VALENCIA. Es muy fácil ser cinéfilo hoy en día. Para ello, no hace falta ver muchas películas ni ir con frecuencia al cine. Lo único que se necesita es usar una serie de clichés a la hora de defender unas ideas, soltar una retahíla de tópicos que nos hagan parecer tíos originales y rompedores en nuestros argumentos. Porque la cinefilia no es la afición al cine, sino presumir de esa afición. El objetivo es muy claro: el cinéfilo intenta mostrarse como un tipo interesante para ligar, para ser el gafapasta con más mundo interior de una reunión social. Se trata de deslumbrar con alguna boutade del estilo "Buster Keaton era mejor que Chaplin, que está sobrevalorado" o pontificando sobre las excelencias de la cinematografía de cualquier absurdo país tercermundista.
La cuestión es interiorizar unos cuantos tópicos y soltarlos. Este fin de semana se estrena Io e te, la última película de Bernardo Bertolucci y la ocasión la pintan calva. Porque Bertolucci lleva tiempo enfermo y en silla de ruedas, hasta el punto de que hacía unos diez años que no realizaba una película. Con todo esto, ya podemos construir un tópico: Bertolucci ha elaborado su testamento fílmico. Porque un cinéfilo de pro considera que el cine no es una manifestación cultural sino un ente orgánico. Es decir, que un cineasta programa cuándo va a madurar, cuándo evolucionará y cuándo se morirá. Si se muere ese cineasta, mejor, porque entonces ya entra en la categoría de "clásico" y podemos hablar de él sin que nos haga otra película que cuestione nuestras ideas. Lo ideal son las cosas bien cerradas para poder opinar sobre cultura, porque así no hay que calentarse demasiado los cascos.
No hay nada que le incomode más a un cinéfilo que un director anciano haciendo películas y negándose a morir. Porque eso implica que el cinéfilo no puede nunca completar el hueco reservado en su estantería a ese director. Y eso es un fastidio, porque queda muy bien un archivo todo ordenado, con las obras completas en DVD, con la carpeta en el ordenador con las películas en avi. Por eso, siempre que un cineasta de cierta edad estrena su última obra, se le intenta enterrar. Es un discurso que los medios de comunicación, tan cinéfilos ellos, llevan años practicando con Clint Eastwood, de quien siempre se dice que la última película parece la definitiva, el testamento para la posteridad, el compendio de todo su saber cinematográfico.
Es un pensamiento totalmente neoliberal que condena a un cineasta al retiro cuando ya le flaquean las fuerzas pese a que la cabeza le siga funcionando. Los grandes directores clásicos de Hollywood no dejaron de dirigir cuando se les acabaron las ideas, sino cuando los productores, sindicatos y las compañías aseguradoras se negaron a cubrir sus próximos proyectos. Este tipo de razones es lo que acabó con las carreras de cineastas como Raoul Walsh, Billy Wilder o Joseph L. Mankiewicz, tirándose los últimos veinte años de sus vidas sin coger una cámara.
En el caso de Bertolucci, se reproduce el mito de John Huston, que rodó enfermo sus últimas películas, especialmente Dublineses. Las imágenes de Huston filmando esta película hecho polvo y con un balón de oxígeno han reforzado esta mitología al respecto de que los directores suelen dirigir películas como si esculpieran epitafios. Por mucho que les pese a quienes le quieren enterrar, Bertolucci está inválido, pero no muerto. Así lo han entendido los organizadores del festival de Venecia, que le han nombrado presidente del jurado de la próxima edición. Y así lo entiende también él, que ha expresado la ilusión que le hace ese honor. Aunque a algunos les cueste entenderlo, el envejecimiento no incapacita necesariamente y no a todo el mundo hacerse mayor le produce una melancolía infinita que sólo puede expiar en libros y películas.
Lo peor de todo es que Io e te, la cinta en cuestión, no tiene nada de crepuscular. La película no se cierra con un anciano mirando el atardecer en el horizonte ni se exhibe un ajuste de cuentas con el pasado. Es una película protagonizada por un adolescente y su hermanastra, una joven de unos veinte años de edad. Ambos están descubriendo el balance de renuncias que tienen que asumir y los retos que tienen que afrontar por el hecho de crecer, uno de los temas que recorre el cine de Bertolucci, tanto en películas como El conformista, El último tango en París o El último emperador.
En Io e te, el adolescente Lorenzo decide no ir a una excursión a la nieve con el colegio. Durante esa semana, se refugia en el sótano del edificio en el que vive. Nada más instalarse, aparece su hermana, Olivia, que se esconde con su hermano en el mismo sitio para superar el síndrome de abstinencia de la heroína. Ambos conviven durante unos días apartados del mundo y de la gente, conscientes de que, como dicen en un momento de la película, no hay verdades absolutas ni personas imprescindibles: todo depende del punto de vista, de la vivencia que experimenta cada uno, ese "yo y tú" del título. De ese modo, su semana juntos no será una gran experiencia catártica ni supondrá un viaje iniciático a su propio interior: simplemente, será un pequeño recuerdo en sus vidas. La vuelta a la realidad supone un regreso al coñazo de vidas opresivas en una sociedad que sólo permite pequeños escapes en sótanos en los que no sucede nada.
La película se inscribe en esa tradición del cine europeo que mira a las angustias de los jóvenes sin pontificar de un modo pesado. Es la tradición del cine de Éric Rohmer y de François Truffaut. Y a la manera de su mentor Pier Paolo Pasolini, Bertolucci realiza una reflexión política arremetiendo contra ese orden establecido que aparta a las personas que no cumplen con los cánones impuestos por la modas imperantes y neoliberales. Si no eres joven, con pasta y tiburón de las finanzas, entonces no eres productivo. Si te drogas con alcohol y cocaína, bien, pero si ya vas a drogas más duras, la sociedad te condena a un purgatorio, a las cloacas que representa ese sótano en el que recalan Olivia y Lorenzo.
Ésta es una de las lecciones de la última película de Bertolucci, consecuente con su cine anterior. Para ver películas que no hagan pensar, ahí está la penúltima americanada: Star Trek, película que nos dice que lo que hay que hacer con los terroristas es ejecutarlos porque un juicio justo es propio de sociedades atrasadas. Todo construido en torno a una historia que remite sin disimulo a la liquidación de Osama Bin Laden. Mientras sigue esa porquería llenando nuestras pantallas, llega casi un año después de su estreno en Italia el nuevo Bertolucci. Con permiso de los agoreros que preferirían verlo como una pieza de museo antes que como un provocador de reflexiones.
Ficha técnica
Io e te
Italia, 2012, 103'
Director: Bernardo Bertolucci
Intérpretes: Tea Falco, Jacopo Olmo Antinori, Sonia Bergamasco
Sinopsis: Lorenzo y Olivia son dos hermanastros que se ocultan durante una semana en un sótano, huyendo de todo: él de su madre y de una autoridad que no entiende desde su perspectiva adolescente, y ella de su adicción a la heroína
Basada en la novela homónima de Niccolò Ammaniti
"No hay nada que le incomode más a un cinéfilo que un director anciano haciendo películas y negándose a morir". ¿Oliveira?
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