VALENCIA. En 1973, Víctor Erice estrenaba El espíritu de la colmena, una de las películas fundamentales del cine español contemporáneo. En ella, asistíamos a un retrato de los primeros años de la postguerra, dominados por el miedo y el silencio. En ese ambiente de desolación, la niña protagonista llevaba a cabo un viaje iniciático a partir del descubrimiento de la película El doctor Frankenstein en una proyección del cine ambulante en su pueblo. El espectador iba descubriendo a su vez no sólo el ambiente opresivo de la época sino el terror y la sumisión de una sociedad que asumía con resignación su destino.
Estos días, la Filmoteca de la Generalitat Valenciana ha programado un ciclo sobre Frankenstein en el que también se proyectará El espíritu de la colmena. Se trata de un ciclo muy oportuno porque nos volverá a presentar en nuestras narices la metáfora que articuló Erice en los años 70: cómo la sociedad elige, en épocas de crisis, chivos expiatorios contra los que descargar la ira y ocultar así las razones del miedo y el silencio. De este modo, mientras buscamos seres inocentes a los que convertir, como Frankenstein, en monstruos, seguimos sin exigir cuentas a los responsables del robo e insulto constante que estamos soportando día tras día.
Lo oportuno del ciclo se encuentra en que la Filmoteca se ha convertido en el próximo campo de batalla elegido por nuestros dirigentes políticos en su proceso de depuración cultural. Después de la Mostra y de Canal 9, el reciente despido de los técnicos de uno de sus servicios básicos, el de la Videoteca del IVAC (Institut Valencià de l'Audiovisual i la Cinematografia Ricardo Muñoz Suay) augura un futuro desolador para una institución fundamental en la sociedad como es la que se encarga de la preservación de su patrimonio y su identidad. Porque ni todo el patrimonio valenciano se resume en la Mare de Déu ni toda su identidad se encuentra en las Fallas.
Resulta aún más vergonzoso el silencio mediático ante el ataque a la Videoteca. Se trata de una de las partes fundamentales de nuestro archivo audiovisual, junto con la biblioteca y la hemeroteca, y sus fondos de más de 29.000 películas son una buena prueba del cuidadoso trabajo de conservación y restauración.
La Videoteca ha conseguido, en los últimos diez años, ser una referencia para investigadores y estudiantes preocupados por difundir nuestra cultura audiovisual. Que puede que parezca una cosa menor cuando hay que hablar de otras cosas supuestamente más importantes: con este mismo argumento se han quemado en el pasado museos y bibliotecas enteras mientras todo el mundo aplaudía o miraba hacia otro lado.
Las filmotecas han permitido que el cine sea algo más que un producto perecedero. Frente a su consideración como mercancía de consumo por parte de Hollywood, la idea europea de que el cine es un bien cultural ha permitido conservar un patrimonio mundial que, de otra manera, habría desaparecido. Cuando en los años 60 François Truffaut dedicó su película Besos robados a la filmoteca francesa y a su creador Henri Langlois, estaba marcando una distancia con respecto a esa visión ultrarreaccionaria que ve el cine como un mero entretenimiento y a los cineastas y actores como unos mamarrachos. Una visión que sigue vigente aquí y ahora. La Cinémathèque Française reivindicaba la obra de directores que, en aquellos años, no podían trabajar en Hollywood por sus ideas políticas, cuando no eran ninguneados y olvidados por el sistema de producción de los estudios.
Son distintas las funciones que cumple la filmoteca para la preservación de nuestra memoria colectiva. Y todas ellas están ya siendo atacadas por nuestro gobierno, desde la exhibición de películas, con la reducción de sesiones en la programación habitual de la sala Luis G. Berlanga, hasta la elaboración de la base de documentos fílmicos, con los despidos mencionados.
