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CRÍTICA CINE

De Nicolas a Sarkozy 
Demagogia, cultura política

21/04/2012 MANUEL DE LA FUENTE

VALENCIA. Si hay algo que caracteriza nuestra sociedad actual es la paradoja. Se da especialmente en el ámbito político. Por ejemplo, resulta paradójico que una crisis generada por parte del sector financiero y privado se cebe sobre el sistema público de la sociedad del bienestar. Es otra paradoja que la globalización no haya ido acompañada de un proceso de descentralización económica, sino al contrario, ha resultado en una creciente concentración empresarial.

Pero una de las paradojas más descacharrantes, y que está generando una mayor sensación de desasosiego en la ciudadanía, es la que indica que el desarrollo tecnológico, que permitiría un contacto más directo de los gobernantes con su pueblo, se está produciendo en una sociedad donde los centros de decisión cada vez están más alejados y son más irrelevantes.

Y eso mosquea. Porque da la sensación de que son más importantes las elecciones presidenciales francesas de este fin de semana que los comicios generales en nuestro país. Vamos, que internet favorece la democracia, sí, pero sólo si se aplica en un ámbito local para decidir cosas estrambóticas, como si se puede plantar marihuana en un pueblo catalán o para determinar si en otro municipio se sigue o no con la mongolada del bous al carrer. Sin embargo, para cuestiones generales, tenemos que alejarnos cada vez más de nuestra política tradicional para ir a otras plazas donde de verdad hay capacidad de decisión a la hora de marcar las directrices económicas o incluso políticas.

El caso es que estas elecciones en Francia no son ninguna tontería, y se interpretan en clave de construcción europea, puesto que servirán para determinar si sigue al frente del país (y de Europa, en gran parte) uno de los políticos más ineptos, macarras e incapaces de las últimas décadas: Nicolas Sarkozy.

Con el objetivo de ofrecer un retrato de este trepa, se ha estrenado De Nicolas a Sarkozy (La conquête), una película que narra su biografía entre 2002 y 2007, es decir, su fulgurante carrera desde el ministerio del Interior con Jacques Chirac hastVillepin y Sarkozy en una imagen de 2005a la noche en que es elegido presidente de la república francesa. Veremos, así pues, cómo se desenvuelve Sarkozy en sus intrigas palaciegas para ir haciéndose con el primer puesto de la derecha gala, pasando por encima de los aspirantes de su partido (la UMP), es decir, acabando con su antagonista, Dominique de Villepin, pero superando también las reticencias de Chirac y usando habilidades de estratega demagogo para aglutinar el descontento con la izquierda y comerle espacio a la extrema derecha de Le Pen.

Destaquemos primero lo malo, los puntos más flojos de la película, que pasan por un esquema casi infantil, donde la política se explica por una mera cuestión testicular: si tienes bemoles, como los tiene Sarkozy, puedes llegar muy lejos. Así, en la película no se ven ni los intereses ocultos, ni los grupos de presión y apoyo que explican su ascenso, ni las motivaciones de las alianzas políticas que el personaje va cultivando. Uno ve la película y parece que el esfuerzo por ganar las elecciones en Francia es similar a ser el presidente de la comunidad de vecinos, ya que se combina un cierto tesón personal con el desinterés del resto de los contendientes. Sarkozy es poco más que un tipo con maneras de portero de discoteca que se limita a intimidar a los demás y a crecerse ante la adversidad.

No obstante, este retrato tan elemental desvela, al mismo tiempo, los puntos fuertes de una película que se sitúa en la línea de un cine europeo actual que insiste en retratar la política cAl Pacino en 'Scarface'ontemporánea. Una de las cintas más emblemáticas es Il divo, película de 2008 que giraba en torno a la figura de Giulio Andreotti y sus maquinaciones en el poder, lo que suponía una disección de la Democracia Cristiana italiana. Si en aquella película Andreotti estaba caracterizado como una especie de Nosferatu interesado en vampirizar a sus adversarios, en este caso tenemos un Sarkozy presentado como Al Pacino en El precio del poder (Scarface, 1983), es decir, como un mafiosillo de medio pelo cuyo ascenso se basa en unas capacidades intelectuales limitadas al conocimiento de los resortes de la política.

Porque en eso viene consistiendo la política desde los años de Ronald Reagan, en la profesionalización de las formas y en el vaciado de los contenidos. En esta película, Sarkozy sigue el manual del ideario conservador para medrar. Un ideario que recoge que la característica fundamental es el populismo, con un candidato situándose por encima de los políticos profesionales y presentándose a sus votantes como un salvador que resolverá todos los problemas, un mesías que no está infectado por los tics que arrastran los políticos.

Esto se sitúa en una falta de escrúpulos motivada por una carencia de ideología que hace que el personaje se vaya acogiendo o renunciando a unas ideas mínimas con las que conforma su discurso. Un discurso, a su vez, carente de propuestas y repleto de apelaciones a la emotividad del público: es bastante revelador ese discurso que vemos en la película en el que Sarkozy no lanza ni una propuesta para hilar toda una serie de tópicos sobre la Francia que él ve, un país lleno de pajarillos, arcoíris, libertad, trabajo y superación personal. Todo ello hará que Francia sea grande de nuevo.

Por último, en el éxito del movimiento conservador está también el control de la prensa, con los políticos concediendo entrevistas como quien concede prebendas a los lacayos, dictando las líneas informativas de los periódicos y usando los medios de comunicación en sus particulares batallas por el poder.

Todas estas características las puso en marcha Reagan con tanto éxito que la política occidental ha ido americanizándose: también se veEl expresidente estadounidense Ronald Reagan en esta cinta, donde el acto de proclamación de la presidencia de la UMP en 2004 se lleva a cabo en una ceremonia con banderitas, pantallas grandes y público enfervorecido. Es decir, un espectáculo netamente estadounidense.

Se apuntan también otros temas de refilón, como la política policial basada en la represión o el estúpido consentimiento de la izquierda, que trata de imitar las formas y políticas del movimiento conservador. Ahí está Chirac, en un momento dado, refiriéndose a Ségolène Royal con estas demoledoras palabras: "Una candidata que nunca dice nada sobre nada, y ese nada lo dice con una sonrisa". Sustituyan a Royal por ilustres cabezas pensantes del socialismo patrio, como Leire Pajín o Carme Chacón, y entenderemos que la vigencia de esta afirmación explica esa desafección política de la ciudadanía, ese descreimiento en el valor del voto y en el funcionamiento real de la democracia.

Mientras, en nuestro país, todo sigue igual. Carecemos de películas como De Nicolas a Sarkozy aplicadas a nuestro caso concreto. Hay algunos ejemplos aislados, como las películas ultraderechistas Lobo y GAL, pero poco más. Aún parece ciencia ficción que se pueda realizar una película así sobre Aznar o Zapatero sin que salten los agoreros listillos de siempre criminalizando a todos los representantes de la industria de nuestro cine. Por eso continúa la desafección y por eso la globalización sigue dejando muchos espacios por conquistar, como el de una cultura realmente crítica con el poder, sea del color que sea. Y por eso somos tan diferentes de países como Francia que, por lo menos, tienen muy claro el valor de la cultura para remover conciencias.

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