VALENCIA. Hace unos cuantos veranos, concretamente el de 2001, llegaba a los cines el tráiler de Spiderman. Había una considerable expectación ya que se trataba de uno de los superhéroes del cómic norteamericano más apreciados por el público y que, sin embargo, no había tenido una adaptación cinematográfica a la altura de otros superhéroes como Superman o Batman. Sí, se habían hecho películas del hombre araña, pero eran más bien cutres. Hollywood no le había prestado esa atención que sólo esa industria sabe prestar en forma de dinero, efectos especiales y distribución monopolística mundial.
Sin embargo, ese verano de 2001 se aseguraba que llegaba el momento de Spiderman. Y el tráiler prometía: consistía en la secuencia breve del atraco a un banco, con los atracadores huyendo en helicóptero y quedando atrapados finalmente en una gigantesca red de araña, tejida entre las Torres Gemelas de Nueva York. La imagen del World Trade Center con la tela de araña daba paso a unos pocos planos del superhéroe saltando entre los edificios mientras se anunciaba la fecha del estreno para mayo de 2002.
Claro, entre ese verano de 2001 y mayo de 2002, sucedió lo que todos sabemos. Tras los atentados de las torres, el cine norteamericano las borró por completo de todas sus películas, como si nunca hubieran existido, para exorcizar el recuerdo de un trauma doloroso y pasar página cuanto antes. Desapareció el tráiler de Spiderman y desapareció también el plano de las torres que se podía ver en los créditos iniciales de Los Soprano. Tony Soprano no podía pagar el peaje de la autopista con las torres de fondo porque, sencillamente, éstas ya no existían. Y Spiderman no podía seguir tejiendo redes en edificios demolidos.
Menudo momento eligió Spiderman para su puesta de largo, pensaron muchos. Pero, aunque parecía gafado, el taquillazo fue total y dio lugar a una trilogía en la que el director, Sam Raimi, fue haciendo el más difícil todavía, superándose en cada entrega y destrozando el personaje en una serie de cintas aburridísimas y con unos diálogos estúpidos a más no poder. Para ese resultado, la verdad es que habría valido la pena seguir sin superproducción del personaje.
Y si aquel Spiderman llegó en un momento político crítico, ahora llega una nueva versión, estrenada en Estados Unidos en la víspera del 4 de julio (para conmemorar la grandeza del pueblo norteamericano), y en España, en plena conmemoración del gobierno, en su fiesta de la abolición del Estado del Bienestar. Y es que el estreno de las películas de Spiderman es un acontecimiento planetario como no veíamos desde las cumbres entre Rodríguez Zapatero y Barack Obama.
The Amazing Spider-Man es el título que se le ha puesto, para indicar una mayor cercanía al cómic. Y para presentarlo como un producto nuevo, porque ésa es condición sine qua non del cine comercial y del cine de superhéroes: la búsqueda sin cesar del público adolescente porque es éste el que acude a las salas y se deja el dinero en palomitas. Vamos, los consumidores de "los chuches" que dijo una vez Rajoy. Así, la cinta se dirige a quienes no vieron en el cine la trilogía de Raimi, y, por ello, nos vuelve a contar los orígenes del superhéroe.
Aquí radica, sin duda, una de las claves del éxito de Spiderman, al hacer un retrato social con el que se viene identificando el público, tanto los lectores de cómic como los espectadores de cine. Porque el hombre araña no es el típico ciudadano medio occidental que, con su trabajo y su esfuerzo, contribuye a que su país salga adelante. No es ya el oficinista (o el periodista, o lo que sea) un tanto gris, sin aspiraciones ni grandes proyectos cuya vida transcurre perdida en la multitud. No es el Clark Kent de los años 30, para entendernos.
No, Peter Parker es el adolescente que surge después de la Segunda Guerra Mundial, el que vive con sus tebeos, sus películas, sus cromos, sus ligues y sus problemillas de adolescente. Ése es el ciudadano medio que surge en los años 60 y que, desde entonces, se ha dedicado a vivir por encima de sus posibilidades. ¿Trabaja? No, porque vive a costa de sus tíos. ¿Tiene problemas de dinero? Tampoco, su tío se lo dan cuando lo necesita. La casa de Parker parece un microcosmos de España y los bancos.
