Ayer se publicaron los resultados de una encuesta laboral, que puede encontrar en este mismo diario digital, realizada entre más de 300 parados mayores de 45 años y otros tanto de la misma edad pero con empleo. Las conclusiones son algo escabrosas: los primeros dudan que encuentren empleo al menos antes de un año. Y los otros están convencidos de que perderán el suyo ante de que finalice ese mismo año.
Así no puede ir lejos una economía. En primer lugar por el estado de ánimo que se está extendiendo entre los trabajadores más expertos del país, con o sin empleo, aquellos que llevan al menos dos décadas trabajando. Eso no puede estar ayudando a mejorar la confianza que tanto necesita la economía española.
Y en segundo lugar porque es precisamente la falta de formación de lo que más adolece la manufactura nacional. Si la formación no acaba de alcanzar la calidad que necesitan las empresas, y éstas deciden despedir a sus trabajadores más expertos prefiriendo contratar a los más inexpertos pero más baratos jóvenes, ¿hacia dónde vamos? Despreciar a profesionales en los que se ha invertido años de formación y experiencia es un mal negocio para las empresas, por mucho que los 'jóvenes leones' recién salidos de la universidad resulten a la postre una bicoca. Es pan para hoy y hambre para mañana.
Es obvio que la ordenación laboral de España es anticuada e inadecuada para los tiempos que vive la economía y que no ayuda a cambiar este estado de cosas. La reforma que ahora impulsa el Gobierno y que será debatida proximamente en el Congreso de los Diputados debe ayudar a cambiar este escenario absurdo de relaciones laborales, pero paralelamente los contratadores deben afinar algo mejor sus criterios en este terreno.
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