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EL LENGUAJE DEL CINE

Tierra prometida
Gus Van Sant y el fracking

MANUEL DE LA FUENTE. 04/05/2013

VALENCIA. Gus Van Sant acaba de estrenar en España su última película. Se trata de Tierra prometida, en la que denuncia la práctica del "fracking", una técnica de extracción de gas del subsuelo que consiste nada menos que en cavar pozos e inyectar a presión productos químicos para reventar las rocas que retienen el hidrocarburo. Vamos, llenar el subsuelo de mierda para extraer lo que nos interesa, generando los efectos medioambientales que cualquiera se imagina: contaminación de acuíferos y pastos, y echar a perder las tierras explotadas, todo a costa del inmaculado progreso.

El tema está ahora de debate en la Unión Europea. Dicho en román paladino, las compañías energéticas se encuentran ahora presionando a nuestros dirigentes para que esta práctica sea legal, como ya lo es desde hace años en Estados Unidos. Desde hace tantos años como la llegada al gobierno de George Bush, que dirigió el país en busca del interés general: del interés general de las compañías afines a su partido, claro.

Dado que es un tema sensible, el sector más progresista del cine norteamericano tenía que tratarlo, tenía que hacer una película al respecto. Y aquí llegó la asociación "Artists against fracking" ("artistas contra el fracking"), creada por Yoko Ono y formada por destacados actores de Hollywood, como Matt Damon. La prensa estadounidense lleva meses arremetiendo contra Damon porque éste ha decidido que expresar su protesta va más allá de repartir sonrisas y chapitas por la calle, de manera que ha escrito el guión de una película, que él mismo protagoniza, para arremeter contra el "fracking". Y la dirección ha corrido a cargo de Gus Van Sant, gurú del cine independiente.

Hasta aquí todo perfecto. Pero el problema es cuando se le presuponen a todo el mundo las buenas intenciones. Y Gus Van Sant siempre juega al despiste, a situarse en medio, a aparentar unas cosas y plantear otras bien diferentes. Su momento álgido fue la Palma de Oro de Cannes en 2003, galardón que consiguió con la película Elephant. Es fácil imaginarse las risas de Van Sant desde su lujoso apartamento cuando contemple el premio en su vitrina. "Ah, esos franceses, cómo se la he colado a esos ceporros", pensará.

Porque la peliculita se presentaba como una radiografía de la soledad y aislamiento de la sociedad norteamericana a partir del retrato de los adolescentes que llevaron a cabo el tiroteo en el instituto Columbine en 1999. Pero en realidad era un alegato homófobo, pretencioso y reaccionario que te venía a decir que la única explicación lógica a la matanza estaba en la homosexualidad de los asesinos. Pero ya se sabe cómo son los tics de la cinefilia: si disfrazas ese mensaje con movimientos de cámara en mano y un cierto aire amateur en una película con actores no profesionales o desconocidos, entonces los críticos más sesudos te aplaudirán porque parecerá que has hecho una obra muy profunda y arriesgada.

Lo mismo sucedió en 2006 con una de las películas que mejor explica la importancia de una buena campaña de marketing: Babel. En ella, el director Alejandro González Iñárritu nos mostraba varias historias paralelas situadas en diversas partes del mundo. Como había historias que transcurrían en el norte de África y en México, el cineasta la vendió como una reflexión multicultural sobre el sufrimiento y la injusticia. Sin embargo, la película era de lo más fascistoide que se ha visto en los últimos años, un film que parecía patrocinado por alguna asociación de supremacía blanca ya que se contraponía las bondades de una pareja de norteamericanos frente al resto de personajes (mexicanos, moros y japoneses), que eran retratados como primitivos y salvajes.

El caso es que el film de Van Sant tenía buena pinta porque narra la historia del responsable de una empresa de gas que trata de comprar los campos de un pueblecito rural para perforar los pozos. A los pobres agricultores de la zona les promete, a cambio, beneficios multimillonarios, que sus hijos podrán salir de la pobreza para ir a las mejores universidades. No obstante, pronto se encuentra con un ecologista que hace campaña en contra de la compañía energética, lo que provoca un debate en todo el pueblo.

Como todo espectador se puede imaginar, el personaje de Matt Damon (el trabajador de la empresa de gas) sufrirá una evolución después de tratar a diario con los amables agricultores. Y como es una película de Hollywood, esa evolución consistirá en que acabará dándose cuenta de que no puede seguir engañando a los humildes trabajadores del campo. Llegados a este punto, Gus Van Sant tenía dos opciones.

La primera es la opción Frank Capra, es decir, realizar una fábula moral como las que aparecen en películas como ¡Qué bello es vivir! o Un gángster para un milagro. Así, el personaje de Damon se caería del guindo con el apoyo bienintencionado de la comunidad, que mostraría que el empresario es muy, muy malo. Todo quedaría como eso, como una fábula, que puede que sea poco realista, pero que por lo menos induce al espectador a tomar partido a favor de la comunidad y en contra de quienes intentan acabar con el interés general.

