VALENCIA. Son numerosos los problemas que arrastra, desde hace décadas, el cine español. Desde una cierta desafección del público hasta la indefinición del modelo industrial, son varias las causas y síntomas que muestran que nuestro cine está en terreno de nadie. Por un lado, no cuenta con una industria fuertemente establecida al modo americano. Pero, por otra parte, carecemos de un modelo público definido, y no existe tampoco un orgullo por la producción cinematográfica propia, como sí ocurre en los principales países del entorno europeo. A ello ha contribuido su tradicional alejamiento de los circuitos internacionales, especialmente durante la etapa franquista, lo que ha relegado a nuestros cineastas "clásicos" al olvido por parte de los foros especializados internacionales. El caso de Luis García Berlanga es uno de los más significativos.
Esta semana se cumplían dos años del fallecimiento del director valenciano. Los principales medios de comunicación han recordado su figura a raíz de la creación de una página web institucional que lleva el rimbombante título de 'Berlanga Film Museum'. Vamos, esa moda tan valenciana (y berlanguiana) de disfrazar la cutrez de pomposidad. Se trata, eso sí, de un homenaje más que oportuno a quien se dedicó a reflejar, en sus películas, la mezquindad de las instituciones. Un cineasta que se lo habría pasado en grande con esa moda de poner etiquetas en inglés a cualquier artefacto pseudo-cultural, como CulturArts o este nuevo "museo virtual".
Sin embargo, echar la vista atrás hacia la obra de Berlanga nos permite reflexionar sobre el carácter de una filmografía que conjugó la disidencia con la complacencia. Algo que iba muy en la línea de un director que se confesaba ácrata pero que recibió con sumo agrado la cantidad de parabienes que le dispensó la clase política. No deja de llamar la atención que su cine cuestionase las formas de toda una clase dirigente que se volcó, al mismo tiempo, en aplaudirle. Una casta política proveniente de uno y otro bando, tanto del PSOE como del PP, algo muy raro en un país tan dado a la trinchera cultural. ¿Cómo fue posible esto? ¿Qué tenía de particular Berlanga?
La respuesta hay que buscarla en una de sus películas más populares, Bienvenido Mister Marshall, un auténtico icono del cine español. Se trata de una cinta que supone la antítesis de una de sus películas de la misma época (primera mitad de los años 50) pero de las menos conocidas: Esa pareja feliz. Mientras en esta última había una crítica feroz al capitalismo y a los inicios del desarrollismo, en Bienvenido Mister Marshall Berlanga nos mostraba una España feliz, un país con sus problemas, sí, pero trabajador y dispuesto a superar las dificultades.
La historia del pueblecito castellano que engalanaba sus calles para parecer la típica estampa andaluza y agasajar así a los representantes norteamericanos del Plan Marshall reflejaba de todo menos una crítica social. Los dardos no iban dirigidos contra una dictadura represora de las libertades y causante de una guerra y de las miserias de la postguerra, sino contra las potencias extranjeras que impedían la recuperación de España. Los habitantes de Villar del Río son unas pobres gentes que se ayudan entre sí, sin engaños de ningún tipo y que se disponen a pagar la deuda que deja la fiesta cuando los americanos pasan de largo. Todos son honrados, hasta el empresario que viaja con la tonadillera, o incluso el cura, perfectamente integrado en la comunidad. La imagen final del hidalgo entregando su espada queda como metáfora perfecta de esa España humillada y sometida al imperio yanqui.
En Bienvenido Mister Marshall no aparecían, así pues, esos personajes miserables que poblarían después las películas de Berlanga. Porque la película es una de las principales representantes del cine falangista de la época, junto con Surcos, de José Antonio Nieves Conde, otro clásico del cine español. En un momento en que se demostraba el fracaso de la política autárquica del franquismo, estas películas se revolvían contra las primeras muestras de aperturismo del régimen, y hacían una crítica social pero desde postulados falangistas, es decir, desde la insistencia en ideas como el imperio o el orgullo nacional. El enemigo siempre estaba fuera, y el causante de la situación no había que buscarlo, en última instancia, de puertas para adentro.
