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EL CABECICUBO

'21 Días' y el periodismo masoquista

ÁLVARO GONZÁLEZ. 22/06/2013 BocaBoca exporta su 21 Días a varios países. Un formato deudor del documental Super Size Me y algunas películas americanas que ponen en riesgo al reportero

MADRID. España está a punto de salir de la crisis. Lo dice el Gobierno. Y si no fuera por los estudiantes vagos que no acceden a las becas, los parados vagos que no quieren trabajar y los trabajadores vagos que se cogen bajas, habría salido antes. Recursos no le faltan a la marca España. Uno de ellos, en el mundo de la televisión, es 21 Días. Vertele.com ha publicado la semana pasada que este formato sigue exportándose, "prosigue su expansión". De momento, el lunes 17 se estrena en Chile, en Canadá lo están preparando y en Francia han pedido una segunda temporada para su `21 jours'.

El formato chileno, por el momento, no varía mucho lo que ya ha ofrecido el español. Vemos en la lista de capítulos: 21 días en el vertedero, 21 días consumiendo marihuana, 21 días sin comer, 21 días bebiendo alcohol o 21 días en la industria del porno.

En un comentario en la noticia, un lector de Vertele se pregunta si el formato es tan original. En 2004 -21 días se estrenó en 2009- hubo un documental, Super size me, que se basaba exactamente en lo mismo: someter a un periodista a una situación límite. Se conoce que si una autoridad médica recomienda un tipo de dieta no tiene punch, pero si un caballero se hincha a comer sólo alimentos del McDonalds hasta que se le ponen los pies morados y un día, de repente, se encuentra, oh sorpresa, que ha depuesto el páncreas en el WC, es un interesante experimento sociológico.

 

Lo que fue, en realidad, Super size me, es bastante aburrido. Venía con la vitola del nuevo Michael Moore, como tantos nuevos Maradonas moran por el fútbol, y la cosa no llegó a esos niveles. Que con Michael Moore las salas de los cines recordaban a la España de las turbas que tiraban al mar a los marineros de la OTAN. La idea de alimentarse sólo de comida basura era seductora. El resultado, un muermo.

Hombre, si hubiese muerto, lo recordaríamos como de mucha mayor calidad, pero el tío osó hacer el documental con médicos y la parienta al lado dándole la paliza -como se la da a usted a ahora mismo para que separe las narices del ordenador o el smarphone- para que desistiera y volviera a ganarse la vida copiando y pegando notas de prensa -es un suponer-. Al final, le vimos al tipo perjudicado, como es lógico si sólo comes hamburguesas, pregúntale a tu madre a ver qué te dice que te va a pasar si lo haces, y tampoco aportó nada esencial. Pero, ay, si hubiese muerto.

Con 21 Días ocurría lo mismo. Hubo un programa muy interesante por el riesgo que corría la presentadora, Samanta Villar, de quedarse tocada. Era el de la anorexia. Ella misma decía al principio que le gustaría quitarse unos michelines que tenía de más, de modo que la doctora que supervisó el experimento le advirtió que era peligroso someterse a ese castigo sobre todo con ese tipo de ideas rondándole la cabeza.

Aquella entrega fue un buen documental sobre la anorexia. Habría bastado con los testimonios de los pacientes que entrevistó, pero quedándose ella también sin comer pudimos ver lo que le decían los médicos. Eran los preámbulos de la enfermedad. Cuando dejas de tener hambre, te vuelves hiperactivo y te da un subidón en el cerebro. Un cuadro que puede ser irreversible. Con ella en primera persona pasando por ello, la advertencia médica, los mareos, etcétera, el espectador sentía el miedo en sus carnes y un mensaje claro: no es un juego el dejar de comer alegremente para bajar peso. Un testimonio, además, resultaba especialmente estremecedor, un chico se había metido en ese infierno sólo por esforzarse en seguir una dieta y ya iba para catorce años sufriendo lo indecible.

No obstante, es fácil señalar dónde está el problema. Si la periodista no se hubiera recuperado nunca y aún estuviera atravesando el infierno de la anorexia, que es una enfermedad que puede durar un par de décadas tranquilamente, el documental habría logrado su objetivo al 100%, a todos nos habría quedado clarísimo el peligro, y habría que haberle dado aún más premios. Por eso cabe preguntarse ¿dónde está o cómo ponemos el límite a la vivencia del mensaje?