Pero la segunda opción es la de John Grisham, el autor de best-sellers como La tapadera o El informe Pelícano. Eso significa ir a saco contra las empresas y el entramado existente entre clase política y empresarial. Este modelo consiste en desvelar los entresijos sin tapujos, mostrando que todo es una porquería, una complicada trama kafkiana donde confluyen todos los intereses particulares que van en contra del interés público. En las novelas de Grisham, al final el lector se queda con una sensación de agobio que consigue que sea consciente de que hay que hacer algo para cambiar la situación.

Pues bien, Gus Van Sant decide hacer un poquito de ambos modelos para al final arremeter contra la población. Porque lo que nos dice Tierra prometida es que se puede cumplir la fábula y se puede mostrar la maldad de las grandes empresas pero que la responsabilidad es de la gente, que es imbécil. Si se aplica el "fracking", la culpa es de la población que lo permite. No de los políticos que mantienen a los ciudadanos en la ignorancia, ni de los medios de comunicación que no informan, ni de un sistema creado con el motor de la codicia. No, Gus Van Sant le echa la culpa a la gente. Porque las compañías son malvadas, sí, pero no mucho: a lo sumo, pueden contratar a un tío que finja ser ecologista, pero poco más.

Eso de plantear todos los puntos de vista estaría bien a no ser por un pequeño detalle: que la película sitúa a los débiles (la población) y a los fuertes (empresarios y políticos) a un mismo nivel, cuando la dominación de los segundos sobre los primeros es evidente. Ésa es la trampa de la película y por eso al final asistimos a una cinta que finge buscar la verdad pero que acaba defendiendo los intereses de las compañías energéticas. De este modo, el planteamiento de Matt Damon ha quedado prostituido y el resultado es una película que defiende el "fracking". Así se las gasta Gus Van Sant.


Ficha técnica
Tierra prometida (Promised Land)
EE.UU., 2013, 106'
Director: Gus Van Sant
Intérpretes: Matt Damon, John Krasinski, Hal Holbrook, Rosemarie DeWitt, Frances McDormand
Sinopsis: Una compañía de gas llega a un pueblo de Estados Unidos para comprar los campos y extraer hidrocarburos con la técnica del fracking. Sin embargo, la presencia de un ecologista contrario a esta práctica genera un debate sobre la conveniencia de vender las tierras

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6 comentarios

marc escribió
07/05/2013 03:06

Ya le vamos conociendo, Sr de la Fuente. Siempre tiene que dejar clara su opinión politizada sobre todo lo que es cine. Y, amigo mío, cine es cine. Haga crítica de cine, no de polîtica. Deje de intentar inocular en sus lectores sus propias convicciones, porque al final, en vez de crítica, lo que Vd hace es propaganda. Tan deleznable como lo que intenta denunciar.

JoJo escribió
06/05/2013 17:54

En realidad, esa reflexión de "la culpa es de la gente por tonta" no es exclusiva de Van Sant. Lo mismo está ocurriendo con las burbujas especulativas (inmobiliaria, financiera...). Ni los bancos centrales por emitir dinero a espuertas, ni la banca comercial por dar préstamos sin sentido, ni los poderes públicos por permitirlo y facilitarlo, ni los constructores, ni las inmobiliarias, ni los brokers especuladores.... la culpa es de la gente que ha vivido por encima de sus posibilidades que sí, también es verdad, pero no se pueden comparar las consecuencias que están sufriendo los ciudadanos de a pie con las nulas consecuencias de los grandes especuladores (cuando no se marchan de sus cargos con unas indemnizaciones millonarias).

Pepi escribió
05/05/2013 16:30

Manuel, si bien esto no tiene por qué ir en contra de tu tesis de "Elephant" como homófoba, Gus Van Sant es un conocido gay militante. Me sorprende por otro lado que interpretes la relación de los chicos como "gay" en la película. Que yo recuerde se besan en la ducha, algo que puede tener muchas lecturas, como que los críos están solos y descubriendo el sexo, que no tienen acceso a pareja femenina, deciden morir habiendo besado a alguien, es un hecho, la escena ni siquiera es enteramente sexual... En fin, es una escena que mueve a la controversia, pero no creo que todo ello lleve a definir la película como homófoba, cuando el asunto de la intimidad de los chicos no se trata sino en esa única escena, e, insisto, está abiertísima a libre interpretación. Es una escena de mutuo descubrimiento, en mi opinión.

Marisa escribió
05/05/2013 08:42

Hola Manuel, Me ha encantado tu artículo. Fui ayer a ver la película con tu crítica en la cabeza y tienes toda la razón. Gracias por darnos un punto de reflexión diferente y una forma diferente de ir al cine.

anónimo escribió
05/05/2013 00:26

Buen artículo, como siempre. Sr. de la Fuente, no se deje coaccionar por los comentarios "a la contra"

Paco Bermar escribió
04/05/2013 16:55

no creo que haya nadie que le de mas vueltas a las cosas que Usted.

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