VALENCIA. Hace cinco años, Jaume Balagueró y Paco Plaza estrenaron REC, una película que acabaría convirtiéndose en uno de los taquillazos más importantes del cine español reciente. Se trataba de una película de terror que llegó a contar con una campaña de promoción bastante original: uno de los tráilers consistía en mostrar cómo reaccionaba el público que veía la cinta, saltando, gritando, llevándose las manos a la cara y, sobre todo, sin apartar los ojos de la pantalla.
Este tráiler no sólo describía la fascinación que despertaba la película sino que, además, funcionaba como reclamo, creando un sentimiento de comunidad: viendo la película, uno se insertaría en el colectivo de espectadores que habían compartido una serie de sensaciones únicas en la sala de proyección.
Este efecto de contagio, de sentimiento de pertenencia, resulta fundamental para que una película funcione en taquilla. Y se trata de una estrategia recurrente en el cine de terror porque el terror es precisamente eso, mostrar lo que no se suele ver. De ese modo, quien asiste a una película de terror sabe que va a experimentar sensaciones (sustos, tensión, risas catárticas) o que va a ver hechos o personajes poco usuales (monstruos, asesinatos, fenómenos paranormales, etc.).
Esto lo sabían perfectamente Balagueró y Plaza, que ya habían dirigido otra película similar: OT, el documental de la gira final de los concursantes del programa "Operación Triunfo". No, malpensado lector, no queremos decir que Bisbal, Bustamante, Rosa, Chenoa & Cia sean personajes monstruosos o terroríficos. Lo que queremos decir es que ya habían jugado con el cine como un instrumento para crear comunidades afines.
Porque en eso se basó el concurso televisivo, en hacer sentir a los espectadores partícipes del sueño de los concursantes, asistiendo a sus dudas, sus lloros, sus ensayos durísimos y sus éxitos. Y, mira tú por dónde, la película estaba bastante bien pese a lo que pudiera parecer, ya que tenía un ritmo bastante ágil. Podemos presumir, así pues, de que somos críticos concienzudos, que tuvimos las agallas de ver OT y que, encima, no nos hizo vomitar, sino todo lo contrario.
Así, Balagueró y Plaza unieron esta experiencia conjunta a su bagaje como realizadores del género fantástico y de terror. Y si se habían atrevido con toda la plaga de Bisbal y Busta, decidieron hacer una especie de parodia donde homenajear o citar las películas que más les habían influido. Y se pusieron manos a la obra con una película de narración subjetiva y con cámara en mano, como El proyecto de la bruja de Blair.
En este caso, REC, trataba de las aventuras de un equipo de televisión que entraba con los bomberos en un edificio donde había sonado la señal de alarma. Una vez dentro, descubrían una infección zombi, de manera que se seguía el ritual de siempre: los personajes iban cayendo uno a uno por ese mismo contagio con el que se van contagiando los espectadores que van cayendo subyugados ante los atractivos que promete la cinta.
REC no sólo se basaba en los modos de la bruja de Blair, sino que recorría películas desde el terror clásico hasta El silencio de los corderos (la secuencia final con visión de infrarrojos), poniendo en la pantalla todos los elementos del terror tradicional, como la casa en la que suceden los hechos, la niña como transmisora de la inocencia y la maldad o el horror que supone que los personajes más cotidianos y anodinos se conviertan en siniestros seres con impulsos incontrolables.
El problema que generó REC es que se convirtió en cosa seria. Porque la gracia de la película residía en que se tomaba a pitorreo todos esos elementos, con un montón de escenas y golpes de sorpresa que provocaban la hilaridad, como el bombero que aparecía de repente desplomado en el hueco de la escalera o la anciana a la que golpeaban con el mango de un hacha. Por no mencionar ese retrato costumbrista de la Barcelona actual que conjuga las ansias de sofisticación (personajes como la madre de la niña) con ciertas actitudes paletas y pueblerinas (el racismo que manifiestan hacia la familia china que reside en el edificio). Pero como la película dio tanto dinero, hubo que crear secuelas que siguiesen jugando con esta idea de transgresión paródica de las normas del cine de terror.
Y aquí llegamos a REC 3, donde se mantiene el planteamiento: unos personajes que tienen que huir de un espacio sitiado por zombis (perdón, infectados) mientras el grupo se va diezmando. Aquí no es ya un edificio, sino el salón de banquete de una boda y la película se recrea en mostrar los aspectos más cutres de esta ceremonia aprovechando la excusa de su mayor horterada, la filmación en vídeo.
La transgresión se sitúa en la burla de esta tradición y la ridiculización de las ñoñerías romanticonas de las comedias norteamericanas: cómo no, la pareja protagonista, los recién casados, son repulsivos hasta la náusea, y de ello hay una constante parodia en la película, incluso en el momento en el que Paco Plaza le da la vuelta a la tortilla de La matanza de Texas y convierte a la chica en la portadora de la sierra mecánica en la secuencia más gore de REC 3.
Pese a que la película no puede llegar al planteamiento tan original y descacharrante de la primera, y pese a que su recaudación no ha sido como para tirar cohetes, es muy saludable ir a ver al cine una película como REC 3. En primer lugar, porque es entretenida y tiene de todo lo que puede atraer a los frikis y aficionados en general, desde sangre hasta sustos, pasando por un sano pitorreo. En segundo lugar, porque es una buena noticia que Paco Plaza siga empeñado en rescatar el cine de terror español de su categoría de series B y Z, es decir, de películas de ínfimo presupuesto. Gracias a él y a Balagueró, gracias a REC, no todo el terror se reduce en nuestro país a Jesús Franco y Paul Naschy.
Y, en último lugar, por una cuestión de salud mental. Porque, en estas fechas, nos van a bombardear de nuevo en las televisiones con las peliculitas de Jesucristo que siempre nos ponen, esos coñazos insoportables para adoctrinar y torturar a los espectadores en el franquismo a base de reposición. Como es imposible que las televisiones pongan películas sobre el tema que estén medianamente bien (las de Pasolini o Scorsese, por ejemplo), pues habrá que huir al cine a ver películas de terror. Donde la religión sirve para paralizar a los estúpidos sin mente, como hace el personaje del cura con los zombis de REC 3. Con algo hay que conformarse.
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