VALENCIA. (Casi) todas las historias comienzan con un viaje. El ministro del Interior Jorge Fernández Díaz se reencontró con Dios en un viaje a Las Vegas. Y en otro orden de cosas, Berklee Valencia se gestó en un viaje a tres manos de Francisco Camps, Teddy Bautista y José Maria Cano (de Mecano) a Boston en 2005, donde entablaron contactos definitivos con la universidad musical más prestigiosa del mundo.
Antes, Cano y Teddy se subieron al coche oficial de Camps, congeniaron y le explicaron el proyecto después de que Teddy Bautista, miembro del patronato de Berklee, le trasladara su presidente Roger H. Brown la idea de abrir en la pujante España el primer centro fuera de los EEUU.
Aislada casi como en una cámara hiperbárica, al margen de cualquier ruido político y tras un pasado reciente lleno de tribulaciones, el campus musical de Berklee en Valencia funciona todavía a medios gas tras su primer año, con 55 trabajadores y 116 estudiantes (75 en su programa de Máster y 41 en el programa de Global Studies) procedentes de 28 países distintos (desde las Islas Virginia a Siria), pero con la cercana previsión del pleno rendimiento en poco tiempo, cuando contarán con 320 alumnos.
Bajo las arcos del anexo sur del Palau de les Arts, y custodiado por el imponente edificio, la apariencia de Berklee Valencia es más la de un instituto de alta tecnología que la de un centro de enseñanza musical. Repleto de estudios de grabación, tech labs y salas de producción, la institución de Boston ha invertido cerca de 6,5 millones de euros en su acondicionamiento. Por los pasillos, donde se escucha poco español, circulan jóvenes con semblantes a lo Mark Zuckerberg, que han pagado de media 25.000 euros, el precio por tener plaza en el único campus no americano de Berklee.
Boston-Valencia
La intersección natural entre Boston y Valencia, dos ciudades de tamaño similar, es precisamente la música, con una tradición común a sus espaldas. La apertura del campus en la Ciudad de las Artes y las Ciencias más que arraigar ningún sentimiento musical (cuestión ya resuelta con creces) debería traer facilidades para industrializar el sector valenciano de la música.
En Boston, Berklee cuenta con 22 edificios desperdigados por toda su geografía tras 68 años de existencia. Nació por obra de Lawrence Berk, pupilo del compositor ucraniano Joseph Schillinger. Tras llamarse Schillinger House of Music pasó a ser Berklee, combinando un guiño al apellido Berk y un cierto desafío humorístico al campus californiano de Berkeley. Fue el hijo del fundador, Lee Berk, quien al tomar las riendas revolucionó la universidad, estrechó lazos con la industria del entretenimiento, y relanzó las posibilidades.
Berklee supo desviarse de la monogamia, ir más allá de la fidelidad absoluta a la música clásica, y establecer relaciones con otras disciplinas pujantes como el jazz o el rock. Su propensión a la modernidad no ha hecho más que aumentar desde entonces. En lo reciente lidera la enseñanza de música con medios electrónicos y música para videojuegos. Cuenta con 4.000 alumnos totales. Sólo un menudo 15% de los 7.000 aspirantes anuales acaba alguna vez traspasando sus lindes.
El fracaso de la Torre de la Música
Regresando a Valencia, la implantación de este edén musical en la ciudad comenzó a interpretarse con partituras equivocadas. La primera intención fue que Berklee ocupara el teatro Princesa (hoy ya ni existe tras ser pasto de las llamas). Pero en pleno crescendo constructivo siempre es mejor un edificio de nueva planta que una rehabilitación. Por ello Berklee quedó emparentado al proyecto de la Torre de la Música, en el PAI de Quatre Carreres (Ronda Sur).
Teddy Bautista, que entonces daba sus últimos coletazos señoreando la SGAE, puso junto a Roger H. Brown la primera piedra virtual del edificio, cuyo diseño había sido encargado -casualmente- al hijo arquitecto de un directivo de la Sociedad General de Autores, Antón García Abril. La SGAE, en plena voracidad inmobiliaria, pagaría a medias con Berklee los 100 millones que costaba la Torre de la Música. El suelo lo ponía la Generalitat. Nada podía ir mal. La Red Española de Escuelas de Música, sin embargo, advirtió que aquello tenía "más que ver con un potente movimiento de capital financiero que con el compromiso natural de la SGAE con la música española".
Las llamativas cifras de entonces contrastan con las que finalmente vieron la luz. El rascacielos tendría 100 metros, 25 plantas, capacidad para 1.000 alumnos y superficie utilizable de 16.000 metros cuadrados. Ninguna de esas intenciones acabó consumándose y hoy los terrenos del campus de Berklee ocupan bastante menos: 3.600 metros cuadrados en una fracción de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, por los que los norteamericanos pagan el modesto alquiler de 108.000 euros anuales.
El método
A pesar de la abortada Torre de la Música, la apuesta de Berklee por Valencia se hizo efectiva y queda constatada con incorporaciones de peso al cuerpo docente, como la reciente de Robert Kraft, expresidente de FoxMusic, supervisor musical de Titanic o Avatar, y ahora profesor del máster de música para películas y videojuegos. Una conexión directa con Hollywood.
Guillermo Cisneros, director del centro y exdirector ejecutivo de Esade Madrid, justifica el desembarco en la Costa Este (la de España) con estas palabras: "Valencia es punto central de la estrategia internacional de Berklee", "es un lugar clave por su conexión con diferentes áreas culturales como Europa, Latinoamérica, Oriente Medio y África". El presidente Roger H. Brown, más poético, define el lugar como "destilería artística del Mediterráneo".
Entre los que han pasado por las aulas, el valenciano Pau Ferrer, miembro del grupo Melomans, resume alguno de los secretos de Berklee: "Su manera de entender la música se aleja del aprendizaje tradicional. El método de enseñanza es más natural, enfocado a potenciar al máximo tu estilo, sea heavy o de boleros".
En pocos meses añadirán a su oferta el máster en tecnología e innovación musical, consolidándose, a pesar de su edad neonatal, como una nueva potencia educativa de la ciudad. De las que definitivamente sí ponen en el mapa.
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