VALENCIA. Ver una película tiene su miga. Porque incluso la americanada más tontorrona nos ofrece un montón de información interesante sobre cómo funciona la sociedad, cómo se perciben las cosas en esa sociedad o cómo son las relaciones entre los seres humanos que la conforman. Este fin de semana se estrena la última película de Kevin Smith, Red State, que no es precisamente una americanada, pero sí responde a los parámetros de cierto cine comercial o de género: aunque muchos espectadores sean reacios a reconocerlo porque consideran el cine como un mero vehículo de evasión, también en estas películas se generan algunas reflexiones que vale la pena destacar.
El primer dato que acabamos de ofrecer de la película es aquel en el que antes se fija todo espectador sabiondo o crítico redicho: el director. Kevin Smith es el prototipo de director independiente que consiguió hacerse un hueco gracias a la buena acogida de unas primeras películas hechas con muy bajo presupuesto. En concreto, la primera, Clerks, realizada en 1994 con menos de 30.000 dólares. Una cifra ridícula. Bueno, ridícula entonces, que a ver qué banco se la habría financiado hoy si hubiese decidido hacerla en España. Pero entonces, sí, era una cifra irrisoria en aquellos locos años 90 de especulación inmobiliaria mundial y capitalismo desenfrenado.
En Clerks, Kevin Smith se hizo ya un nombre al adoptar un tono de comedia simpática para retratar la vida de los jóvenes de su generación. Sus posteriores películas (Mallrats, Persiguiendo a Amy o Dogma) confirmaron que estábamos ante el antecedente yanqui de nuestro Santiago Segura: un tipo que no será Orson Welles, que no va a reinventar el cine, pero que ni falta que hace porque le sobra desparpajo y gracia para que veamos sus películas sin que nos duela demasiado el organismo.
Esto ya nos lleva a una segunda reflexión, porque Red State no es una comedia. Aquí Kevin Smith se nos ha puesto serio, ha crecido, ha madurado, se nos ha hecho mayor. Y resulta que nos presenta una película dramática (con elementos de terror) sobre un tema sobrecogedor: se narra la historia de una secta estadounidense que se dedica a asesinar homosexuales (y, ya puestos, fornicadores y pecadores en general) mientras se pasan el día rezando y leyendo la Biblia sin parar en una comuna perdida en mitad del campo. Ni siquiera tienen una tele para ver Intereconomía.
Pero una visita nocturna del ayudante del sheriff a esta granja de pirados fundamentalistas (perdón por la redundancia) deriva en tragedia, provocando la intervención de la policía, que decide considerarlos terroristas para acabar a tiros sin contemplaciones, que no están los tiempos como para dejar que nadie atente contra la civilización norteamericana (perdón por el oxímoron). El tono de terror del inicio (la película arranca cuando tres adolescentes caen en manos de la secta atraídos por una cita sexual en internet) da paso a un enfrentamiento armado con unas imágenes que nos remiten directamente a la matanza que tuvo lugar en Waco (Texas) en 1993 tras el asalto al rancho en el que se refugiaba la secta de los davidianos.
Pero no estamos ya en 1993, y ésta sería la siguiente reflexión que expone la película. Desde entonces, han pasado muchas cosas y la excusa del terrorismo ha servido para pasarse por el forro conceptos como los derechos procesales del acusado o la presunción de inocencia. En la granja de los ceporros ultrarreligiosos de Red State se alojan mujeres y niños, y la policía decide declararlos a todos un grupo terrorista para poder ametrallarlos a todos y que no queden testigos.
Hay un momento en el que el policía (John Goodman) pregunta a sus superiores por este evidente abuso, y uno de ellos le espeta: "¿Qué se cree? ¿Que hoy es 10 de septiembre de 2001?" O lo que es lo mismo, las leyes han cambiado y la doctrina desde el 11-S es como aquel chiste del mexicano que mutilaba a todo aquél que tuviera tres testículos: primero los cortaba y después contaba cuántos había.
Y de repente nos encontramos ante una cinta que nos expone dos grandes temas. El primero se resume en la crítica abierta a los fanatismos religiosos, coincidiendo con el estreno de otra película que describe de modo espeluznante el interior de estas sectas: Martha Marcy May Marlene. Un tema que recorre la mejor tradición del cine norteamericano, ya que, a lo largo de la historia, los directores más destacados se han dedicado a cachondearse de estos idiotas que no paran de dar la murga leyendo la Biblia y cantando Amén. Algunos ejemplos: John Ford (en Siete mujeres, 1966), John Huston (en Sangre sabia, 1979) o Richard Brooks (en El fuego y la palabra, 1960). Por no entrar en esas películas que, como Los chicos del maíz o La semilla del diablo, ofrecen otro enfoque al detenerse en las sectas satánicas.
Pero el segundo tema es aún más sugerente. Porque aquí nos dice Kevin Smith que sí, que hay sectas muy malas y muy asesinas, pero que los gobiernos también participan del mismo juego criminal esgrimiendo la coartada de la seguridad colectiva. El dilema que plantea la película es el de esa superioridad moral que se arrogan los gobiernos para monopolizar la violencia. Y que, a la hora de la verdad, no se andan con chiquitas para resolver un problema de la manera más expeditiva. Es aquí donde Red State plantea a qué situación ha llegado una sociedad que aplaude los asesinatos de fanáticos como Sadam Husein, Osama Bin Laden o Muamar el Gadafi. Que nadie llora por ellos, está claro, pero que de ahí a ejecutarlos dista un paso tan grande como el que separa a una democracia auténtica de una fantochada al servicio de los intereses económicos y empresariales de siempre.
Todas estas ideas aparecen de una manera muy clara en Red State. Es una película, por lo tanto, muy esperanzadora porque nos permite pensar en las posibilidades del cine para abrir debates, presentar contradicciones y exponer interrogantes a todos los espectadores, incluso a los más reacios a ir a una sala a hacer algo más que distraerse comiendo nachos con queso. Y mientras se pueda seguir señalando la responsabilidad directa de nuestros gobernantes en todos los desmanes que se están produciendo, tanto en estafas y corruptelas como en la aniquilación de los derechos humanos y los servicios sociales, mientras aún nos quede la posibilidad de seguir protestando en películas como la de Kevin Smith, significa que todavía no nos han metido todos los goles. Y no, nos referimos a la Eurocopa.
Ficha técnica
Red State, 2011
EE.UU., 88'
Director: Kevin Smith
Actores: Michael Parks, John Goodman, Melissa Leo
Sinopsis: Tres adolescentes acuden a una cita sexual concertada por internet y descubren que se trata de una trampa tendida por una secta cristiana dedicada a asesinar homosexuales.
Otras películas de Kevin Smith: Clerks (1994), Mallrats (1995), Persiguiendo a Amy (1997), Dogma (1999), ¿Hacemos una porno? (2008)
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