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APRENDIENDO A COMUNICAR (II)

Hablar en público no
es pasear de noche por un cementerio oscuro

FRANCISCO GRAU. 26/02/2013

VALENCIA. Muchas personas no llegan a poder desarrollar las habilidades necesarias de una oratoria eficaz simplemente porque sienten ese miedo que les impide cualquier mejoría. Si no empiezan por superar el miedo será imposible que puedan llegar a aplicar cualquier consejo destinado a mejorar su comunicación. Y para superarlo, lo mejor es saber porqué se produce.

El miedo a hablar en público se produce, básicamente, en nuestra mente. No responde a un peligro objetivo, sino a los miedos que el orador crea en su cabeza. Como decía un autor: "El estrés no lo provocan las circunstancias, sino la actitud con la que nos enfrentamos a ellas". De esa forma, lo mismo que subir a un avión no produce estrés per se, ya que unos disfrutamos de volar mientras otros lo pasan fatal, hablar en público tampoco produce tensión y nerviosismo por sí mismo, sino que depende de la actitud del orador. El que no ha aprendido sufre porque su mente emocional genera continuos pensamientos negativos, mientras que quienes reciben las enseñanzas oportunas llegan a disfrutar de hablar en público, como le ocurre a muchos de mis alumnos.

Como dice Daniel Goleman en su libro 'La Inteligencia Emocional', "la conciencia emocional de uno mismo (es decir: ser conscientes de nuestras emociones) conduce a la capacidad de desembarazarse de los estados de ánimo negativos". O sea, que si somos conscientes de que nuestros temores (nuestros estados de ánimo negativos) son fantasmas, seremos capaces de hacerlos desaparecer.

¿Pasear de noche por un cementerio lo percibimos como algo que nos da miedo? Sí, pero debemos preguntarnos porqué. Nuestra mente emocional se desborda, cargándonos de mensajes negativos y terribles. Imaginamos muertos vivientes y fantasmas que nos atacan, como en las películas. Y si oyéramos un ruido, saldríamos despavoridos del cementerio, muertos de miedo.

Pero si nuestra mente racional es capaz de controlar la situación, será capaz de tomar las riendas y hacernos comprender que todas las fantasías sobre muertos vivientes y demás son eso: fantasmas mentales, fantasías, o sea, no reales. Por tanto, razonaremos que si escuchamos un ruido durante el paseo será un florero que se ha tumbado por el viento, y mantendremos la calma y la tranquilidad, con la seguridad de que nada de lo que nuestra mente emocional ha proyectado responde a la realidad de los hechos.

Del mismo modo, quien se dispone a hablar en público debe tener una actitud positiva, consiguiendo que su mente racional domine a su mente emocional, enviando mensajes positivos, tranquilizadores, haciéndole ver que las causas de sus temores no son racionales. Así, el orador se dotará de la seguridad en sí mismo, necesaria para afrontar la situación con total tranquilidad, pensando que, pase lo que pase, ¡nunca pasa nada! Si algo no sale bien, hay que pensar que no se hunde el mundo. No es el final de su carrera profesional. Corregirá los errores para la siguiente ocasión y volverá a intentarlo con toda tranquilidad.

Al ponernos delante de un grupo de gente a hablar, debemos pensar que el público que tenemos ante nuestros ojos, y que nos mira, es "gente maja", estupenda, normal, amable, y que sabrán disculpar cualquier posible error que cometamos. Y si lo cometemos, no reímos de nosotros mismos y en paz, que eso es tener, de verdad, sentido del humor: la capacidad de reírnos de nosotros mismos y desdramatizar cualquier situación por terrible que nos parezca.

La peor situación que imagina quien va a hablar en público es la de quedarse en blanco. Sólo pensarlo ya le hace aparecer todos los fantasmas del miedo. Pues eso le ocurrió a una profesional que presentaba una ponencia en un congreso. En un momento determinado, se quedó en blanco; pero tuvo la serenidad de pedir disculpas, retirarse unos minutos al servicio, mojarse la cara, respirar hondo, relajarse y volver a la tribuna cinco minutos después, pidiendo disculpas de nuevo y recuperando el hilo de lo que estaba diciendo.

¿Qué pensó el público? Que se había sentido indispuesta (ponga usted la excusa que quiera) y que, afortunadamente ya se encontraba bien. Terminó su ponencia sin más problemas y nadie le recriminó ni le condenó por lo que le había ocurrido. Por tanto, recordemos: ¡Nunca pasa nada!


PACO GRAU
Periodista. Director de Marketing de Trivisión
Mail: [email protected][email protected]
http://www.comunicayveras.blogspot.comwww.comunicayveras.blogspot.com

 

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