VALENCIA. La fase inicial de las relaciones con los padres, biológicos, legales o reales, de la pareja, sea ésta la primera o la enésima, tiene sus reglas. Y sus riesgos. Que la estructura de la familia haya cambiado o que la vinculación sentimental entre dos humanos no sean hoy en buena parte de los casos para toda la vida, no altera nada. Las conversaciones en torno a una, y a menudo más de una, copa de vino y sobre el vino son a menudo el origen de desencuentros con negativos efectos secundarios fácilmente evitables. He aqui cinco instrucciones para intentar soslayar malentendidos...:
- Primera. El vino está como el progenitor dice que está. Regla fundamental en las primeras ocasiones. Poco importa que el vino esté picado, ácido o viejo. Si él o ella sentencian al catarlo que está de cine, está de cine. Si está caliente, está caliente. Y si le falta (o sobra) botella, le falta (o sobra) botella. Aunque estemos convencidos de que no tiene 'npi' y nos tengamos que, literalmente, morder la lengua.
Un vino no merece la pena una rectificación que, a buen seguro, será considerada una desautorización por un recién llegado delante de su vástago (aunque éste o ésta rocen los cuarenta). Aunque lo parezca, la desautorización ante los hijos por un "externo" siempre sabe a cuerno quemado con independencia de los años que se tengan. Que seas varón o mujer, o que lo sea el suegro desautorizado, es irrelevante.
- Segunda. Elegir siempre el segundo vino más barato. Si te ceden el honor de seleccionar el vino en un restaurante (muestra de confianza creciente), no te pases. Si tienen en carta ese vino que siempre has soñado probar -un Pingus 2006, por ejemplo- vuelve con tu pareja otro día. Con los suegros (mientras lo sean) más vale no llegar que pasarse. Y tampoco elijas el vino más barato que se notará demasiado tu deseo de agradar. Elegir el segundo vino de menor precio es siempre una buena elección (un humilde Marqués del Norte Asda 2010 de D.O. Rioja, por ejemplo). Además, así cuando, como quien no quiere la cosa, te pidan la carta "sólo para ver qué tienen" se darán cuenta de lo sensato y razonable que pareces.
- Tercera. No pretendas dar lecciones de cata. Mucho cuidado si estás provisto de un nariz de esas que además de la consabida fruta roja (bien madura como norma) y frutillos del bosque, sabe encontrar en el vino tinto toques avainillados, sotobosque, balsámicos, especiados, y demás cursiladas. O si en la boca tienes la capacidad de poder definirlo como fresco, amplio, envolvente, de buen peso, con taninos aterciopelados, de acidez marcada, y de media longitud. Y cuidado también si eres de los que detectas flores blancas, mantequilla o bollería en los blancos. Mejor te guardas ese don que dios te ha dado para ti (y tu grupo de cata). Al menos hasta que os conozcáis más.
Tampoco, si eres quien lo catas, es buena idea pasarte varios minutos oliéndolo (y menos cerrando los ojos en cada inspiración) o con el primer trago en la boca (mirando al techo) mientras el resto de la mesa espera impaciente (y un pelín hasta donde imaginas) para que les sirvan a ellos. Lo más probable es que sean de los que los vinos les gustan o no les gustan y punto.
- Cuarta. Los mejores vinos son de donde ellos digan. Está cada vez extendida la convicción de que los vinos de la zona donde uno vive, o de donde procede, son los mejores. Y si no los mejores, sí los de mejor relación calidad precio. Para los de Murcia los de Murcia, para los de Catalunya los catalanes y para los valencianos los valencianos. Por supuesto es una opinión tan respetable como discutible en función del gusto de cada cual.
Pero si los cabezas de familia de tu pareja opinan que los mejores vinos son los de la DO Valencia, y te lo sueltan como aseveración, ni se te ocurra contraatacar con un "pues, para mí los mejores son los de la Ribera del Duero". Si la cosa prospera y seguís viéndoos ya habrá tiempo de intentar coincidir en que vinos buenos los hay en todos lados. Y cuidado con los gestos ante sus afirmaciones: la cara en muchas ocasiones es el espejo no sólo del alma sino del pensamiento.
- Y quinta. Paciencia con la ignorancia. Aunque a tus suegros no les afecte eso de que el atrevimiento es algo que se cura con el tiempo, discutir sobre vinos entre adultos es inútil. Cada uno tiene sus preferidos y la opción más razonable debiera ser aceptar los de los demás. Es bueno ser prudente a la hora de defender los propios por si acaso son antitéticos a los suyos y te ha caído en desgracia un fundamentalista que no comparte eso de que para gustos colores.
Si todavía son de los que opinan que el mejor blanco es un buen tinto, allá ellos, aunque delante de su plato tenga un Montrachet. Piensa positivo: gracias a gente así, mucha más de la que parece, se pueden beber blancos considerados entre los mejores del mundo mientras que los tintos así valorados seguro que se escapan al presupuesto. Y si del champagne lo que les gusta es que esté fresquito y para postre, lo mismo, unque se trate de esa maravilla llamada Roederer Rosé 2006. Imagina que los 1.300 millones de chinos tuvieran tus mismos gustos: habría que olvidarse en pocos años los vinos preferidos a precio razonable. Y así con todas las demás muestras de ignorancia.
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El Blog de Joe L. Montana
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