VALENCIA. Todos hemos visto, cuando éramos críos, películas de Walt Disney. Es uno de los recuerdos que van indisolublemente ligados a nuestra infancia con la fuerza imborrable que tienen los iconos. Cuesta encontrar un referente que aglutine mayor unanimidad en su poder de construcción de un imaginario de la infancia. Porque gracias a las películas de Disney sabemos lo que son las hadas, las blancanieves y cenicientas, los chavales que vuelan para luchar contra piratas o lo que le sucede a los niños malos cuando mienten. Sí, eso, que les crece la nariz. Las películas de Disney forman parte de nuestro pasado, de nuestra visión del mundo y de nuestro lenguaje.
Eso puede ser maravilloso. Pero también puede ser un problema. Y el problema de las películas de Disney es que, como tienen tanto calado en nuestro subconsciente, cuesta identificar los goles ideológicos que nos han colado. Vamos, que uno tiene que crecer para descubrir varias cosas. Por ejemplo, que las historias de amor no empiezan con un romance maravilloso que derivan en el matrimonio como final feliz. Que, de hecho, los finales no suelen ser felices. O que el mundo no se divide en buenos y malos de manera que estos últimos siempre pierden. Incluso descubre que hay muchas maneras de hacer películas de dibujos animados, que pueden ir dirigidas a adultos, estar llenas de palabrotas y con unas grafías menos preciosistas. Pero eso lo descubre cuando ve productos como South Park, es decir, cuando Disney ya ha hecho su daño.
Esta manera edulcorada de vender la realidad fue creada a partir de ese filonazi y paranoico anticomunista llamado Walt Disney que, eso sí, lo camuflaba todo con una sonrisa contagiosa. Un empresario modelo, un fabricante de sueños, el hacedor de esa imagen arcangelical de los Estados Unidos del desarrollo capitalista posterior a la Segunda Guerra Mundial. Y todos la compramos hasta tal punto que incluso los políticos han acabado por crear un celofán de visión Disney para presentar la realidad cuando ésta puede vulnerar sus aspiraciones electorales.
Esta perspectiva Disney de las cosas es lo que hace que el presidente de un gobierno venda una noticia negativa como algo maravilloso. Por ejemplo, un rescate económico que refrenda el fracaso de un modelo jaleado por todos durante décadas. Que lo haga un día después de producirse, con sus ministros jugando a jueguecitos en el móvil, y que después se vaya a ver un partido de fútbol porque, por lo visto, en los palcos se cierran contratos y negocios mucho más importantes que los que se tienen que firmar en los despachos. Todo ello mientras, a su lado, el sucesor a la jefatura de Estado finge entusiasmo espontáneo ataviado con una bufanda de hooligan. ¿No les parece esto un mundo de fantasía?
Mientras, en la vida real, el paro aumenta, los negocios cierran, los indicadores económicos siguen en manos de los especuladores, los presidentes de bancos renuncian a sus primas millonarias para ser libres de ir a otros bancos a seguir robando y la gente empieza a perder prestaciones que creía que le correspondían por derecho, como la cobertura sanitaria. Pero en el mundo de la piruleta y los colorines en los que viven instalados quienes tienen el timón no se plantean cosas que vayan más allá de la próxima cita con las urnas, en teoría aún lejana.
Por eso reconforta ir a un cine y ver cómo ese modelo Disney también se resquebraja en la factoría de la ilusión. El punto de partida de la película Blancanieves y la leyenda del cazador es cuestionar ese valor hegemónico de Disney. Las cosas se pueden hacer de otra manera y los enfoques pueden ser distintos porque Disney no tiene el monopolio de nada. Y el problema de Disney radica en atribuirle a la literatura infantil una lectura estupidizante que niega el carácter revulsivo de los materiales de los que parte. Porque los cuentos de hermanos Grimm, de Carlo Collodi o de J.M. Barrie tienen más que ver con una consideración adulta del mundo de la infancia, con la transgresión de las normas, que con esa ilusión de inocencia bobalicona y demagógica.
Blancanieves y la leyenda del cazador apuesta por alejarse lo máximo posible de la disneyzación de Hollywood. Y lo hace desde el título, destacando al cazador del cuento, no a los enanos sobre los que ponía el foco de atención Disney. La historia ya la conoce todo el mundo: la bruja malvada consulta con su espejo quien es la más guapa del reino y decide putear con sus superpoderes, envidiosa toda ella, a la elegida.
Lo más curioso es la estética que se aleja de ese preciosismo de los dibujos animados, siguiendo la estela que instauró la película El nombre de la rosa de los tiempos medievales como tiempos feos, oscuros y sucios. Salen los enanitos, pero no son enanitos graciosos y simpáticos, sino feos a rabiar, más próximos a los cuadros del barroco español que a los pinceles de Hollywood. Y se manejan diversas referencias que ni por asomo constaban en la adaptación de Disney, como Juana de Arco (el momento del ataque encabezado por Blancanieves) o el Drácula de Coppola (con los aires vampíricos y la capacidad de transformación animal de la bruja piruja, encarnada por Charlize Theron).
El reto que se le presenta ante el espectador es, así pues, el de redefinir un producto que tiene asimilado a partir de años de sobreexposición a la industria del entretenimiento. De tanto vendernos el Blancanieves de Disney como la versión canónica del cuento, cuesta enfrentarse a una nueva lectura que encara parámetros distintos.
Y ahí el intento de la película dirigida por Rupert Sanders es significativo. Porque el punto de partida es que el espectador no es idiota y no se va a contentar con cancioncillas estúpidas que corean lo chulo que es ir a trabajar a diario a la mina, una mina que no ofrece sucio carbón, sino resplandecientes diamantes. Aquí los enanos no hacen eso, sino que incluso se convierten en un pequeño comando que se infiltra en el castillo para cometer una acción de sabotaje.
En definitiva, es recomendable dejar a un lado estas visiones que se han inscrito en nuestro ADN cultural y disfrutar de una versión totalmente renovada de la leyenda. Mientras los informativos siguen ofreciendo una visión esperanzada de esta crisis, con unos responsables políticos que lo ven todo de color de rosa, podemos seguir aprendiendo en el cine que hasta las categorías más inamovibles pueden romperse. Y que las visiones ingenuas pueden buscar el beneplácito de espectadores ingenuos, pero que, en los tiempos actuales, la ingenuidad ya no está de moda. Está dando paso al cabreo.
Ficha técnica:
Blancanieves y la leyenda del cazador
Snow White and the Hunstman, 2012
EE.UU., 127'
Director: Rupert Sanders
Actores: Kristen Stewart, Chris Hemsworth, Charlize Theron, Sam Claflin
Sinopsis: La reina Raveena controla un reino lleno de desgracias. Un día su espejo mágico le revela la amenaza de Blancanieves, que puede derrotar la belleza en la que basa su poder.
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