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'Così fan tutte': las óperas pierden su voz en un invierno económico sin fin

25/07/2010

LONDRES. Nueve millones de euros menos de presupuesto en dos años: el Palau de Les Arts se une al resto de teatros de la ópera occidentales en su canto de adiós a las temporadas de proporciones wagnerianas. Elitista e impopular, la diva de la alta cultura languidece como una traviata desahuciada

A setenta y cinco metros sobre el lecho del río Turia, ĺas lamentaciones del José de Carmen y Georges Bizet que protagonizaban la temporada en el escarabajo blanco del Palau de Les Arts, se escucharon el 18 de junio desde los Lower Gardens de Bournemouth, en Gran Bretaña, hasta la plaza major de Nicosia, en Chipre: "Cesad, cesad ahora... ¡Yo he sido quien la ha matado!"

Algo ha herido fatalmente a la ópera, pero no fue este José ─cuya voz se retransmitió en vivo a cuarenta ciudades a través del programa Viva Europa, 2010 Año Europeo contra la Pobreza y la Exclusión Social. "Mi hipótesis personal es que la ópera necesita atraer a una audiencia más variada", dice Salomon van Niekerk, autor de un reciente estudio sobre el género para la Universidad de Amsterdam, "sólo sobrevivirá si consigue apelar a la cultura popular y participa de los nuevos formatos de comunicación y tecnologia".

Con un presupuesto de 23,4 millones de euros, la Ópera valenciana ha perdido cerca del 28% de la inversión pública de que disfrutaba en 2008. Claro que, peor lo llevan las sociedades musicales, esto es unos 40.000 músicos, 200 escuelas y 60.000 alumnos a los que la hoja afilada de la recesión les ha pinchado el flotador económico con un ajuste del 54%. El resentimiento, que también echa raíces entre los trombones, se exclama indignado allende las comarcas: ¿4,5 millones de euros al año únicamente por el mantenimiento de la cáscara blanca extraterrestre de Santiago Calatrava?, ¿2.500 euros por noche en una suite de hotel para el director de orquesta Zubin Mehta? ¡Abajo con la ópera!

La estudiosa de crítica cultural Judy M. Ford asegura que "de entre las numerosas expresiones de nuestro lenguaje, ninguna provoca tantos malentendidos como al de alta cultura". Para desventura de la Verdi y Mozart, sin embargo, las administraciones políticas lo han comprendido sin dificultades: es una víctima fácil.

Sirva como prueba el dolor con que se han levantado este verano los teatros operísticos del único país en el mundo donde se entona el coro de Nabucco como si fuera una albada: el ministro de Cultura italiano, Sandro Bondi, anunciaba en junio que restaría un 25% a los 240 millones de subvención que el gobierno Berlusconi inyectó en 2009 a 14 instituciones líricas. Para la Ópera de Roma, 6,3 millones de euros menos; para la de Florencia, 2,4 millones menos; y en Milán, La Scala ha cancelado el Fausto de Gounod. ¿Que cuál es la tragedia? Pues aparte del libretto, la calamidad reside en que ninguno de los teatros haya generado beneficios.

En declaraciones a Global Post, Luca Troiano, un bailarín del Teatro de la Ópera romano, denunciaba durante la última manifestación de artistas por las calles de la capital del imperio, que "con el dinero que nos quitan del salario, Berlusconi no quiere remodelar nuestros escenarios sino comprar producciones en Europa del Este porque son más baratas". A lo cual, el ministro Bondi ha contestado: "los teatros tienen 18 meses para revisar sus gastos. O buscarse donativos privados".

Si Helga Schmidt, intendente del Palau de les Arts, pretende recuperar los 32,5 millones de euros con que contaba hace dos años, va a tener que plantearse la misma disyuntiva.

