VALENCIA. La llegada del sonido sincronizado al cine fue uno de los sucesos más traumáticos que afectó a la industria de Hollywood en el pasado siglo. Se suele considerar El cantor de Jazz, de 1927, la primera película sonora de la historia, si bien los experimentos con el sonido llevaban años realizándose y teniendo en cuenta que su incorporación en esta película se limitaba a unas pocas secuencias. El impacto no fue inmediato, sino gradual, ya que la industria no adoptaría el cine sonoro como única forma posible en la producción de películas hasta 1930.
Esto supuso que las grandes estrellas de Hollywood cayeran en el olvido. No existían los cursos de formación, ni el Servef ni todas esas bagatelas que nos ha dejado la sociedad del bienestar porque Estados Unidos siempre ha sido un país de machotes, de tal manera que si eres pobre, apártate que estorbas. Y eso es lo que ocurrió: las grandes figuras de la pantalla ahogaron su glamour perdido en alcohol y drogas, mientras perdían fortunas y todas las mansiones, porque tampoco existía la dación en pago.
La transición del cine mudo al sonoro fue sencilla. Las antiguas estrellas no montaron un movimiento de indignación de protesta, no lucieron pegatinas de "No a la guerra" en la ceremonia de los Óscar ni se hicieron del colectivo de la ceja norteamericano. No. Se limitaron a desaparecer sin más, mientras los estudios se inventaban nuevas estrellas en una época, la depresión de los años 30, en que se buscaron nuevas formas de entretenimiento. Se sustituyó, por ejemplo, a Douglas Fairbanks como actor fetiche del cine de aventuras por otro que haría su mismo papel pero con palabras: Errol Flynn.
Ésta es la historia que se cuenta en Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952). Con matices, porque se trata de una comedia musical donde los aspectos más dramáticos de toda esa gente que se vio de repente en la ruina aparecen muy suavizados. Tampoco se muestra la oposición de cineastas como Charles Chaplin, que vaticinó el fracaso del cine sonoro, y no se decidió a hacer una película sonora hasta diez años más tarde, y para denunciar los fines políticos perversos del mal uso de la palabra: El gran dictador.
Estos aspectos no los trata Cantando bajo la lluvia, pero sí, en cierto modo, The Artist. La cinta de Michel Hazanavicius ha causado sorpresa porque se trata de una película muda, en blanco y negro, y que imita la narrativa del cine de la época (sustituyendo los diálogos y la voz en off por intertítulos). Una narrativa que provocaría el rechazo del público al verlo como algo viejo y desfasado pero que ha despertado muchísimo interés por jugar con la nostalgia del espectador. Una nostalgia que ha funcionado entre los críticos exigentes, que ven en la película la realización de un sueño que no han podido cumplir: asistir al estreno de una obra del cine mudo.
Porque el cine mudo tiene una excelente valoración crítica por dos motivos. En primer lugar, por el desarrollo que tuvo como medio de expresión visual, que explotaba al máximo los elementos narrativos del medio. En segundo lugar, porque se han perdido muchas películas del período, de modo que se ha producido una selección cualitativa de películas. En España, por ejemplo, se estima que se conservan únicamente alrededor del 5%. Por estos motivos, el elemento nostálgico es poderoso, porque sentirse espectador de cine mudo implica sentirse espectador de un momento que ya se ha perdido en un tiempo lejano.
The Artist explota ese juego de cinefilia con un homenaje al cine norteamericano clásico, tanto mudo como sonoro. El homenaje empieza por el hecho de narrar una historia que nunca pudo contar el cine mudo: el de su propia defunción. El protagonista de la película es un actor llamado George Valentin (homenaje a Rodolfo Valentino), especializado en el cine exótico de aventuras (homenaje a Fairbanks), que es apartado de los estudios con la irrupción del sonido. En ese momento, se refugia en el alcohol y en un proceso de autodestrucción mientras una actriz a la que él descubrió se convierte en el nuevo icono de la industria.
Los homenajes están presentes en toda la película, como la secuencia en la que los sucesivos desayunos muestran el declive de la relación matrimonial de Valentin (referencia directa a la secuencia idéntica de Ciudadano Kane), el papel del mayordomo que cuida de quien fue una estrella en el pasado (el mismo papel de Erich von Stroheim en El crepúsculo de los dioses), el toque de comedia otorgado por la presencia del perro (como en la serie de películas de los años 30 de El hombre delgado), el éxito del musical con la llegada del sonoro (el baile de claqué, que remite a Fred Astaire y Ginger Rogers) o la música de Bernard Herrmann en Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), empleada en un momento de la película. Vamos, todo un catálogo de referencias con los que nos podemos hacer los listos en la sala en plan: "Sí, mira, eso lo ha sacado de ahí".
Sin embargo, aún impresionaremos más a esa chica que queremos que caiga rendida a nuestros pies por nuestra apabullante cinefilia si le soltamos lo siguiente: la película articula una serie de homenajes para desmontar la mentira de Hollywood, construida sobre la falacia de la naturalidad de la pantalla. Materialismo dialéctico del bueno. En resumen: que lo que la película cuenta es que el cine podía haber sido mudo hasta la actualidad, que la invención del sonido no aporta nada significativo a la historia del cine, porque las referencias a las películas de los grandes directores (Orson Welles, Billy Wilder o Alfred Hitchcock) indican que sus películas eran meramente visuales, de modo que el sonido no era un elemento imprescindible para entender el cine.
La película también insinúa que esta jubilación forzosa de los artistas del mudo respondió a intereses poco explicados, ya que de repente llegan los directivos de los estudios y dicen que hay que cambiar las caras que aparecen en la pantalla porque sí. En poquísimo tiempo, el público olvida a sus antiguos mitos y aplaude a los nuevos porque los medios de comunicación son así: eres importante mientras aparezcas en ellos. Hoy en día nos parece un tanto disparatado ese cambio tan brusco. Sin embargo, si nos paramos a pensarlo un momento, caeremos en la cuenta de que actores tan apreciados como Gene Hackman o Sean Connery llevan ya varios años retirados del cine y nadie les echa de menos. Es más, ni siquiera nos hemos dado cuenta de estos retiros.
The Artist es una película interesante porque se beneficia de la manera de narrar que tenía el cine mudo y porque se sirve de ese efecto de nostalgia. La nostalgia y echar la vista atrás a otras épocas del cine suele funcionar a la perfección, como bien saben los hermanos Coen, que basan su obra en este principio. O Quentin Tarantino y Robert Rodriguez, que volvieron sobre el modo de hacer cine en los años 70 con Grindhouse (2007). Y construye, además, una hipótesis atractiva, la de pensar en cómo sería el cine actual sin sonido. El éxito de la película demuestra, además, que no es absurdo pensar en el cine sin sonido, del mismo modo que el éxito de La lista de Schindler demostró que no se puede triunfar haciendo cine en blanco y negro. Se trata únicamente de saber tocar las teclas adecuadas del espectador.
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