Por ejemplo, en otra entrega, se hinchó a fumar porros. Se sintió mareada, cansada, con mucho hambre, pocas ganas de hacer cosas. Lugares comunes. Entonces le vimos el cartón-piedra al show. La reportera en realidad hace la función de las muy cutres recreaciones con figurantes que ofrecen los documentales anglosajones tanto de Historia como de crímenes. Ya saben, esos galos con reloj calculadora acojonando a Julio César; ese ama de casa que muy ingenuamente deja pasar a un vendedor de enciclopedias que la viola, la trocea, la cocina y se la come. Es decir, acompaña los testimonios dando un poco de espectáculo. 'No es lo mismo contarlo que vivirlo', era su lema.

El timo del tocomocho llegó muy pronto. Cuando la entrega del programa eran 21 días haciendo porno, se referían, vaya por dios, a 21 días rodándolo. Arriesgarse a contraer una enfermedad terrible como la anorexia de la que igual no se puede salir nunca, que deja secuelas físicas y mentales espantosas, bueno. Periodismo de calidad. Tener sexo con un profesional en la materia. Ah, no, por ahí no pasamos. Sería un escándalo. Estigmatizaría para siempre a la periodista. Ahí lo tienen. Ese es nuestro esquema de valores en el mundo libre y avanzado.

Pese a todo, Samanta Villar tuvo que dejar el programa por agotamiento. "Siempre fuimos conscientes de que había que poner fin antes o después", dijo la presentadora. "Requiere mucho psíquica y físicamente". Y además, suponemos, no debe ayudar a conciliar la vida familiar pasar un mes en una chabola, al siguiente ir de anoréxica, otro fumando porros... El caso es que fue relevada por Adela Ucar.

Con el tiempo, encima el programa ha ido perdiendo la esencia del ‘experimentar en carnes'. O la ha perdido hasta el punto de parecer la típica conexión de España directo, como en 21 días toreando o 21 días de penitencia. Con suerte, un capítulo nuevo parece a un Callejeros. Ahora, en lugar de a Super size me, recuerda más a películas como 40 días y 40 noches, de un tipo que pasa todo ese tiempo sin tener sexo. O Qué asco de vida, de Mel Brooks, sobre una persona acomodada que se ve forzada a vivir en la calle como un vagabundo por una apuesta.

El último episodio, de abril de este año, era sobre buscar oro. Ya no había nada genuino en el formato. Del mismo modo, Conexión Samanta, otro programa de reportajes que inició la presentadora original, tampoco aporta nada nuevo. Pasa de tratar de famosos, como Melendi o Arantxa Sánchez Vicario, a recoger temas habituales como los desahucios y el eterno retorno de Callejerosprostitutasgigolos y drogas. Hasta un punto en el que sería absurdo hacer un programa de 21 Días viendo documentales de prostitutas y drogas porque en España ya va para cinco años o más.

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4 comentarios

@davizoaf escribió
23/06/2013 17:49

Menuda metida de pata. Obviamente me refería a Günter Wallraff, gracias por la corrección, pero no sé qué cable se me cruzo para poner al actor en lugar de al autor.

Destripaterrones escribió
23/06/2013 01:54

Perdón, no es por ser quisquilloso, pero el de "Cabeza de Turco" creo que era Gunter Wallraff. Bruno Ganz es el que hizo de Hitler en "El Hundimiento".

Álvaro González escribió
23/06/2013 00:16

Gracias por el comentario David, aunque creo que te refieres al libro de Günter Wallraff.

@davizoaf escribió
22/06/2013 17:47

Si queremos buscar precedentes remotos a este género podríamos remontarnos hasta el mucho más loable "Cabeza de turco" de Bruno Ganz de 1985 donde el reportero pasa no 21 días sino meses viviendo como un inmigrante turco viviendo en pisos patera y trabajando en industrias químicas sin apenas medidas de protección. Pero, claro, tiene el terrible problema de que es un libro y obviamente exige leer.

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