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CRÍTICA DE CINE

Tim Burton
y el universo Bankia

11/05/2012

VALENCIA. Las clases medias no están de moda. Eso que hemos conocido hasta ahora de que un trabajador honrado podía con su sueldo llegar a tener una posición desahogada, capaz de mantener a una familia con coche propio, piso en propiedad y segunda residencia, es uno de los lujos que se ha permitido nuestra sociedad y que ya están en vías de extinción. Se trata de un error que se está corrigiendo porque, ya se sabe, la culpa de la crisis económica se debe a que todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.

Y ahora estamos pagando el pato: hay que rescatar un sistema financiero hundido por la irresponsabilidad de unos ciudadanos que no han sabido vivir sin comprar pisos. ¿La solución para que esto no vuelva a pasar en el futuro? Pues es evidente, se eliminan las clases medias y desaparecerá todo conato de irresponsabilidad.

Esta situación recuerda a lo que decía uno de los creadores de la serie South Park, Matt Stone, en una entrevista que aparecía en la película Bowling for Columbine. Comentaba Stone los desajustes del sistema educativo norteamericano: mientras los empollones de la escuela secundaria acababan todos como impecables vendedores de seguros, los gamberros, los frikis, los que se pelaban clases y no aprobaban ni una asignatura desarrollaban una creatividad que no les reconocía el sistema, de manera que muchos de ellos acababan triunfando como creativos en el cine y la televisión.

Si extrapolamos esta dualidad al sistema educativo occidental, veremos que estos días coinciden en los medios de comunicación dos dignos paradigmas. Tenemos, en el lado de los empollones, a Rodrigo Rato. Exministro y exvicepresidente del gobierno, Rato atesora unas credenciales impolutas al provenir de una familia de políticos y empresarios, con una formación a base de muchos codos y tesón, aprendida en los jesuitas y rubricada por sus estudios universitarios y una carrera en continuo ascenso que le ha llevado a ocupar las más altas cimas de la política y la empresa.

En la esquina opuesta del ring, tenemos al cineasta Tim Burton, exponente mayúsculo de la parroquia friki, que le adora como gurú desde hace más de veinte años. De su infancia se conocen infinidad de anécdotas que se caracterizan por su inadaptación social y por una afición enfermiza hacia lo todo lo relacionado con el mundo de la ciencia ficción y el terror, llegando a ser considerado por sus vecinos como un auténtico bicho raro, el hijo que nadie desearía tener.

Sin embargo, ¿qué bagaje atesora al final cada uno de ellos? Pues Rato será un señor siempre encorbatado, de aspecto impecable, que da la sensación de no haber roto nunca ni un plato ni de haberse salido de los cánones que marcan las buenas maneras. Pero el caso es que por donde pasa, no vuelve a crecer la hierba: responsable de Economía del gobierno que desarrolló el burbujón inmobiliario, esta semana ha protagonizado su segunda espantada espectacular, tras dejar en 2007 el FMI.

Esta vez le ha tocado el turno a Bankia, que pasa al curriculum de desaguisados del fino estadista. Eso sí, el sueldazo de estos años ahí está, que al final esta crisis consiste en eso, en que yo gane una pasta y el resto que se apañe.

Por su parte, Tim Burton estrena este fin de semana su nueva película, Sombras tenebrosas, con Johnny Depp al frente de una nueva historia de vampiros y fantasmas que se basa en una serie de televisión de los años 60. El antiguo niño taciturno y problemático ha desarrollado una capacidad bien conocida para convertir los monstruos de su imaginación en películas que le mantienen en los elevados niveles de la popularidad al tiempo que cada vez se renueva su condición de icono postmoderno.

¿Cómo se ha labrado esta reputación? En primer lugar, gracias a la construcción de un universo particular donde los protagonistas son unos inadaptados como él, que viven en una sociedad donde los monstruos son los demás, una sociedad que no acoge a estos marginados precisamente con los brazos abiertos. Éste es el gran tema de las películas de Tim Burton, los esfuerzos de sus personajes solitarios por pertenecer a la sociedad. Se da este retrato desde sus primeras películas (como Eduardo Manostijeras) hasta las últimas (como Sweeney Todd), pasando por algunas de sus películas más celebradas, como Ed Wood (la biografía de un cineasta que se encuentra en el margen del margen de la industria) o Big Fish (historia de un vendedor que se refugia en su propio mundo fantástico para sobrevivir a la mediocridad cotidiana).

Este universo comporta también el empeño de Burton a la hora de elaborar una obra reconocible. Vamos, lo que la gente fina llama "marcas de autor". Y en Burton, aparte de su querencia por el fantástico, hay una estética tomada directamente del expresionismo alemán, de películas como El gabinete del Doctor Caligari (Robert Wiene, 1919) o Nosferatu (F.W. Murnau, 1922). Burton recupera esos decorados angulosos y de perspectivas imposibles y los adapta a unas historias amables en tono de comedia, puesto que el éxito de sus películas radica en esa conjugación entre un universo siniestro y unos argumentos donde tienen cabida las historias románticas, como en La novia cadáver.

Su instinto de killer de las taquillas le ha llevado a hacer adaptaciones canónicas made in Tim Burton tanto de musicales (Sweeney Todd) como de clásicos de la literatura infantil (Charlie y la fábrica de chocolate o Alicia en el país de las maravillas) y del cómic (Batman y Batman vuelve) o hasta remakes (El planeta de los simios). En todas ellas, Burton ha sabido imprimir una imagen de marca, un estilo con el que ha sabido venderse como un autor en los tiempos de la tan cacareada falta de talento en el cine norteamericano. Gustarán más o menos sus películas, pero directores como Burton, Quentin Tarantino o los hermanos Coen al menos tienen esa preocupación por ser fieles a unas obras que intentan destacar por encima de las maneras despersonalizadas de esa fábrica de producción de salchichas uniformes llamada Hollywood.

Y si además tenemos unas películas que se ríen de los políticos de turno (como en Mars Attacks, con un presidente histriónico y bobalicón) o del modelo de vida estadounidense que se caracteriza por su conformismo y estupidez (de eso tratan Eduardo Manostijeras y Big Fish), pues mejor que mejor. Uno se siente siempre reconfortado en ese mundo de bicharracos, monstruitos, fantasmas, zombies y cadáveres de las películas de Burton. Porque las ve y piensa en seguida que son unos monstruos simpáticos, con los que nos sentimos identificados.

Para caer en la cuenta de inmediato de que eso se deberá a que nosotros somos los monstruos marginados que vivimos en un mundo de seres mediocres e infectos que, protegidos por una apariencia de normalidad gracias a sus corbatas y sus currículos impecables, se dedican a sembrar el auténtico terror sin importarles las consecuencias.

Está aumentando el número de excluidos de un sistema que se empeña en sacar de las estadísticas a los ciudadanos pertenecientes a las clases medias. Y como todos sabemos, los sistemas están conformados por personajes como Rodrigo Rato que, como en los planes más siniestros de Fu Manchú, sueña con destruir el mundo y encima recibir una recompensa por ello. El auténtico pavor radica en que en esta realidad, los malos consiguen llevar a cabo sus planes.

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