VALENCIA. "El gobierno no es la solución, es el problema". Esta frase, una de las mayores imbecilidades dichas jamás por un político, fue pronunciada por Ronald Reagan en su toma de posesión como presidente de Estados Unidos en 1981. En aquel discurso, Reagan aludía a la crisis económica del momento, achacándola a que los norteamericanos habían vivido por encima de sus posibilidades. Como consecuencia de ello, había que actuar cuanto antes para atajar la crisis. Advertía que la crisis no desaparecería en unos pocos días, ni siquiera en meses, y que lo haría con sus ministros porque sería "capaz de hacer lo que haga falta hacer". Su receta, eliminar servicios públicos, adelgazar el gobierno puesto que éste, concluía Reagan, "no es la solución a nuestro problema, es nuestro problema".
Han pasado treinta años durante los cuales se ha venido invirtiendo cantidades ingentes de dinero para convencer a la población de que esta sarta de idioteces, con una argumentación que parece elaborada por un primate, era el diagnóstico correcto de las crisis económicas en el sistema capitalista. Porque si el diagnóstico es correcto, la solución también ha de ser la propugnada por los neoconservadores de Reagan, es decir, la eliminación de la educación y la sanidad públicas son necesarias como un mal menor porque no se puede hacer otra cosa. El planteamiento es tan absurdo (un presidente del gobierno que odia su oficio, ya que propugna la desaparición del gobierno) que se convertía en un trabajo audaz conseguir que calara el mensaje entre la población.
Y mira por dónde, resulta que ha calado. No se trata ya sólo de que las palabras de Rajoy hoy sean clavadas a aquellas sandeces de Reagan. El problema se encuentra en que, actualmente, en España no sólo se percibe a los políticos como uno de los principales problemas de nuestra sociedad, sino que el mismo concepto de "política" se ha puesto directamente en cuestión, incluso entre los grupos de izquierdas.
Se ha visto con el movimiento del 15-M, que, un año después de su nacimiento, sigue justificándose, aclarando que no piensan hacer política ni convertirse en partido político, sino plantear ideas, protestas y soluciones para un mundo mejor. El movimiento resulta encomiable pero lleva un año inmerso en una contradicción: la imposibilidad de articular un proyecto social (político, en definitiva) al renunciar a la misma idea de "política".
Éste el gran logro del movimiento conservador, haber desideologizado a la población, que ni siquiera puede plantear proyectos políticos. Durante la época de Reagan, esto de eliminar los servicios públicos se hizo para que los conservadores tuvieran más dinero para robar y construir misiles, que entonces estaba viva la Unión Soviética y había que continuar una desquiciada carrera armamentística a ver quién de los dos se hundía antes.
Y se hundió la Unión Soviética, y los conservadores ya no tenían ningún freno: ahora el capitalismo voraz se podía desarrollar en su plenitud, se podía robar ya todo la pasta sin tener que ceder ni una migaja a las políticas sociales, dado que ya no había que convencer a nadie de que era más ventajoso vivir en el sistema capitalista que en el comunista. Derruido el bloque soviético, únicamente quedaba una opción y, si no te gusta, pues tenemos una opción más chula: el modelo chino, donde no hay libertades ni para convocar juntas de vecinos en el rellano de la escalera.
Este fin de semana se estrena la última película de Richard Gere, La sombra de la traición. Se trata de una película de espías donde los malos son, atención, rusos, antiguos miembros del KGB que, en 2011, siguen haciendo de las suyas. Ahora están infiltrados en el FBI y la CIA, viven con identidades secretas en Estados Unidos y sueñan con el derrocamiento del sistema. Poco a poco van consiguiendo escalar posiciones en los servicios de inteligencia norteamericanos al tiempo que tienen, para disimular, unas perfectas esposas yanquis, con sus hijos yanquis y su casa yanqui, con su jardincito y su cocina con trituradora de residuos.
La película es muy curiosa porque confirma algo que el cine de Hollywood no debería haber olvidado nunca: metes a un soviético o un nazi en una película de acción, y la película sale sola. No digamos ya si hablas de varios de ellos que se van infiltrando en la sociedad americana, porque entonces ya te sale algo que te engancha directamente a la pantalla, como entendió muy bien Orson Welles cuandó rodó El extraño.
Aquí Richard Gere es un agente de la CIA que lleva años obsesionado con la captura de Cassius, un sanguinario ruso al que no puede capturar porque... es él mismo. Así, mientras sus jefes de la CIA creen que siempre está a punto de agarrarlo, en realidad eso le sirve como excusa para continuar con su agenda de crímenes, complots y maquinaciones. Por eso la película, en su título original es The Double, por la doble identidad del personaje de Gere, que interpreta a la vez a un agente de la ley y a un sanguinario exagente soviético.
Evidentemente, y por si a alguien le cabía alguna duda, en esta película la CIA es una organización de esforzados funcionarios que luchan contra todos los males del mundo. La historia arranca cuando asesinan a un senador en Estados Unidos. ¿Qué sucede entonces? ¿Se declara una emergencia nacional y empieza la CIA a detener y torturar a ciudadanos vestidos con túnica o de piel demasiado oscura? No, se pone a investigar como si fuera un caso de Sherlock Holmes, donde sólo falta que el personaje de Martin Sheen vaya con la lupa por ahí interrogando al mayordomo. Pero si dejamos de lado estas salvedades, la película se define por sus malos, que son de una entidad tan siniestra que hace que añoremos esas películas plagadas de soviéticos.
Ya está bien de inventarse malos y de buscarlos en países absurdos, porque eso no se lo cree nadie. Para empezar, porque todos saben que tienes que venderles armas para que se batan contigo en condiciones Y, además, porque forman parte de un sistema social tan atrasado con respecto al nuestro que nos importa un comino si en sus países las cabras son sagradas o si se pueden casar con siete mujeres a la vez. No son rivales de nivel. Sin embargo, los rusos y los nazis son como nosotros pero en malo, nuestro reverso tenebroso, y por eso su amenaza resulta siempre verosímil, porque es factible que nos puedan derrotar.
'La sombra de la traición' nos recuerda cómo era el mundo antes de la caída del telón de acero. Había gente viviendo en regímenes dictatoriales, sí, pero al menos en los países occidentales había unas democracias que se preocupaban por proteger con servicios a sus ciudadanos, se ofrecía sanidad y educación y las leyes no venían marcadas por mercados siniestros e invisibles. Se hacían películas de espías que estaban bien, la gente tenía temas de conversación que iban un poco más allá de la prima de riesgo y, por mucho que a Reagan le doliera, no había una concepción negativa de los gobiernos, de los estados o del ejercicio profesional de la política.
Llegaron los conservadores y se lo cargaron todo hasta el punto de que ni siquiera los movimientos que proponen soluciones para mejorar el sistema se atreven a usar el término 'política', no vaya a ser que si pronuncias esa palabra tres veces ante un espejo, aparezca Rodrigo Rato detrás de ti y te robe los ahorros que tienes en Bankia.
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FICHA TÉCNICA
Nombre: La sombra de la traición (The Double, 2011)
Nacionalidad: Estados Unidos,
Duración: 98'
Director: Michael Brandt
Actores: Richard Gere, Topher Grace, Martin Sheen, Tamer Hassan
Sinopsis: La CIA inicia la persecución de un antiguo agente soviético, tras el asesinato de un senador en EE.UU. Le encargan el caso a Paul Shepherdson, un agente ya jubilado que está especializado en perseguir a agentes soviéticos.
Otras películas de Michael Brandt: Primera película como director, guionista de 2 Fast 2 Furious
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