Sin embargo, el cine de Berlanga no siguió después explícitamente esta vía, una vez desligado del todo de su colaboración con Juan Antonio Bardem. La llegada del guionista Rafael Azcona le permitió virar el rumbo y centrarse en criticar aspectos concretos del régimen (como el garrote vil en El verdugo) u otros más generales sobre las miserias de la condición humana (como la falta de caridad en Plácido). En estas dos películas sí aparece el Berlanga con el que se sentiría más identificada la militancia antifranquista, que le seguiría siendo fiel cuando parecía que su crítica se extendía a los tejemanejes de la transición política (como en La escopeta nacional).
Sin embargo, las ideas falangistas nunca desaparecieron del todo de un cineasta que formó parte de la División Azul y que, durante el resto de su vida, se dedicó a disimular este aspecto de su biografía. Es cierto que es injusto estigmatizar toda una vida por las ideas o acciones cometidas en los primeros años de juventud. Pero, sin embargo, en el cine de Berlanga permanece esta visión de las cosas que él intentó denominar de varias maneras, vistiéndose de ácrata o de nihilista.
El caso es que películas como Moros y cristianos o Todos a la cárcel, realizadas ya en plena democracia, demuestran el chirrío de este discurso. Porque estas películas intentaban demostrar que el chanchulleo no conoce de sistemas políticos: es decir, que todo es una porquería y que nada tiene solución. Que da igual franquismo, felipismo o revolución, y que lo mejor que podríamos hacer es, visto el panorama, quedarnos en casa y no hacer nada.
Es una lástima, así pues, que el cine de Berlanga no definiese su visión mordaz en los años de la democracia. Porque críticas se podían hacer también en los años 80 y 90, y muchas además. Pero lo que parecía una perspectiva visionaria en los años 60 y 70 se demostró que no tenía más recorrido cuando había enfrente un sistema político tan fácil de atacar como la dictadura franquista. Los años de la democracia sirvieron, eso sí, para reivindicar a Berlanga, pero para reivindicar su obra pasada ante las dificultades a la hora de explicar las películas que seguía haciendo.
Y como tenía películas que satisfacían tanto a la derecha política (como Bienvenido Mister Marshall) como a la izquierda (Plácido y El verdugo) desde un mismo prisma crítico, quedó como una figura que aglutinaba adhesiones suficientes como para tapar lo que en otros cineastas habría resultado extraño: sus coqueteos con el poder, sin importar demasiado si gobernaba uno u otro partido.
Este carácter singular de Luis García Berlanga es fácil de explicar desde nuestras propias coordenadas. Y por eso se trata de una obra muy valorada en España pero escasamente conocida (salvo algunas excepciones) en el exterior. Sólo Luis Buñuel pudo sortear esa circunstancia de aislamiento pero sólo debido a que trabajó y vivió casi exclusivamente fuera, con excepciones como Viridiana, que ponía contra las cuerdas la moral del nacionalcatolicismo.
Por eso, las efemérides deberían servir para algo más que para crear páginas web con nombres sofisticados. Deberían servir para reflexionar sobre nuestras principales figuras culturales y sobre el modelo cultural al que aspiramos. Eso o metemos la cultura bajo la alfombra de la prima de riesgo y nos dedicamos a esperar, todos complacidos, su total desaparición.
Excel·lent article. Berlanga, una altra icona de la CT que cau.
qué brillante manolo!!! el próximo día que te vea te cuento mi anécdota personal con Berlanga.
Torcuato, lo que quería decir es que disfrazó esa participación por motivos "buenos": que si para salvar a su padre de la pena de muerte, que si por el amor de un chica, etc. Todo para ocultar sus convicciones falangistas, que las tenía entonces, como se ha demostrado en los diarios y poemas que se han descubierto suyos. Vamos, que a eso me refería con lo de "disimular", el mismo rollo que se gastaron muchos alemanes con Hitler, el "yo no sabía" o "yo no quería".
De acuerdo en casi todo menos en que se dedicó a disimular su participación en la División Azul: se puede comprobar en el documental de fallido nombre "Extranjeros de sí mismos".
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