MADRID. Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, la profesión de periodista es la peor valorada por los españoles junto a la de juez. No es de extrañar en el caso de la prensa. Pocos gremios habrá más endogámicos, sometidos al amiguismo y los enchufes, que funcionen tan claramente en connivencia con el poder ya sea político o económico.
La profesión, además, abarca a todo el sector del odiado y no menos seguido mundo del corazón y la cobertura deportiva más procaz y chabacana. Y esa es sólo la percepción del pueblo. Porque si el gran público además leyera ensayos sobre periodismo escritos por periodistas añadiría una característica más: los periodistas son unos llorones. Porque llevan décadas publicando ensayos sobre la crisis del periodismo.
Eso sí, el que tenemos entre manos ahora, ‘El último que apague la luz', de Lluís Bassets, se ha escrito en un contexto en el que no hay empresa periodística que no esté temblando. El autor compara esta crisis con la financiera. Dice que, de repente, la noticia perdió todo su valor, como las acciones. Y lo hizo en plena cresta de la ola, con los grandes grupos creciendo sin freno, en planificaciones poco humildes, por decirlo de forma suave, y en 2008, la realidad siempre tozuda se mostró con crudeza. Incluso crueldad.
Bassets habla de que pocas veces habrá habido más experiodistas deambulando por el mundo. Muchos de ellos, ni siquiera reconvertidos, directamente en paro. Algunos, con carreras dilatadas a sus espaldas, en situación crítica, como tantos españoles de mediana edad, con el horizonte de que igual no volverán a trabajar de lo suyo en la vida. Es un lugar común en muchas empresas periodísticas la frase: "Hay que ser conscientes de que si te echan seguramente sea el final de tu carrera".
El autor los compara con los excomunistas en la Guerra Fría. Y mientras tanto, sigue habiendo cuarenta facultades de Periodismo en España vertiendo profesionales a la cola del paro. Estos también son conscientes de que probablemente no lleguen nunca a trabajar de lo suyo.
Lo cierto es que hace veinte años quien no tenía la suerte de estar apadrinado desde el principio en esta profesión, antes de Internet, tampoco lo tenía fácil para abrirse paso. Quizá, sólo ha habido dos grandes momentos de oferta de trabajo. La burbuja de las punto com en el cambio de siglo y la aparición de televisiones locales y canales de TDT, especialmente para los licenciados en Audiovisuales. Los contratos nunca han sido la panacea y los convenios sectoriales, con suerte te podía tocar el de oficinas y despachos, se pasaban por salva sea la parte en su aplicación. Y así sigue siendo, con el agradecimiento del periodista por trabajar diez horas al día y al menos tener trabajo.
El problema es que las vías de agua que hunden el barco ya son tantas que hasta los mejor situados entonan el sálvese quien pueda. El trabajo de Bassets, en este sentido, no aporta grandes novedades e ideas a lo mucho que se ha hablado del cambio de paradigma en la gestión de la información. Inicia el trabajo con un repaso a la historia de la prensa en España desde el fin del totalitarismo fascista que supuso la Ley Fraga, a la Transición y la evolución de los medios en democracia. Nada demasiado relevante, tan sólo la constatación de que el profesional fue perdiendo poder corporativo y la acumulación de medios en pocas manos menguó la libertad de información.
La parte más nutritiva llega con un capítulo dedicado a Wikileaks, donde Bassets desmitifica nuevos inventos como el de Julian Assange que tenían tintes adanistas y mesiánicos. En síntesis, el autor viene a decir que las filtraciones de esta organización, al final, fueron gestionadas por periodistas profesionales especializados y experimentados, y que su origen era un militar díscolo y no el fruto de "un trabajo sistemático".
Si bien aquí se olvida de señalar que la filtración más famosa de la historia, el caso Watergate, tampoco era un caso muy distinto. Pero Assange no queda nada bien retratado. Documenta que decidió fundar Wikileaks en una especie de epifanía contemplando un eclipse en Australia y que había ideado una teoría matemática sobre el flujo de la información en una sociedad libre basado en la mecánica cuántica. Vamos, que tenía una empanada mental considerable.
Todo lo que representa Wikileaks, de que no hay información secreta susceptible de ser revelada, para Bassets es desolador. No es la primera vez que se dice que sin intimidad, la libertad es un concepto bastante relativo y en un contexto plenamente transparente, afirma él, la pesadilla de Orwell encontraría su máximo esplendor. Desgraciadamente, por ahora nos encaminamos más a esta situación por voluntad propia de los nativos en Internet que a otro escenario más saludable.
No obstante, en este punto de la transparencia, hace un apunte muy curioso. Ha observado que algunos medios cuelgan vídeos de la reunión diaria de su mesa de redacción para elegir la portada, el orden de las noticias, etcétera. Pero no ha habido todavía ninguna iniciativa en la que un medio muestre al público cómo escribe sus editoriales. Esas reuniones, debates o discusiones sí que tendrían miga.
Y a continuación, Bassets habla del funcionamiento de las redacciones privadas de medios, especialmente las digitales, y entroncando con el ejemplo de los editoriales, ofrece una analogía muy divertida: "La fabricación del diario es como la de las salchichas o de las leyes según el conocido dictum del canciller alemán Bismarck: mejor que nadie lo vea para no desalentar al público". Doy fe.
Del mismo modo, también critica que mientras que los medios han ido perdiendo número de periodistas, lo han ido engordado proporcionalmente los gabinetes de comunicación de las empresas y los partidos, que finalmente han logrado marcar la agenda y colar la información sin filtro alguno.
Por lo tanto, no sólo Internet y su falso concepto de gratuidad, o la distorsión de la veracidad de un hecho que suponen las redes sociales, está desguazando al periodismo tradicional. El asunto ya estaba muy malito. Y como él dice, cuando los editores decidieron reducir gastos al máximo para exprimir la ubre por última vez, de paso expulsaron a muchos fieles lectores de periódicos de su fuente tradicional de información.
El único motivo para la esperanza que deja Bassets es que, en momentos de crisis, cuando el periodismo se sitúa en la misma trinchera que el pueblo, sale fortalecido. No está claro cuál será el modelo que sobreviva o que surja, pero sí que crisis hay para rato. Así que ¡enhorabuena periodistas! En cualquier caso, no hay que ser tan catastrofistas. De la empresa de comunicación, si algo tiene pinta de sobrevivir en el nuevo paradigma, es el periodista y no los engominados que empezaron a hundir este oficio bastante antes de que llegara Internet.
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Título:
El último que apague la luz
Autor:
Lluís Bassets
Editorial:
Taurus
Fecha de lanzamiento:
06/02/2013
Páginas:
215
Precio:
18 euros
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