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VALENCIA. Si alguien creía que estaríamos planteando esta diatriba en el mes de febrero de 2012, me gustaría retarle a que me demuestre que pensaba en septiembre que el Levante de Juan Ignacio Martínez sería cuarto en la Liga y que además se mantendría ahí sin haber conseguido resultados demasiado favorables este año.

Aun así, los granotas están de enhorabuena por muchos motivos. Muchos más, incluso, que estar completando la mejor temporada de su historia. El cercano saneamiento de sus cuentas, el millón de euros dejado por la venta de Nano en las arcas, la explosión de Koné, las posibilidades reales de sacar dinero por Iborra en junio...

No es de extrañar, por lo tanto, que después de ver por primera vez en su vida a su equipo liderando la tabla, después de iniciar al temporada ganándole en casa al Real Madrid y de haberse metido en los cuartos de final de la Copa del Rey, sueñen con Europa. Tienen derecho. Tienen ilusión. Y es muy comprensible.

Sin embargo, más allá de aficionados deben ser también conocedores de la realidad del club. Aquella que los dirigentes no pueden pregonar (exactamente al contrario de lo que hace su vecino, el Valencia) pero que va mucho más allá de motivos deportivos.

Jugar en Europa no entra en los planes de la directiva. Solamente en caso de hacerlo en la Liga de Campeones se encontrarían con una opción rentable. Pero, aunque se sigue en la cuarta plaza y los rivales de atrás tampoco parecen sumar de forma regular, la previsión no es estar ahí a final de temporada. Pero quizá sí en puestos de Europa League.

En el primer caso, al margen del exitazo deportivo que supondría aparecer de repente en la Champions, las consecuencias económicas positivas solo por participar serían tan brutales que ni siquiera se plantean en el Consejo. Permitirían, solo con ellas, una campaña desahogada en lo monetario. Y hasta una cancelación de deuda más rápida de la prevista.

Pero la Europa League es otra cosa. Los ingresos son mínimos, los viajes más largos (y consecuentemente más caros) y sus innumerables rondas suponen realizar un esfuerzo económico suplementario porque con la edad y amplitud de la plantilla es materialmente imposible afrontar tres competiciones. No estamos hablando de ser competitivos. Estamos hablando simplemente de aguantar el ritmo.

En caso de que eso ocurriera, en el club se tiene la percepción de que el problema deportivo podría convertirse en muy peligroso. Habida cuenta de que la edad media del plantel es alta, que apenas habrá renovación del mismo puesto que muchos de esos futbolistas tienen firmado un año más y que en ningún caso se van a realizar muchos fichajes, la sombra de lo ocurrido con Celta y Deportivo (con mucho más presupuesto y mejores plantillas) planea sobre Orriols. Y han salido las cosas demasiado bien, a nivel monetario y futbolístico, como para lanzarlas a perder por una sola temporada de disfrute continental.

Por ello, aunque nunca lo expresarán oficialmente porque sería antipopular (sí lo han hecho varios de sus integrantes en conversaciones informales), los directivos del Levante no sueñan con Europa. Quizá, si en dos meses la cosa sigue igual, sí les entre el gusanillo del ‘¿por qué no?' con el tema de la Champions. Pero, en caso de bajada clasificatoria, prefieren quedarse fuera.

Porque, posiblemente, el mayor éxito deportivo de la historia del club podría conducirles a un descalabro económico que no se pueden permitir.