialmente anulado por la crisis actual.

Gráfico 2: Deuda pública italiana en porcentaje del PIB (Fuente: Trading Economics y Eurostat)

¿En qué ha consistido dicho esfuerzo? En el tercer gráfico podemos apreciarlo en el caso belga. La línea azul es el déficit o superávit primario (diferencia entre ingresos y gastos sin incluir los pagos por intereses) y la roja el déficit incluyendo dichos pagos. La interpretación: Bélgica necesitó dos décadas de superávits primarios (sólo en 2009 vuelve la línea azul a cruzar el eje) para poder reducir el peso de la deuda, llegando al 80% en 2007. Tras la crisis actual, la deuda ha vuelto a tasas cercanas al 100%, por lo que los años venideros volverán a tener que aplicar medidas de reducción del déficit.

Fuente: Agencia de la Deuda. Reino de Bélgica. 2013.

En España, entre 2009 y 2012 hemos tenido déficit públicos anuales que han superado, de media, el 10% del PIB. Para su financiación ha sido necesario realizar enormes emisiones de deuda, que ha crecido muy rápidamente: del 36.5% en 2007 al 93% actual. Durante estos días se cierra el presupuesto del Estado para 2014, ¿será éste el presupuesto de la recuperación, como dice el gobierno? Quizá la novedad más destacable sea la subida de las cotizaciones sociales y el consiguiente aumento de los costes laborales, precisamente en un momento en el que se ha pedido a nuestro país, tanto por el FMI como por la Comisión, que los reduzcamos.

Lamentablemente, tal y como insiste esta semana pasada la Comisión en su más reciente informe, el avance en la competitividad ha sido muy lento y las reformas estrella, como las previstas en la Ley de unidad de mercado o en la de emprendedores, están aún por hacer. La noticia positiva por excelencia ha sido el buen comportamiento del sector exterior.

Siendo éste un logro muy meritorio, ni el superávit conseguido en la balanza por cuenta corriente, ni las medidas de reforma tomadas hasta ahora en el conjunto de la economía son suficientes para volver a "tiempos mejores". El mayor riesgo al que nos enfrentamos ahora es entrar en un nuevo estado estacionario caracterizado por bnaja productividad y salarios bajos, así como por un crecimiento débil, insuficiente para generar los recursos necesarios para amortizar una buena parte de la deuda. Quedan aún por tomar decisiones importantes, a la altura de la era convulsa que nos ha correspondido vivir. De las opciones de que disponemos espero hablar en otra ocasión.

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Mariam Camarero

Catedrática de Economía Aplicada y titular de una Cátedra Jean Monnet en la Universidad Jaume I de Castellón
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