VALENCIA. Siempre hubo algo en
Julián Miralles que le impidió pasar del casi al ya. Fue campeón de Europa de motociclismo, pero no pudo llegar a las cotas de
Champi Herreros o Aspar. Formó a su hijo para conseguir quitarse esa espina, pero una grave lesión en el año de su debut en el Mundial le apartó de su excelente progresión. En él se confió para ser capaz de ver donde otros no podían a los futuros campeones del Mundo desde una maravillosa escuela llamada
Cuna y ubicada en Cheste, pero cuando se acabó el dinero volvió a tener que pelear solo. Y solo decidió fabricar dos Moto2 totalmente valencianas, competitivas, con la intención de venderlas a algún equipo mundialista y verlas triunfar. Pero ahí sigue todavía.
Por partes. Aquel que pensó que su capacidad de visualización del talento y sus consejos de piloto de élite servirían a las futuras generaciones para hacer grande el nombre de la Comunitat incluso se quedó corto. Con el dinero de
Bancaja primero y cada vez más sin él a última hora, la
Cuna de Campeones se ha erigido en el campeonato de formación más importante de España en tan solo 10 años. Y no solamente por los productos autóctonos
(
Hector Faubel, Héctor Barberà, Nico Terol, Xavi Forés, Adrián Martín o Sergio Gadea han salido de allí), sino por todos los riders nacionales y hasta internacionales que buscan a través de ella dar el salto primero al Campeonato de España de Velocidad y, más tarde, al torneo planetario.
A la pregunta de por qué salen menos pilotos que en los primeros años ya se respondió en un artículo en Valencia Plaza. Sin patrocinio, con escasas becas para aquellos que son buenos pero no pudientes (algo muy común en el mundo del motociclismo) y con los problemas de pago del
Circuit Ricardo Tormo debido a los retrasos de la Administración, las condiciones idóneas han dejado de serlo. Y el vivero, aun siendo todavía frondoso, corre el serio riesgo de secarse en un futuro no demasiado lejano.
Pero si esto no fuera suficiente preocupación para un buenazo como Julián, de sus niños vuelve la vista a 'sus niñas'. Y cada vez se da más cuenta de que, como a muchos, la crisis se le ha llevado por delante una idea que cinco años antes le hubiera permitido por fin vivir holgadamente.
Entre
30.000 y
57.000 euros cuestan, por si alguien quiere comprarlas, las Moto2 construidas íntegramente en la Comunidad Valenciana. Y no son lentas ni mucho menos, como han demostrado los podios obtenidos por
Román Ramos en el CEV o las invitaciones a pruebas del Mundial como Motorland. Y sin embargo, como diría Sabina, fabricantes como Suter o Kalex ganaron la partida desde el primer momento a la MIR Racing. Ni siquiera Aspar, compañero de algunas fatigas, confió lo suficiente para decidir que esas y no otras serían sus monturas para la categoría intermedia del campeonato.
Ahora, a pesar de su sonrisa socarrona Julián cuenta que no hay dinero para nada. Que sobreviven con la Cuna porque la felicidad de ayudar a niños a cumplir sus sueños le lleva a seguir esforzándose aun con los recursos justos. Que no tienen sponsor para correr en el CEV. Y que las motos, paradas, lógicamente no evolucionan. Pero los pagos por los créditos siguen teniéndose que afrontar a principios de cada mes. Y, pese a su ganada fama de luchador, cada vez más se le dibuja en el rostro la mueca de una dolorosa derrota.