El río de la música sigue imparable su curso con los conciertos en vivo y con las grabaciones testimoniales y artísticas de todo tipo. Los sonidos fluyen sin límites a favor o en contra de las corrientes. Desde las orillas se contemplan de una manera complementaria. Tres temas, en cierto modo tangenciales, reclaman la atención de este chupito fluvial: la fotografía de la música, el aprendizaje del canto y los espacios cotidianos no convencionales. El primero está ligado a una exposición en una galería, el segundo a un curso en el marco de una Semana de música religiosa y el tercero a un concierto coral en un mercado.
Pentagrama es el título de una exposición de la galería Freijo Fine Art integrada en la próxima edición de Photoespaña, que recrea en algo más de 60 fotografías en blanco y negro la pasión por la música del colombiano Leo Matiz (1917-1998). En la muestra que la Fundación Juan March dedicó hace un año a la abstracción geométrica en Latinoamérica de 1934 a 1973 se podía contemplar la faceta más ligada a la composición espacial de este singular fotógrafo. En Pentagrama lo que sobresale es una evidente dimensión humana de los músicos y una belleza desnuda de los instrumentos, que nos trae de inmediato a la memoria el universo de Los olvidados o, en general, de la etapa mexicana del cineasta Luis Buñuel, y, en otro sentido, la explosión de creatividad artística de los muralistas Siqueiros, Orozco y Rivera. A todos ellos conoció Matiz en su trascendental viaje a Mexico en los años cuarenta del pasado siglo. El realismo mágico hispanoamericano está presente hasta en los más mínimos detalles, pues no en vano Matiz nació en Aracataca, donde vendría al mundo una década después Gabriel García Márquez. En la exposición hay rostros anónimos de músicos hispanoamericanos, desde Perú y Colombia hasta México y Uruguay, con niños con chirimía, indígenas con tuba y palanqueros del vallenato colombiano, pero también hay testimonios gráficos de Pau Casals, Louis Armstrong, Agustín Lara o Marta Pérez, aquella cantante de ópera conocida como “la diva de Cuba” que llegó a cantar La forza del destino en los cincuenta en La Scala de Milán al lado de Renata Tebaldi y Giuseppe Di Stefano.
El segundo tema nos lleva a Cuenca, un lugar con ríos y hoces que se presta a divagaciones desde las orillas. Pues bien, su Semana de música religiosa del pasado abril organizó un curso de iniciación al canto gregoriano de la mano de Juan Carlos Asensio y Charles Barbier, directores de los coros Schola Antiqua y L’Échelle. 37 adultos, con mayoría femenina, y casi 70 niños han participado en una experiencia enriquecedora que ha despertado el interés de programas televisivos como el veterano Informe Semanal o de la Cadena SER en sus informativos y franjas culturales. Asensio, un pedagogo ejemplar que sabe combinar la amenidad con el rigor, ha dividido en tres grandes bloques su programa: liturgia, modos y notación. Barbier se ha centrado más en los aspectos prácticos. La complementariedad de sus intervenciones ha sido decisiva en la valoración global del curso. Ni el frío de la Catedral o de la iglesia de Santa Cruz han atenuado lo más mínimo el efecto de una iniciativa que se ha saldado con un éxito incuestionable.
La tercera observación desde las orillas parte de un concierto que ha dejado a este comentarista absolutamente conmovido por su intensidad. Fue una actuación del Coropez el 14 de abril en el mercado de San Fernando, en la calle Embajadores, con músicas de Tomás Luis de Victoria, Bach y populares de diferentes países. Un público de todas las edades abarrotaba el recinto y reaccionó con un entusiasmo escalofriante ante esta propuesta de un enorme impacto social, entre puestos de venta de carne o verduras, librerías alternativas como La Casquería y tiendas artesanales. Evidentemente la música sigue despertando ilusiones y solidaridad por mucha crisis que le pongan por delante.
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