VALENCIA. La violencia es un elemento presente en nuestra sociedad. De una manera más o menos naturalizada, la tenemos presente a diario, en diversas manifestaciones y dosis. Ha llegado a ser un elemento definitorio de la sociedad estadounidense, no tanto por los comportamientos individuales sino por un entramado político, mediático y cultural que la ejercita a cargo de los más fuertes (las instituciones) contra los más débiles (los ciudadanos desfavorecidos). Éste era al menos el mensaje que presentó en 2002 Michael Moore en su película Bowling for Columbine, en el que hacía una disección de las causas de ciertos episodios violentos que se producen de manera periódica en Estados Unidos, como las matanzas indiscriminadas y repentinas cometidas por el pirado de turno en un sitio público (colegios, museos, cines o incluso en la calle).
La película de Moore nos ha vuelto al recuerdo esta semana con el estreno del último Batman y con un suceso ocurrido en Denver durante una de las primeras proyecciones de la película: un tipejo irrumpió en el cine equipado con diversas armas de fuego, que descargó contra el público, provocando una docena de muertos y más de cincuenta heridos. Si bien en Europa la noticia apenas ha pasado de la sección de sucesos, en Estados Unidos el impacto ha sido total, reproduciéndose, una vez más, los dos efectos habituales tras este tipo de noticias: 1) ataque por parte de la derecha mediática a la industria del entretenimiento, que sería la última responsable al propagar contenidos sexuales y violentos por doquier; 2) entonación de un mea culpa por parte de esta industria, retirando tráilers de próximos estrenos, suavizando escenas de acción y abriendo el debate a una posible regulación sobre el control de estos contenidos.
Porque uno de los objetivos de los grupos de presión de derechas norteamericanos es la infantilización de la sociedad. Y el campo de batalla son las industrias culturales porque, si se controlan los contenidos de las películas, las canciones y los programas de televisión con la excusa de la moralidad y de la protección de la infancia, desaparece un eventual espacio para la crítica o la resistencia. Todas aquellas películas en las que no se dice que los niños tienen que ir a misa diaria son perniciosas porque permiten que los chavales dejen volar la imaginación y, en un futuro, quizá, pensar.
Por eso estos días ha vuelto el debate a Estados Unidos con el estreno de Batman, que sería la culpable de haber promovido la violencia y haber incitado a la matanza, del mismo modo que el estreno de Superman en 1978 habría provocado que hordas de críos se mataran en su momento al saltar del balcón tratando de emular al hombre de acero. Tan idiotas y falsas fueron aquellas noticias como chorra es esa relación de causa efecto entre Batman y el pirado asesino de Denver. Una vez la preguntaron al músico de rock Frank Zappa por el asunto, cuando en los años 80 se intentó culpar a la música heavy de una supuesta epidemia de violencia en la sociedad norteamericana. Zappa resumió la ridiculez a la perfección cuando dijo: "La inmensa mayoría de las canciones son de amor. Si hubiese una relación, todos nos amaríamos entre nosotros".
El caso es que Batman se convierte en un blanco fácil para los ataques de los grupos de presión de derechas. Porque la última parte de la trilogía dirigida por Christopher Nolan, titulada El caballero oscuro: la leyenda renace, intenta hacer una reflexión sobre el momento político actual. Nolan ya lo había hecho en su anterior Batman, el del Joker. En aquella ocasión, en 2008, la reflexión se centraba en la amenaza del terrorismo, en la ineficacia de las instituciones a la hora de hacerle frente y en su carácter metafórico como síntoma de una violencia social incontrolable. La secuencia del Joker andando por la calle vestido de enfermera y detonando las bombas para volar un hospital entero resumía perfectamente esa irracionalidad a la que ha llevado la sociedad capitalista: a que de repente aparezca un tarado que no quiere contrapartidas, que no desea nada, que negocia menos que Rajoy con los terroristas, que sólo quiere provocar caos y destrucción.
