VALENCIA. Un fotógrafo de Clarín le solía comentar a quien esto escribe su odio por el fútbol. Para que un argentino rechace el balompié es que le tiene que haber pasado algo gordo y su historia con este deporte, efectivamente, era traumática. Vivió de infante, niño y adolescente la sequía de títulos de River Plate entre los sesenta y los setenta. Nada menos que dieciocho años de ceretes. Y ni más ni menos que la edad con la que él contaba cuando por fin iba a ver a su club ganar algo.
Para la ocasión, viajó con el equipo a domicilio. Entró en el campo, tomó su asiento y unos barras bravas le echaron de él a golpes. Situado malamente en un vomitorio antes de que empezara el encuentro, desde donde sólo divisaba un cuarto de terreno de juego, le cayó un petardo al lado de la cara y le dejó sordo. Sangrando por un oído, entonces abandonó el estadio desesperado, buscando ayuda médica, y fuera, la Policía, que intentaba meter en el campo a los hinchas que quedaban en la calle, le confundió con uno de ellos y le golpeó como si se encontrara el Papa de visita en la ciudad.
Así uno no ama el fútbol. Pero él, no obstante, sí esgrimía un razonamiento. Muy de amante contemporáneo del balón. Decía que era un deporte capaz de lo mejor y de lo peor. Lo mejor para él era el FC Barcelona -y se refería al de Rijkaard, todavía no conocía el actual- y lo peor, una serie de tipos que él personificaba en Héctor Puebla. Este caballero era un futbolista chileno de su tiempo famoso mundialmente por un marcaje a Maradona tras el cual el astro le regaló la camiseta en reconocimiento. Y famoso en América latina, más concretamente, porque tras un partido en el que realizó un espléndido desgaste, un periodista le preguntó asombrado a pie de cancha ¿pero tú cuántos pulmones tienes? A lo que contestó con modestia: uno, uno, como todo el mundo.
Al futbolista español Dani Güiza hace dos semanas en La Noria le retrataron como a un Puebla de la vida. El motivo era el remate final de una entrevista a Nuria Bermúdez, su expareja, exagente y madre de uno de sus hijos. Dicho remate podría haber sido obra de Antonioni gustándose a sí mismo porque los contenidos se alargaron hasta la extenuación ya que el programa no tenía anunciantes, a excepción del horóscopo de Esperanza Gracia, que no se enteró del boicot porque por algo vive en otra dimensión de astros, energías, amores de extrarradio, enfermedades y deudas impagadas entre cuñados que, tú tranquila, pueden resolverse con sólo marcar este número de teléfono.
Lo que ocurrió concretamente es que a Nuria, tras largar carros y carretas sobre Güiza por un asunto de la custodia de su hijo, ella dijo intento de secuestro, le pusieron un vídeo para preguntarle cómo es que había llegado a enamorarse del delantero. En la cinta le preguntaban a Dani en una entrevista cuál era su película favorita. Contestó que Torrente. Y el actor que más te gusta, Torrente. Y la actriz de tus sueños, la pescatera que da gritos (en referencia a Neus Asensi) Y era una respuesta currada porque antes Güiza siempre había respondido en este tipo de tests que su actriz favorita era Pamela Anderson.
¿Libros? ¡Quita! Ninguno. Ni películas, ni series ni iPads. Este delantero cuando subía a la habitación en las concentraciones lo que hacía era dormir. Y lo contestaba sin vergüenza porque lo vergonzoso realmente es responder en este tipo de entrevistas que a uno le gusta Sara Mago y figuras de su generación. Además, es así como alcanzó parte de su fama: durmiendo. Lo hizo una vez cuando Luis Aragonés les puso un vídeo.
Pero también le había pasado con Bernd Krauss en Mallorca. A primera hora de la mañana, sentadicos todos, el míster bajaba la luz y con ella los párpados del delantero centro. Luego con Schuster, explicó en El Mundo, parece que no porque el alemán por lo visto ponía fragmentos cortitos, quién sabe si YouTubes, y no le daba tiempo más que a dar cabezadas. Era impepinable que le cayera un sambenito de narcoplépsico. Como que ante los medios siempre lo tenía que estar explicando junto al origen de la otra parte de su fama: las salidas nocturnas.
