VALENCIA. Hace poco más de dos años, la película 'La cinta blanca' obtenía la Palma de Oro en el Festival de Cannes, lo que suponía la consagración definitiva de su director, Michael Haneke. El cineasta lanzaba una reflexión sobre el sentido de la representación de la violencia en el cine a través de una película que seguía la tradición del Nuevo Cine Alemán de los años 60, de directores como R.W. Fassbinder o de películas como Escenas de caza en la baja Baviera. Lo que venía a hacer Haneke con aquella película era recordar una obviedad: que la violencia nunca es gratuita.
Es decir, que siempre tiene unas motivaciones y efectos concretos, ya que expresa el modo de relacionarnos los seres humanos. Y la representación de la violencia en el cine o en la literatura es la expresión, al fin y al cabo, de cómo nos movemos en sociedad.
Así, las películas que banalizan la violencia, las del estilo Rambo, contienen un mensaje explícito de patriotismo norteamericano, de superioridad militar y de sometimiento expansionista. Cuando Silvester Stallone o Chuck Norris se cepillan a centenares de vietnamitas sin pestañear no se trata de violencia gratuita, sino de una violencia llena de sentido, de mensaje, de venta de una sociedad determinada y de un modo de vida concreto.
La violencia es, además, una expresión de las sociedades en crisis. En plena depresión de los años 30, tras el crack de 1929, la cultura popular reflejó la violencia social de aquellos tiempos en infinidad de manifestaciones y productos: no es casualidad que en esa época surgiera el género de gángsters, tanto en la novela negra (autores como Dashiell Hammett con títulos como Cosecha roja) como en el cómic (Dick Tracy, de Chester Gould) o el cine (Scarface, de Howard Hawks). Todos estos ejemplos fueron escandalosos en su momento por mostrar una violencia explícita.
En los años 90, también surgieron una serie de cineastas empeñados en usar la violencia como un análisis social. El más popular tal vez sea Quentin Tarantino, pero no es el único. En Europa, Haneke empezó a profundizar en el uso de la violencia para explicar nuestro sistema sociopolítico, reflejando la manipulación de los medios de comunicación (en la película El vídeo de Benny), la hipocresía de las relaciones sociales (Funny Games), las pulsiones sexuales (La pianista), los conflictos raciales (Caché) o la génesis del fascismo (La cinta blanca).
'Amor', la última película de Haneke, supone una derivación más de esta idea, fijándose en la soledad y la incomunicación a través del caso de una pareja de ancianos que tiene que hacer frente a la enfermedad degenerativa de la mujer, Anne (Emmanuelle Riva). Su marido, Georges (Jean-Louis Trintignant), muestra una entrega absoluta atendiendo a su mujer que, poco a poco, acaba postrada en la cama sin poder hablar.
Esta complicidad y fidelidad del marido hacia su esposa enferma contrasta con la incomprensión de una sociedad que sigue mirándose el ombligo, encarnada en personajes como la hija del matrimonio, que le reprocha a su padre que limite las visitas a su madre, o el discípulo de Anne, sordo ante la súplica de una anciana que no quiere ser compadecida, pasando por la enfermera, despedida por Georges. Todos ellos son ejemplos de una sociedad impersonal, que relega a los ancianos a apearse del camino.
Consciente de que viven en una sociedad totalmente deshumanizada, Georges prefiere enclaustrarse en su casa y seguir la promesa que le hace a Anne: no acudir a un hospital, esos centros que tratan a los enfermos como mercancía improductiva. La única humanidad posible está recluida entre las paredes de la casa, de tal manera que los cuidados de Georges reciben la admiración de los vecinos, pero poco más que eso: palabras y más palabras.
El mayor cuidado será, de hecho, el planteamiento de la eutanasia ante una situación similar. Y Haneke ve esa posibilidad como el gesto de amor supremo, y de ahí el título de la película. Pero, a diferencia de las películas que muestran una postura activista en favor de la eutanasia y la muerte asistida (cintas como 'Mar adentro' o 'No conoces a Jack'), el discurso político de Amor es mucho más sutil y, a la vez, mucho más radical: es imposible tratar el tema como una lucha pública, viene a decir Haneke, porque la crueldad de la sociedad impide que los ciudadanos puedan elegir siquiera su modo de morir. Así pues, la eutanasia se ve relegada a un acto privado. Pese a que parezca un acto violento, la violencia se encuentra en el seno de una sociedad que aísla a los ancianos y a los enfermos.
Todo este discurso aparece retratado en una película dominada por los silencios. Porque la violencia no consiste en la mostración de imágenes explícitas, sino en la generación de climas, de ambientes. Así se veía en La cinta blanca, donde la violencia se intuía detrás de puertas cerradas. Y así se percibe en Amor, donde ésta constituye la entrega absoluta, la mayor prueba de respeto y comprensión. Haneke no se recrea en los episodios más crudos de la enfermedad, y prefiere omitirlos centrándose en el personaje de Georges, en su gestión cotidiana de su mundo, que consiste ahora en la atención a su esposa.
El año pasado, Haneke volvió a ganar la Palma de Oro en Cannes con esta película. Una película que supone un puñetazo en la cara de una sociedad que parece preocupada únicamente por las primas de riesgo, los bancos malos y todos esos términos que han convertido a las personas en números, a los desempleados en porcentajes y a los pobres en culpables. Fijarse en unos ancianos que viven sus últimas horas apartados de la sociedad es una llamada de atención sobre el camino al que nos encaminamos desde hace tiempo. Sin frenos, hacia un choque frontal y violento.
FICHA TÉCNICA
Amor (Amour): Austria-Francia-Alemania, 2012, 127´
Director: Michael Haneke
Intérpretes: Jean-Louis Trintignant, Emmanuelle Riva, Isabelle Huppert
Sinopsis: Anne es una anciana que sufre los primeros síntomas de una enfermedad degenerativa. Desde ese momento, su marido Georges se dedicará por completo a su cuidado, mientras contempla cómo empeora el estado de su esposa.
El film es un alegato sutil de la eutanasia, que en una sociedad bien estructurada en sus valores sociales y morales familiares no debían de ocurrir. El cuidador, clave en estos casos, es más importante que el paciente. ¿quién cuida al cuidador?. Agui se soslayan y falta el sostén de la transcendencia, que también se hace, con una agría crítcia del protagonista con el comentario vejatorio a la participación del cura en la asitencia a un funeral. Desasogante película por prescindir de los elementos apuntados.
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