Pero no nos apuremos. "El coste de mantener abierta la ópera más grande del mundo siempre ha sido mayor que nuestros ingresos", ha declarado Peter Gello, director de gestión económica de la Ópera Metropolitana de Nueva York, "a lo largo de nuestra historia, ya nos hemos enfrentado antes a enormes retos financieros". En el caso de la 'Met', no se trata sólo de que los favores en metálico se han diezmado ─en 2009, las donaciones fueron de 81 millones de euros, 45,6 millones por debajo del ejercicio anterior─, es que los activos netos de la entidad se han reducido en 112 millones de euros, pérdidas provocadas por el comportamiento de su portafolio en Wall Street.

En el Reino Unido, los decorados se resienten: "La escenografía de Stephen Medcalf en la producción de Luisa Miller usa paredes revestidas de planchas de madera para evocar la rústica sociedad tirolesa", ha escrito uno de los críticos del Financial Times, Andrew Clark, "pero resulta obvio que se trata de un efecto debido a la parquedad del presupuesto de la Buxton Opera House".

En este humilde liceo de la comarca de Derbyshire, no obstante, la música continúa. Los gastos de una temporada completa no superan el millón de euros, y suelen vender entradas por valor de alrededor de 590.000 euros. Además, Buxton cuenta con 3.000 socios y donativos cercanos a los 120.000 euros. Los números, aquí, cuadran. "Nuestros patrones marcan la diferencia", señala el director ejecutivo del teatro, Glyn Foley, quien ha presentado felizmente una agenda para 2010-2011 cuajada de Cornelius, Mozart y Haendel.

Hay un pequeño secreto de por medio. El 'modelo 30-30-30' para financiar la industria cultural en el Reino Unido suma a medidas iguales las inversiones del Tesoro público, el capital privado y los beneficios. Durante crisis económicas anteriores, la fórmula ha acreditado su capacidad de resistencia. Según el crítico Peter Aspden, "las instituciones culturales británicas no sufren de la misma manera que las norteamericanas, que dependen exclusivamente de fondos privados; y pueden programar con mayor rapidez y flexibilidad que sus homólogas europeas, que viven enmarañadas entre la burocracia de las subvenciones estatales".

BANANAS

El Consejo de Las Artes de Inglaterra o ACE ─que es un departamento oficial del ministerio de Cultura─ empleará hasta 22,5 millones de euros menos este año. Para la Royal Opera House de Covent Garden, en el corazón dramático de Londres, el pellizco significa unos 168.000 euros, esto es, la merma del 0,5% de sus fondos generales (de 33,1 millones de euros). Para el teatro de la English National Opera, la carencia impuesta será incluso menor, de 109.000 euros.

"Creo que es desafortunado que parte de los medios de comunicación se haya obsesionado con la escala de dinero que recibe la ópera", indica Liz Morgan, del ACE, "aunque el clima financiero es muy duro, las artes siguen ofreciendo un ejemplo consistente de mejora de la calidad de vida con un volumen de inversión pública más que llevadero". Por no hablar de la proyección económica. Un ejemplo: "la Ópera de Sydney, ¿sabe cuánto les cuesta, a los australianos? Diez millones de dólares [menos de siete millones de euros], y ¿sabe cuánta gente alrededor del mundo reconoce Sydney por la silueta de su teatro operístico? Cerca de 4.000 millones. ¿Cuántas campañas de márketing turístico harían falta para conseguir un impacto en el público de este calibre?", aduce Morgan, con tono triunfal.

Así lo creen también en Oslo. Repitiendo los pasos de Valencia, las autoridades noruegas construyeron en abril de 2008 un liceo de dimensiones y estilo similares al Palau ─oleadas de granito blanco y una área para la audiencia de 38.500 metros cuadrados─ con vistas a los fiordos de la península de Bjørvica. El error es que han replicado asímismo la estructura financiera: el 90% de los fondos económicos provienen del Estado.

Sin duda, esta es la vía más rápida para acabar como el Teatro Mikhailovsky de la Ópera de San Petersburgo, que abandonado por la administración, ha ido a parar a manos del patricio Vladimir Kekham. Propietario de Joint Fruit Company y del 5% del comercio mundial de plátanos, Kerkham decidió nombrarse director del propio teatro en 2007. Para los artistas, no obstante, la alternativa británica sería más apetecible.

 

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