En ésas que aparece un científico que investiga con células madre porque sueña con curar a los lisiados, a los enfermos y a los que sufren diversas taras, comolos tertulianos de radio. Y claro, qué pasa, que tiene mucho dinero para investigar. Y cuando tienes tanto dinero para I+D en lugar de invertirlo en iglesias, pues resulta que salen resultados, aberraciones más bien. Y el sacrificado científico (Curt Connors) se convierte en El Lagarto, muta en un animal despiadado que quiere para sí todo el poder. Manda a paseo la investigación y decide convertir en lagartos a toda la ciudad. Spiderman tiene que pararlo.
Y tiene que pararlo porque Connors ha pasado de ser un científico humilde a un lagarto chulesco, macarra. De ésos capaces de aplicar recortes a las clases medias. Es una lagarta más mala que Esperanza Aguirre cuando desprecia los actos de protesta de los mineros y se ríe diciendo que no son masivos. El lagarto Connors desprecia la opinión del pueblo, sea éste mayoritario, minoritario, masivo o concentrado.
Spiderman, claro está, quiere mantener su estatus, quiere seguir viviendo del esfuerzo de otros. Y no puede consentir que ese estado de cosas sea alterado por un lagarto. Porque el tío es un pringadete, un antisistema sin oficio ni beneficio. Hay una secuencia en la que Peter Parker va a cenar a casa de los padres de su novia. El padre es policía y suelta el típico discurso sobre la delincuencia: que si es un desastre, que si hay que mantener el orden, y esas cosas. Y Peter, en lugar de callarse, asentir y dar gracias a Dios por los alimentos que nos has dado (que es lo que haría un chico de bien), se pone en plan contestón, al que sólo le falta espetarle al policía: "No tienes ni idea, me voy a coger la bufanda palestina, a largarme de aquí y que te den, feixista".
Estos detalles hacen que este Spiderman sea más humano, más cercano y más accesible que el personaje tontorrón y dócil de las películas de Raimi. Porque, además, en este Spiderman hay más humor, como en el momento en el que vemos cómo se da de leches con el lagarto en una biblioteca, sin sonido y de espaldas a un bibliotecario anciano que está escuchando música clásica con auriculares.
Como la moda de superhéroes nunca acaba, este mismo verano se estrenará el último Batman de Christopher Nolan. Y dentro de unos diez o quince años, tendremos un nuevo Batman, un nuevo Spiderman y un nuevo Superman que volverán a contar la misma historia. Eso sí, se lo contarán a los hijos de los ricos. Porque dentro de diez o quince años, a los hijos de los pobres (antes conocidos como "clases medias") se les acabó la sanidad, la educación, la cultura y comprar palomitas en el cine. Es el fin de esa generación que surgió en los años 60 y que ha estado viviendo por encima de sus posibilidades desde entonces. Esa generación se desmoronará igual que se vinieron abajo las Torres Gemelas. Y siempre está ahí Spiderman para avisarnos.
Ficha técnica
The Amazing Spider-Man, 2012
Estados Unidos, 136'
Director: Marc Webb
Actores: Andrew Garfield, Emma Stone, Rhys Ifans, Denis Leary, Martin Sheen, Sally Field
Sinopsis: Peter Parker es un estudiante de instituto que un día recibe una picadura de una araña que le da poderes especiales. Desde entonces, se dedicará a vengar el asesinato de su tío y a detener los planes de un científico empeñado en conseguir la mutación genética de la población.
Qué buena manera de hacer una reseña, Felicitaciones.
Por si fuera poco, Connors es un sindicalista (como evidencia su discurso "de talante") que se dedica a sabotear la empresa de Osborn un emprendedor de los que crean riqueza y empleo. Que Spider-Man se enfrente a él es sólo un síntoma de las luchas internas de la izquierda.
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