MADRID Lo tenía todo para ser el presidente del PSOE perfecto de este país. Socialista, pero católico practicante; partidario de la unidad de España, pero que saltó a la fama por enfrentarse al Gobierno central, y republicano, pero monárquico.
Estaba perfectamente posicionado para conquistar el valioso voto del centro, el que te lleva a La Moncloa, pero una sorpresa, algo inesperado, José Luis Rodríguez Zapatero, apareció de repente, de la nada absoluta y le metió en el cajón de la Historia. Debe ser duro que te ocurra esto cuando llevas rumiando dar el salto a la primera fila durante años. Tal vez por eso, Alfonso Guerra, el que fuera decisivo para que Zapatero se le impusiera en las primarias, es uno de los protagonistas de las memorias de José Bono. Casi hasta el punto de que parecen las propias memorias del ex vicepresidente.
Alfonso Guerra vuelve a aparecer una vez más retratado como un tipo soberbio, un sargento de hierro en la disciplina del PSOE, un rencoroso y un manipulador. Según Bono, era capaz de detalles como coger de un cenicero una nota rota en mil pedazos que le había pasado Ignacio Sotelo a Maravall, recomponerla y guardarla toda la vida para usarla en contra de ellos. Además, movía los hilos del PSOE advirtiendo de que sus enemigos eran "los sindicatos, la banca y los medios de comunicación". Ni uno más ni uno menos.
Un retrato espantoso, el de Guerra, que contrasta con el que Bono hace de sí mismo. No se consideraba capaz de ser un aspirante a la secretaría general del partido por pura modestia, a pesar de que políticos tan dispares como Álvarez Cascos o Fidel Castro le elogiaban diciéndole que se veía que era todo un hombre de estado. Incluso el Rey, comentando con él su manual para reinar, "ni decir todo lo que sabes, ni juzgar todo lo que ves, ni creer todo lo que oyes", se supone que le dijo a Bono que él también tenía estas cualidades, por herencia genética por parte de madre, apuntó Juan Carlos. Pero como Bono era modesto se debió conformar sólo con intentar ir a por la secretaría general y no a por el trono.
Encima, cada vez que muestra su retrato ideológico, qué casualidad, coincide plenamente con el deseado en estos tiempos que corren, al menos en los temas capitales. Por ejemplo, Bono es un encendido defensor de los medicamentos genéricos, partidario de recortar los beneficios de los laboratorios antes que introducir un copago en las recetas, y estamos hablando de los años 90. Revela que en la Expo denunció públicamente que con lo que costaba un pabellón se podía construir un hospital. O que rechaza las estructuras jerárquicas del partido porque si un cargo responde ante la cúpula, se aleja inevitablemente de a quien debe servir realmente, los ciudadanos.
Parece que Bono era, qué lástima más grande, el líder que habría necesitado o necesita ahora el país. Encaja como un guante en el perfil que actualmente demanda la sociedad. Y nos lo perdimos. Pero dado que la perfección de uno contada por si mismo no debería ser noticia, lo mejor es pasar a otros asuntos y revelaciones en los que su primer tomo de memorias es una mina. Porque hay para todos.
Primero, con la Casa Real. Cuenta Bono que la Reina le confesó que durante el franquismo Juan Carlos y ella sufrieron todo tipo de incidentes. Desde a que les escupieran en Valencia a que se les metiera una señora en el coche a insultarles. Las relaciones de los reyes no eran buenas ni con Franco. Otra vez, por ejemplo, los príncipes fueron de vacaciones con el Caudillo al Pazo de Meiras deseando intimar con él, pero en la sobremesa o los momentos idóneos para parlamentar, Franco ponía la televisión y les contestaba con monosílabos. Pasaba de ellos ostensiblemente.
De todas formas, la Corona sale muy bien parada. Dice que es consecuencia del "sufragio universal de los siglos", que es mucho decir, aunque luego cuele que el Rey se hacía sus escapadas personales cogiendo el coche "para ir al dentista", que no ha aprendido nunca a manejar un ordenador, o que un joven Juan Carlos, en el examen de Formación del Espíritu Nacional, le pidieron pintar una bandera de falange y dibujó una republicana todo cándido él.
En peor lugar queda la prensa. A Carlos Dávila le llama ‘sobrecogedor' porque trabajaba a sueldo de quien quisiera aparecer en sus crónicas. No han sido estas memorias un éxito de ventas, porque si no alguien habría denominado ya "sobrecogedores" a los protagonistas del caso Bárcenas.
De los Anson también cuenta que le pidieron millones en subvenciones destinadas a vinos de Valdepeñas a cambio de favores mediáticos. Y todo ello cosa de los tiempos modernos, porque un ministro de UCD, dice en sus memorias Bono, lo que hacía era jugar al póquer con los periodistas y dejarse perder dinerales a cambio de lisonjas en la portada del día siguiente. Y de remate, que según Corcuera, tres periodistas de El Mundo habían cobrando de los fondos reservados antes de la polémica que llevaba su nombre. Sensacional.
También es alucinante, a la vista de lo que ocurre hoy día, su visión de las elecciones europeas. Comenta el escaso interés que le despierta un parlamento que "ni controla ni aprueba presupuestos"; un "parlamento fantasma". Y habla de la estupefacción que le produjo a Felipe González que Guerra le pusiera pegas a Maastricht "como el tonto de Lafontaine", en palabras del ex presidente.
La deriva neoliberal de Felipe queda patente. Suyas son frases como que es mejor recortar salarios y vacaciones antes que perder empleo. O sus justificaciones para aprobar los contratos de aprendizaje, el trabajo a tiempo parcial o las ETT. Según explicó González a Bono, si el dueño de un bar quiere abrir una nueva planta y contrata a cinco camareros, no pueden tener el mismo contrato indefinido que los otros cinco que ya estaban antes, porque si cierra la planta de arriba se queda con diez para siempre. Al final, su brillante razonamiento y mejores medidas han servido para que todos los camareros de España tengan contratos basura, como así llamaron en su día a lo que ahora nos parece normal, pero suponemos que ante esta realidad Felipe se encoge de hombros.
Lerma, que también sale citado, ya daba por difunto el país al considerar que no se podía renovar la industria, lo que urgía, con políticas antiinflacionistas. Las palabras de Múgica al respecto son muy elocuentes: "España era un país de tercera, lo hemos hecho de segunda, pero no podremos hacerlo de primera".
Sin amargo, Kohl le aconsejó a Felipe, dice Bono, cómo seguir ganando elecciones: "todo es comunicación y lo importante es aparentar que se saben las cosas y saber comunicarlas". El alemán, por ejemplo, gastaba dos tercios de su campaña en aparecer rodeado de gente, presumía. Muy profesionales.
Ya se utiliza el termio "sobrecogedor". Alguien ha leido las memorias además de tí.
Te olvidas de la más espectacular revelación: la operación de hemorroides de Felipe y de una fístula de Belloch en el bunker de la Moncloa, que resultó al fin tener alguna utilidad, aunque fuese como clínica anal VIP.
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