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EL LENGUAJE DEL CINE

'360, Juego de destinos'
Viva la vida y arriba el amor

MANUEL DE LA FUENTE. 01/06/2013 "El espectador que ve '360, Juego de destinos' se siente reconfortado, como si el mundo el que vive fuera Disneylandia..."

VALENCIA. Hace 10 años se producía en los cines españoles un hecho insólito: el estreno de una película brasileña. Su título era Ciudad de Dios, y el argumento transcurría en una favela de Río de Janeiro, con un chico que quería huir de la violencia a la que estaba condenado de nacimiento dedicándose a su pasión: la fotografía. En su esfuerzo por cumplir su sueño, el chaval veía cómo se sucedían, uno tras otro, los capos de los traficantes de la favela. Todos acababan asesinados muy jóvenes y eran sustituidos de inmediato por nuevos adolescentes que ambicionaban una vida de poder, drogas y dinero fácil.

Evidentemente, el joven alcanzaba su objetivo al final de la película y conseguía trabajo de fotógrafo. Podría haber muerto también, y el film habría tenido un final más desesperanzador, y quizá más acorde con una voluntad de denuncia de una situación que impide cualquier vía de escape. Pero si no hubiera tenido final feliz, la película no habría sido nominada a los Oscar, no habría tenido éxito en todo el mundo y, por supuesto, no se habría estrenado en España. Porque eso es lo que tiene que vender el cine occidental proHollywood: esperanza. Sin esperanza, sin final feliz, por muy irreal que éste suene, no hay sueño capitalista y el cine está hecho para eso, para soñar.

Como Ciudad de Dios permitía soñar con un mundo mejor, su director, Fernando Meirelles, se convirtió en una figura internacional. Pasó a ser un cineasta respetado, la imagen institucional del cine brasileño, y todos podíamos dormir más tranquilos porque ya podíamos decir que habíamos visto una película de Brasil, algo, lo de conocer pelis de otros países, que queda muy cool en cualquier conversación gafapasta. Y más aún si encima es una película que habla de la pobreza, con actores que provenían de la favela y todas esas cosas que el marketing de la película se encargó de promocionar. Ciudad de Dios era, en definitiva, una explicación de la favela para "dummies".

Diez años después, Fernando Meirelles estrena 360, Juego de destinos, una película más profunda todavía. En agradecimiento por los servicios prestados, Hollywood le ha abierto las puertas y él ha cumplido con creces demostrando que es un autor muy serio, muy sesudo, de éstos que cuentan historias con estructuras muy complejas, con muchos personajes. Vamos, que ha hecho una película coral con personajes que protagonizan diversos relatos que se entrecruzan.

Porque el mundo, para quien no lo sepa, es muy pequeño, y todos estamos interconectados: de este modo, si alguien hace algo malo, al final esa maldad afecta al resto de la humanidad. Por el contrario, las buenas acciones tienen también repercusiones contagiosas (y positivas). En definitiva, que hay que hacer el bien.

Este rollito Paulo Coelho vende mucho. Y es el rollito que además conviene vender, porque Brasil es un país que ofrece esperanza y, sobre todo, ofrece un Mundial de Fútbol y unos Juegos Olímpicos, es decir, beneficios millonarios a quien sepa ofrecer una imagen hipermegafeliz del país. Eso se consigue vendiendo espiritualidad, conocernos mejor a nosotros mismos y saber escoger nuestra senda en la vida. Tomando las decisiones correctas, seremos buenas personas y, por consiguiente, seremos felices porque nos haremos el bien a nosotros mismos y a los demás. Amén.

Estas patochadas es lo que cuenta Meirelles en su nueva película, construida con una estructura tan elaborada como hueca. Aquí tenemos varias historias porque Robert Altman ya demostró hace años, en Vidas cruzadas, que también pueden ser taquilleras las películas con muchos personajes que al final se conocen entre sí. El secreto está en elaborar un casting con actores muy famosos y trazar una línea de felicidad. Porque el espectador que ve 360, Juego de destinos se siente reconfortado, como si el mundo el que vive fuera Disneylandia.

La película nos cuenta la historia de una prostituta (una buena chica) que tiene una hermana (otra buena chica) que se enamora de un matón (un buen chico). La prostituta tiene una cita con un hombre de negocios (otro buen chico, cómo no) pero éste no llega a culminar la cita porque es un hombre fiel y quiere mucho a su mujer (buena chica también), que tiene un lío con un brasileño (buen chico, claro). La novia del brasileño descubre la infidelidad y vuelve a su país.

Cuando está en el aeropuerto, conoce a un señor mayor, alcohólico y traumatizado por la desaparición de su hija (padre e hija son buenas personas, claro). También conoce a un violador que acaba de salir de la cárcel, pero que, como es buen tío, la respeta y no abusa de ella. ¿Cómo es posible que todos sean tan buenas personas? Fácil. Porque han sabido elegir su camino ya que la vida está llena de intersecciones: si coges el camino adecuado, te irá bien en la vida.

Todo este buen rollo transcurre en una sociedad idílica en la que el único personaje negativo muere, y los demás acaban contentos y felices. Todos los caminos bien tomados llevan a la felicidad, y no existen elementos externos que alteren esa normalidad: la sociedad funciona, es justa y recompensa las buenas acciones, especialmente cuando los "malos" (prostitutas, matones, alcohólicos y violadores) se redimen.

Se trata de un discurso, evidentemente, falso que se envuelve en un celofán perfecto, el de una estructura bien hilvanada que hace parecer que estamos ante cine de "autor". La misma falacia que ha dado origen a películas recientes como Babel, de Alejandro González Iñarritu, o Crash, de Paul Haggis.

Ya tenemos, así pues, a un nuevo autor con mayúsculas entre nosotros. La cinefilia necesita constantemente nuevos "autores" a los que reivindicar, a los que presentar como progresistas pese a realizar películas tremendamente reaccionarias. Es así como Fernando Meirelles entra en el Olimpo de gente como Terrence Malick o Gus Van Sant. Todo gracias a construir una carrera basada en la negación del cine como instrumento para la reflexión y el cambio social.

El cine, según estos autorcillos, es una herramienta para rezar y dar gracias a Dios, aunque para ello haya que convertir las favelas en parques temáticos y el mundo en un espacio benevolente en el que todos nos podemos entender únicamente con la ayuda de las buenas intenciones.

Ficha técnica

360, Juego de destinos (360)
Inglaterra, 2011, 110'

Director
: Fernando Meirelles

Intérpretes
: Anthony Hopkins, Jude Law, Rachel Weisz

Sinopsis
: Un hombre que busca a su hija desaparecida conoce a una chica a la que su novio ha engañado. La chica decide pasar una noche con un desconocido, que resulta ser un violador que acaba de salir de la cárcel

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1 comentario

lola escribió
01/06/2013 10:18

Es un coñazo tanto buen-rollismo. Perezote total, desde luego que la vida y la realidad van a otro ritmo.

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