En este último Batman, la atención se ha desplazado hacia un sistema financiero capaz de destruir todo lo que toca. En esta ocasión el malo es otro pirado, Bane, que empieza asaltando el edificio de la bolsa de Gotham. Uno de los ejecutivos trata de detenerle diciendo: "Aquí no hay dinero que robar". "¿Ah, no?", responde Bane, "pues entonces, ¿qué hacéis tanta gente aquí?" Su plan será inutilizar el valor de intercambio del dinero, aislando la ciudad de Gotham de cualquier contacto exterior. Pero lo hace enarbolando un discurso antisistema en el que promete devolver el poder al pueblo, quitárselo a los políticos profesionales que han olvidado las necesidades de sus ciudadanos, e incluso cuestionando la labor de las fuerzas represoras, del cuerpo policial. Su discurso es el de cualquier movimiento ultraderechista de los que están surgiendo en Europa al abrigo de la crisis y por eso el temor que transmite la película es plausible, porque resulta muy reconocible.
Ante esto, ¿cuál es la respuesta del héroe? Ya no es tiempo de héroes, es un héroe condenado al fracaso. De hecho, se trata de la película más "anti-Batman" de las que se han hecho. Bruce Wayne está en todo momento renqueante, tanto física como anímicamente, y para esta última aventura tiene incluso que servirse de una prótesis en la pierna. Es el héroe crepuscular, como John Wayne y Robert Mitchum caminando con muletas al final de Eldorado. En aquel western de 1966, Howard Hawks mostraba con esa imagen la decadencia del discurso del Oeste, del mismo modo que la prótesis que le pone Nolan a Batman refleja que ya no queda espacio para la heroicidad y que ni siquiera podemos contar con demasiadas esperanzas para acabar con las amenazas que surgen en el seno de la sociedad. Wayne se deshace de todo lo que ha constituido Batman, hasta el punto de desprenderse de Alfred, su leal mayordomo.
Por si fuera poco, no es una película de piruetas. Las escenas de acción son muy contadas, y Batman no hace demasiados alardes. Hay persecuciones y explosiones, sí, pero muy pocas comparadas con las películas anteriores y todas ellas caracterizadas por una cierta austeridad, sin filigranas en la puesta en escena y con un aire crepuscular, decadente. Si bien esta estética es la que ya puso en marcha Tim Burton con su actualización del personaje (además del papel de Frank Miller en el cómic de los años 80), Nolan la lleva hasta su extremo, viendo una película de Batman donde el superhéroe apenas aparece y, cuando lo hace, es para mostrar constantemente que sus años de esplendor quedaron atrás.
La violencia es ya sistémica. Nada puede salvar a Gotham como trasunto de Nueva York o de nuestra sociedad occidental. Si nos salvamos por los pelos en esta ocasión, en breve llegará la siguiente, y la siguiente, y al final se irá todo al garete. Y da igual que el supervillano se llame Bane, Ra's Al Ghul o Goldman Sachs. Porque la conclusión de la trilogía de Nolan es que la violencia ha acabado por asimilarse de tal forma que no podemos huir de ella. Por eso a veces brota en un cine de Denver mientras sigue criándose a un ritmo imparable en los centros financieros del mundo.
Ficha técnica
El caballero oscuro: la leyenda renace
The Dark Knight Rises EE.UU., 2012, 164'
Sinopsis: Un terrorista llamado Bane aisla la ciudad de Gotham con una serie de explosiones que cortan las comunicaciones con el exterior. Bruce Wayne decide volver a ponerse el traje de Batman para hacer frente a esta nueva amenaza.
Director: Christopher Nolan
Intérpretes: Christian Bale, Cary Oldman, Tom Hardy, Anne Hathawa, Michael Caine, Morgan Freeman
Otras películas de Christopher Nolan: Memento (2000), Insomnio (2002), Batman Begins (2005), El truco final (El prestigio) (2006), El caballero oscuro (2008), Origen (2010)
Me parece que la referencia Bane=ultraderecha se la saca usted de la manga. Esta claramente puesto como un "Occupy Wall Street" versión distorsionada y manipulada por "el enemigo". Pero como todo el tema en la película, resulta tan simplón y hay tan poca gana de profundizar aparte de un generico "es que todos son malos", asi para no ofender a nadie, que resulta muy decepcionante. Al final tienes una lucha entre unos señores policias y unos señores mercenarios y el supuesto pueblo engañado o lo que sea brilla por su ausencia encerrado en su casa, supongo.
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