VALENCIA. Si tuviéramos que elegir al director más influyente de la historia del cine, tal vez el premio iría para Alfred Hitchcock. Su obra se caracteriza por tres rasgos fundamentales: en primer lugar, por una curiosa conjunción entre experimentación y comercialidad. El cineasta estuvo siempre preocupado por la taquilla, pero su verdadera obsesión era que esta preocupación no fuera en detrimento de su autoestima. Una autoestima muy alta y que él valoraba en su capacidad para conmover, es decir, se veía a sí mismo como un artista que no podía renunciar a sus principios, que tenían que ser aceptados por el público.
Su segundo rasgo era la variedad de géneros que se dan en sus películas, articulados, eso sí, en torno al suspense. Hitchcock creó todo un género, toda una manera de hacer películas en la que establecía un juego con el espectador. Este juego consistía en que el director tenía que conseguir que nadie abandonase la sala, que la gente se emocionara, riera o asustara cuando éste decidiera. Y para ello, se servía del suspense, porque, de este modo, podía introducir en una misma cinta géneros como la comedia, el drama o el terror.
Su tercer rasgo era una mentalidad de publicista que le convirtió en una figura icónica que ha trascendido el cine. Hitchcock ha acabado siendo uno de los directores más célebres debido a una constante presencia en los medios de comunicación, hasta el punto de que cambió el concepto de estrella, el star system cinematográfico. Si hasta los años 50 y 60, los actores eran los auténticos reclamos para la pantalla, es a partir de entonces, en la etapa de madurez creativa del cineasta británico, cuando el foco pasa al director.
Hitchcock dejó claro a todo el mundo que el director no sólo es el máximo responsable de una película, sino que también tiene que ser el que dé la cara, el que publicite las películas. Pensemos en la presencia mediática que tienen en la actualidad cineastas como Quentin Tarantino, Martin Scorsese o Terry Gilliam, generando constantemente noticias sobre sus rodajes, sus proyectos, sus próximos estrenos o sus guiones rechazados.
El influjo ha sido tan profundo que ha llegado hasta el cine español: nuestros directores más internacionales son los que han sabido proyectar mejor su imagen, como Pedro Almodóvar, Alejandro Amenábar o Álex de la Iglesia. Por no hablar ya de directores que también suelen ser los protagonistas de sus películas, como Woody Allen o Clint Eastwood.
Es por ello que Hitchcock vuelve a estar una y otra vez de actualidad. Ahora se anuncia, para los próximos meses, el estreno de dos películas que giran en torno a su figura: una titulada, sencillamente, Hitchcock, centrada en el rodaje de Psicosis, con Scarlett Johansson interpretando a Janet Leigh y Anthony Hopkins encarnando al cineasta. La segunda, The Girl, con Tobey Jones haciendo de Hitchcock en una cinta que habla sobre su relación con Tippi Hedren, representativa de esas obsesiones personales y perversiones sexuales que tenía el director y que trasladó al cine en una serie de películas llenas de un morbo malsano y enfermizo (como su visión recurrente de la figura de la madre posesiva, que se puede ver en obras como Encadenados, Con la muerte en los talones o Psicosis).
Hitchcock también es el provocador de un nexo de unión que explica gran parte del cine contemporáneo, como es el vínculo entre Europa y Estados Unidos. Las relaciones que se habían dado hasta entonces eran principalmente conflictivas, ya que se trataba principalmente de cineastas europeos que iban a Hollywood en busca de trabajo, dinero y éxito (como Charles Chaplin, Victor Sjöström o Ernst Lubitsch) o bien huyendo del nazismo (como Fritz Lang).
Cuando la crítica cinematográfica francesa empieza a reivindicar el cine norteamericano en los años 50, se realizan retrospectivas de autores que habían caído desde hacía décadas en el olvido (el caso de Buster Keaton). Sin embargo, el reconocimiento a Hitchcock le llega cuando aún está en activo, de manera que su influencia crece, y es tomado de inmediato como un maestro que no sólo expone su obra, sino que muestra una cierta reciprocidad con sus discípulos.
Aquí se establece la consideración definitiva de la conjunción entre manifestación artística y comercialidad industrial, que unirán ambos mundos tan separados, el europeo y el hollywoodiense. Al llegar Hitchcock y decir que tan importante es, para una película, la expresión personal del autor como el rendimiento en taquilla, surgió una nueva idea de autor que no tiene que acomplejarse por tener éxito de público. Lo entendieron en seguida un montón de directores de uno y otro continente, no sólo ya los cineastas más conocidos de Estados Unidos (Scorsese, Allen y compañía) sino también europeos como François Truffaut, R.W. Fassbinder o incluso Almodóvar.
Así, de entre los innumerables escritos que publicaron los franceses en los años 50 y 60 sobre el cine norteamericano, destaca el libro de Truffaut, 'El cine según Hitchcock', consistente en una serie de entrevistas largas en las que el director británico va exponiendo sus teorías al hilo del repaso cronológico de su filmografía. Aparte de sistematizar sus ideas, en las entrevistas dialoga con Truffaut, pero de verdad, discutiendo con él en ciertos puntos, hablando sobre algunas películas del francés y ofreciendo consejos para quienes quieran dedicarse al oficio del cine. El impacto del libro fue inmediato, y el paso del tiempo ha ido incrementando su influencia, quedando como una de las obras de referencia para el análisis fílmico.
No obstante, el éxito del libro generó también algunos desajustes, como es el olvido tradicional de su obra televisiva, pese a que fue el responsable de una serie, 'Alfred Hitchcock presenta', que estuvo en antena nada menos que diez años. Por no mencionar otras vertientes, como su cometido como directivo de Universal Studios. Existen muchas facetas de Hitchcock aún por explorar. Pero, claro está, la que más llama la atención es la de su vida personal y sus gustos sexuales, asuntos sobre los que se vuelve una y otra vez. Son asuntos clave para entender el cine de Hitchcock, pero tampoco son los únicos.
Una vía interesante sería rastrear las vías ideológicas de su cine, que muestra en todo momento las tensiones de la vida cotidiana, familias desestructuradas, personajes torturados y una sociedad kafkiana que deja al individuo sin posibilidad de defensa. Pocos terrores son más profundos como los que muestra Hitchcock en películas como 39 escalones, Falso culpable o Con la muerte en los talones, donde poco importa lo que opine cada cual, ya que estamos todos en manos de unos hilos invisibles que deciden nuestros destinos. Eso lo entendió muy bien Hitchcock, y eso son los asuntos que no se muestran de su obra, porque sería desvelar el pánico de la sociedad despiadada en la que vivimos. Mejor hablemos de perversiones sexuales, pero de las de otros, que eso siempre da audiencia.
Actualmente no hay comentarios para esta noticia.
Si quieres dejarnos un comentario rellena el siguiente formulario con tu nombre, tu dirección de correo electrónico y tu comentario.
Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.