Este último caso resulta indicativo al respecto de cómo gestiona la cultura el Partido Popular. Las directrices son claras: denigrar y luego desmontar. El banco de pruebas fue la Mostra, un prestigioso festival de cine que, desde la llegada de Rita Barberá a la alcaldía, fue progresivamente empobrecido con una programación tan mongoloide que era el pitorreo más absoluto. Así, tras 20 años de vergüenza colectiva, mucha gente se sintió aliviada cuando se anunció la clausura del festival. El hastío era tal que, como sucede con Canal 9, la sociedad percibió como irrecuperable una iniciativa que había sido denigrada hasta límites alucinantes.
Con la filmoteca, se lleva ya tiempo inoculando la idea de que tiene que ser una entidad prescindible. Y para ello se empobrecen sus servicios, como el de la Videoteca. La apertura de su modesta sede en el año 2007 ha desvelado una tensión de fuerzas irresoluble: la profesionalidad de sus trabajadores frente a la precariedad de medios. A lo largo de estos años, han creado una base de películas, de consulta gratuita, desde su convicción de servicio público. Convicción y poco más, porque sus trabajadores estaban subcontratados por una empresa, pese a constituir uno de los troncos fundamentales de la filmoteca.
Esta jugada busca la evasión de responsabilidades políticas al disfrazar el despido como la finalización del contrato con esta empresa. De este modo, técnicos que llevaban diez años trabajando para una parte esencial del sector público son cesados sin ofrecer explicaciones.
Una aberración que da cuenta del compromiso de nuestros gobernantes con la cultura y con lo público. Y no vale la excusa de la crisis, ya que esta negativa de dotar el servicio de la Videoteca con una oferta de empleo público es una política de largo recorrido, auspiciada y mantenida mucho antes de la situación actual.
El de la Videoteca no es un caso aparte sino la norma en la gestión del patrimonio audiovisual valenciano. No son excepciones los contratos por obra ni los autónomos para puestos de responsabilidad, con gente que suple con su voluntad de servicio público estas ultrajantes condiciones laborales. Tampoco se le escapa a nadie que el despido de los técnicos de la Videoteca es el primer paso en una estrategia del miedo en el personal de la Filmoteca para provocar su desunión y su silencio ante los recortes.
Lo peor es que la estrategia funciona. Fue lamentable la sensación de alivio que se transmitió desde la izquierda cuando cerró la Mostra y es más lamentable aún este silencio ante atropellos como el despido de trabajadores que, en una sociedad avanzada, estarían valorados como se merecen. Porque manejan material sensible. Porque tienen una alta cualificación. Y porque cuidan el material de su oficio con el respeto de saber que alberga algo tan esencial como incomprensible para la mentalidad paleta de nuestros gestores. Y mientras, la sociedad sigue mirando a otro lado buscando nuevos frankensteins y negándose a aceptar que los verdaderos monstruos ocupan los más cómodos sillones.
Querido/a Papillon, no desmerezco sus méritos anteriores, pero Jose Luís Rado hacía años que suponía un lastre para el IVAC. Eso que gusta tanto a los mandatarios de permanecer en su puesto cuando las cosas hace tiempo que dejaron de funcionar es una práctica muy dañina. Cualquiera de los subcontratados y/o autónomos hizo más por el IVAC en los últimos 10 años que Rado (y cobrando en muchos meses lo que él en uno solo).
Y, ni siquiera en este artículo, se menciona el despido de el que durante 12 años al cargo de la dirección general de este hasta ahora prestigioso organismo, hizo posible la existencia de cosas ahora tan reivindicadas como la videoteca, o la sala Luis G. Berlanga. Jose Luis Rado, junto al equipo de funcionarios del organismo, hicieron posible que el IVAC recibiera por primera vez en su historia el premio por su labor de recuperación, restauración y difusión cinematográfica por parte de la Academia. Rado fue despedido hace a penas un año y medio, mucho antes que lo jóvenes trabajadores de la videoteca, y aquello si que fue silenciado. Creo que seria oportuno algún artículo al respecto, o que al menos lo mencionara, por que desde su cesión en el cargo no existe un liderazgo claro en el organismo, que defienda los intereses de este importantísimo centro cultural, que ahora estamos perdiendo.
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