VALENCIA. Casi dos millones de euros cobrará el Valencia por lucir Jinko Solar en sus camisetas hasta el final de la presente temporada. Pero el fútbol siempre ha tenido unos números diferentes al resto de los deportes. Ni siquiera el baloncesto, en teoría el segundo deporte rey, puede llegar a esas cifras ni en patrocinios ni en derechos de televisión. Y, lógicamente, en semejantes guarismos ni entra el fútbol sala, que ha visto hace una semana cómo desaparecía un club como el Benicarló.
El equipo castellonense de fútbol sala no ha podido superar la enorme deuda que arrastraba el club de la gestión anterior. El casi medio de millón de euros que se debían ha sido la causa por la que el conjunto valenciano ha tenido que echar el cierre, incluso militando en la División de Honor española. El equipo castellonense de fútbol sala no ha tenido ningún patrocinador importante en su corta vida en la élite a pesar de haber sido el único equipo valenciano en la primera división española.
Sin embargo, es bien curioso la pasarela de marcas que han transitado por el deporte valenciano en los últimos 15 años. Y no deja de serlo menos el hecho de que ya casi ninguna apueste por las disciplinas llamadas minoritarias. Es la crisis, dicen. Y puede que sea así. Pero también es el hecho de que se acabaron los copatrocinios. O, mejor dicho, que las instituciones han dejado de cubrir los presupuestos de los clubes y los patrocinadores ávidos de acercarse a éstas se han visto frenados por tener que aportar toda la pasta.
Vayamos a casos concretos. En Valencia (excepción hecha del baloncesto masculino, donde Juan Roig pone directamente el dinero de su bolsillo) en esta fórmula solo queda el Ciudad Ros Casares. Deportivamente hablando, salvo el lunar de la Euroliga, el club lo ha ganado todo. Pero a nivel empresarial ha sufrido un ERE de más del 35% de su plantilla. ¿Cómo se explica esto? La razón es sencilla: el patrocinio deportivo es una forma de acercar la empresa a entidades públicas y privadas y siempre amplía las posibilidades de cerrar diferentes acuerdos a futuro con ellas.
Sin embargo, echar la vista atrás no solo conlleva desapariciones e la élite deportiva, sino incluso de la élite económica. El caso más reciente fue el de la constructora Armiñana, que apostó por reflotar el fútbol sala en la ciudad tras la retirada (a tiempo) de la empresa Vijusa. Durante dos años se volvió a vivir en la División de Honor con un presupuesto asumido enteramente por la firma de 1'8 millones de euros por campaña, pero el ya clásico Concurso de Acreedores se llevó por delante el equipo, el patrocinio y la compañía.
Historias de constructoras hubo muchas. Como la de Llanera, que además de copatrocinar al ya mencionado Ros Casares llegó incluso a ser sponsor principal del Charlton Athletic inglés. Pero llegó 2007 y con ella la crisis, principalmente inmobiliaria. Y los impagos de aquella ambiciosa campaña de marketing se perdieron en un nuevo procedimiento concursal.
Pero bajemos más escalones deportivos. Para colocarnos, por ejemplo, en el mundo del balonmano. En 1998, por ejemplo, la insipiencia de la telefonía móvil llevó a Airtel a patrocinar a un equipazo (heredero del Avidesa Alzira) donde confluyeron entre otros Salva Esquer, Juan Alemany o Juanjo Panadero. Antes había sido el grupo médico Eresa quien contribuyó a pagar sus más que buenos sueldos. Y algo más tarde, la empresa de ¡plataformas elevadoras! Vamasa. ¿Tenía alguna relación previa con este deporte? No. ¿Fue más conocida a raíz de ello? Sí. Punto.
Algo parecido ocurrió con la ‘gran guerra' entre las dos mayores potencias del balonmano femenino de la última década: El Osito L'Eliana y el Ferrobús Mislata. El primero se aprovechó del tirón de los centros comerciales para cambiar su sede desde Sagunto y recibió a cambio 200.000 euros. Por su parte, el segundo contó siete años con el patrocinio de la constructora y posteriormente pasó a Ribarroja merced a los 300.000 euros que le inyectó la empresa Cementos La Unión. Mientras duró el dinero de los ayuntamientos, de la Generalitat y de los sponsors (que eran complementos, no lo olvidemos. El grueso del presupuesto venía de los poderes públicos) ganaron Ligas, Copas, Recopas y Copas de Europa. Trajeron a precio de oro a las mejores jugadoras del Mundo. Viajaron por todo el continente en innumerables eliminatorias. Y solo llenaron los días de las finales. ¿Eran rentables? Por lo visto, mientras duró el dinero público sí: aparecían en los medios y se erigían en vehículo empresarial para negociaciones con otros países.
Hoy, sin embargo, no queda NI UNO de esos patrocinadores. Ni uno. El Valencia, que ya tuvo dos pufos con Metrored y Valencia Experience (estos firmaron un contrato de 6 millones de euros anuales), ha tenido que esperar al mes de enero para encontrar patrocinador para su camiseta. Quien, por cierto, digan lo que digan no dará nombre al nuevo estadio. El precio de salida, hasta para ellos, es prohibitivo. El Levante, recién salido del concurso de acreedores, luce la palmera de Comunidad Valenciana. Y a saber cuándo lo cobra.
En baloncesto, Juan Roig decidió cancelar el año de contrato que le restaba con Power Electronics para aplicar su Cultura del Esfuerzo, pero mucho antes de eso Ferrys había apostado por el basket de élite en Llíria. Eran otros tiempos para el textil valenciano. En atletismo, sin ir más lejos, el Terra i Mar sigue llamándose así pero ya no dispone ni de la octava parte del dinero que tenía con Redolat, Montaner o Alozie en nómina. El fútbol sala pervive gracias a la Universidad Politécnica, quien por cierto comienza a acusar los impagos. Y ya ni hablamos del Club Waterpolo Aguas de Valencia, que desapareció de la élite cuando desapareció su patrocinador.
Así que la nueva pregunta es: ¿sigue siendo rentable patrocinar el deporte? Y, visto lo visto, parece que ya no.
El patrocinio sigue siendo rentable, siempre y cuando se cumplan dos factores: que su precio sea razonable para el retorno, y que la empresa patrocinadora tenga una plan estratégico de marca a largo plazo. En muy contadas ocasiones (como el caso Unibet), es válido el patrocinio a corto, para implantar una marca nueva, pero debe ir acompañado de un intenso plan de implantación que aproveche al máximo el patrocinio. Eso sí, unir la marca a un club o un deportista tiene riesgos grandes, y el patrocinador no siempre queda protegido de ellos en contrato.
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