VALENCIA. Hay muchas formas de pedir perdón, pero muy pocas de ganárselo. La nómina de jefes de Estado en ejercicio que se han disculpado ante sus respectivas nacionales es reducido, y el Rey Juan Carlos no ha sido uno de ellos.
Lamenta lo ocurrido, asume que fue un error y promete no repetirlo, pero no pide explícitamente disculpas. Los mismo pasos que siguió el presidente de EEUU Bill Clinton en su intervención pública tras el caso Lewinsky. Sin embargo, entre las formas de uno y otro media un abismo.
EL REY EN LOS PASILLOS
La Casa Real ha optado por una disculpa de pasillo al final de la mañana. Se abre una puerta de hospital y aparece el Rey dubitativo y apoyándose en unas muletas. Es en ese momento cuando el periodista Luis Lianes lanza una pregunta de compromiso: "¿Cómo se encuentra?".
Algo sorprendido, el Rey esboza una sonrisa y responde que mejor, que agradece al equipo médico cómo le han tratado y que está deseando retomar sus "obligaciones". Es en ese momento cuando baja la mirada y presenta sus disculpas, lo que realmente esperaba la nube de periodistas.
"Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir". Más que serio, habla triste. Transmite una fragilidad agudizada por el tono apagado y el lenguaje casi doméstico, infantil. Como un niño después de un castigo.
En sólo 25 segundos dice lo que tenía que decir. Sin florituras ni más explicaciones. Una disculpa simple y general. No concreta si el error ha sido el viaje, la caza de los elefantes, sus actividades privadas...
Hay que reconocer que evidencia una sinceridad poco cuestionable. Es difícil saber hasta qué punto ha sido consciente de la tormenta generada en las redes sociales, mucho más intensa que la despertada en los medios tradicionales. Hay quien ve en esta declaración la mano del jefe de la Casa Real, Rafael Spottorno; de su amigo y compañero de regatas, Josep Cusí; y, más probablemente, de su heredero, el Príncipe Felipe.
LA MAJESTAD DE UNA REPÚBLICA
Poco tiene que ver esta actitud y puesta en escena con las del presidente nortamericano Bill Clinton, cuando se disculpó por la "relación inapropiada" (como él la definió) que mantuvo con Monica Lewinsky, becaria en la Casa Blanca entre 2004 y 2005.
Clinton optó por una alocución institucional que se emitió en horario de máxima audiencia en el mismo lugar desde el que había comparecido por videoconferencia ante el Gran Jurado unas hora antes. Eso sí, la luz ahora era bien distinta y la actitud del protagonista eran las propias para demostrar legitimidad y poder.
La luz se concentra en él, dejando el resto de la escena en sombras. Para darle calidez, una cortina granate y un centro de flores contrasta con el ocre de las paredes. Las sombras en el rostro refuerzan aún más que la intención era emular los cuadros de las grandes figuras de la historia americana.
Con camisa blanca, corbata azul y chaqueta oscura permanece sentado mirando fijamente a la cámara (al espectador) sin que se le vean las manos, que podrían distraer. Son las pausas y su rostro los que refuerzan las palabras con ligeras inclinaciones o el arqueo de cejas. En esto Clinton era un maestro y sus asesores le sacan partido con un acercamiento de cámara que agranda aún más el rostro en los momentos clave.
Estos momentos de énfasis no son cuando reconoce el "error" por el acto y los tira y afloja que mantuvo con el Justicia hasta que llegó el momento de la declaración (0:50), sino por algo mucho más productivo electoralmente hablando.
TE PUEDE PASAR A TI
El presidente americano no pide perdón en ningún momento. La intervención de Clinton era asumir su culpa para buscar la empatía con los hombres y la comprensión de las mujeres. Para los primeros explica cómo el Gran Jurado le había hecho preguntas sobre su vida privada que "ningún ciudadano americano quisiera responder" (0:22).
El primer acercamiento de cámara sirve para reconocer que debe asumir sus "responsabilidades" y se dirige abiertamente al espectador: "por este motivo les estoy hablando esta noche". Califica la relación con Lewinski como un "error de juicio y un fracaso personal", niega que presionara a testigos o intentara destruir pruebas y transmite dolor cuando cita a su mujer como una de las personas "engañadas" con su comportamiento.
El siguiente acercamiento de cámara se da cuando expone sus razones para el error, que justifica por la defensa de su "familia", palabra clave que culmina el zoom y fundamental para el público femenino. A partir de ahí, cuestiona las intenciones de sus acusadores, que hicieron daño "a las dos personas que más amo, mi mujer y mi hija, y a nuestro Dios". Remite su desliz al ámbito "privado" y es en éste donde promete resolverlo. "Incluso los presidentes tenemos vida privada".
ENVOLVERSE EN LA BANDERA
Deja la dulzura de esta sección del discurso para recriminar que se busque la "destrucción personal", que sólo ha servido para que el país se distraiga de lo realmente importante. "Es el momento de seguir adelante" de centrarse en "los problemas reales, problemas de seguridad".
"Les pido que se alejen del espectáculo de los últimos meses", añade, para centrarse en "todos los desafíos, todas las aspiraciones de la América del próximo siglo". Clinton da las buenas noches y la cámara se aleja para pasar página del caso Lewinsky.
Ni una disculpa ni la más mínima manifestación de debilidad ante nada ni ante nadie. El presidente es un líder fuerte, aunque acepta los errores privados que puede cometer como hombre y por los que tendrá que responder en este mundo ante su familia y en el otro ante Dios.
buen artículo! Analítico, destacando diferencias. Lejos del amarillismo del hombre del saco y de la "dictadura emocional" de las redes sociales. Por esto accedo a Valenciaplaza.com.
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