En la citada entrega de La Noria, Kiko Matamoros, conocedor de los secretos de vestuario de los futbolistas, o eso deja caer de vez en cuando, le vino a reconocer un mérito en la vida a Nuria Bermúdez. El de haber enderezado a este jugador. Ordenarle la vida, llevarlo a la cama todos los días a la misma hora y, en consecuencia, hacer florecer muchas cosas en su organismo, entre ellas su talento balompédico. Fue liarse con él y que comenzara a meter goles a puñados, dijo el colaborador del programa.
Güiza siempre ha eludido esa fama previa de juerguista escudándose en que todos los chavales jóvenes salen a tomar algo. Lo que ocurre es que la sociedad es injusta, ha explicado en diversos medios a lo largo de su carrera, y cuando eres futbolista esto te lo miran más y te critican. Una pesada lacra que también soportan otros gremios, como los neurocirujanos, pero en el caso de Güiza hay que añadir que el hecho de pasarse varios meses ingresado en el hospital por una úlcera de estómago cuando estuvo en Getafe pudo confundir a las masas y empujarlas equivocadamente a agitar las antorchas frente a su casa.
Y uno, a estas alturas, la verdad es que le concede al jugador el beneplácito de la duda. Para empezar, porque antes de conocer a Nuria Bermúdez ya se salió en el Ciudad de Murcia en segunda división y es por eso que le fichó el Getafe pagando 800.000 euros, el traspaso más caro hasta el momento del club madrileño.
Bien es cierto que con esa chica que saltó a la fama por un presunto romance con el guardia civil Antonio David Flores, ex de Rocío Carrasco, hija de la famosa cantante Rocío Jurado, se convirtió en Bota de Plata, fue a la selección y conquistó una Eurocopa que supo a joyas, relojes, traductoras rumanas y no tener que madrugar al día siguiente. Pero más cierto es que, también por ella, regresaron a su vida los problemas de la fama incluso yéndose de España, que ya ni eso se respeta.
Con la separación, llegó el supuesto desahucio de su ex, las apariciones de Pepi, la madre del jugador, en televisión, planos de su humilde morada -un apartamento destartalado- y el momento mágico en el desaparecido Donde Estás Corazón de Antena 3 en el que la citada Pepi hacía el gesto de cortarle el cuello a Nuria ante la conmoción de los jubilados asistentes. También vino otra ex, Rocío Aranda, madre de su primer hijo, y se hizo amiga de la Bermúdez, incluso daban entrevistas conjuntas, porque se solidarizaban la una con la otra. Todo hasta que la oferta y la demanda de estos testimonios en televisión las llevó a estar a punto de llegar a las manos en un Sálvame Deluxe. ¿Y Güiza mientras tanto qué? Pues preparando con mucho cuidado la clasificación del Mundial de Sudáfrica para España.
En estos encuentros la idea de Vicente Del Bosque era tener a Güiza como recambio de urgencia o, de titular, que aliviara a Villa de labores defensivas. Participó escasos minutos. Aunque en la Copa Confederaciones, donde tuvo poco juego y más bien baldío, arregló el desaguisado de la derrota contra Estados Unidos con un par de tantos en el siguiente partido, el tercer y cuarto puesto; dos golazos en el antepenúltimo y último minuto -aunque luego el partido hubo que resolverlo en la prórroga por un despiste en el 93-. En los amistosos de esas fechas la cosa fue mejor. Güiza brilló ante la temida escuadra de Azerbaiyán, con dos goles. Luego le marcó a Austria. Pero no lo hizo ante Macedonia. Tampoco ante Francia. Y como resultado: no le llamaron para el Mundial de la Gloria Eterna, aunque en ese momento ya tenía varios coches a su nombre, mucha gloria eterna también en la piel de toro.
Su reacción fue espantosa. En medio del escarnio televisivo, dijo en As: "Me llamó Fernando Hierro media hora antes. Y ahí me salió todo, se me saltaron las lágrimas y no sabía qué hacer. Tenía mis botellitas de champán preparadas para cuando diera la lista y ahí se quedaron. Lloré mucho. Es normal. Me quitaron la ilusión de niño de jugar un Mundial con mi país, lo más grande para cualquier futbolista español. Me lo quitaron todo, me hundieron".
Y la interpretación que hizo de los números aludidos fue la siguiente, tal vez un poco, un pelín, a su favor: "Cada vez que tenía un minuto con la Selección, he salido y he marcado. Si no he marcado he dado el pase de gol y el equipo ha ganado".
La suerte de Güiza recuerda un poco a la de José Antonio Reyes, cuyos problemas con las mujeres también pasaron por la prensa del corazón y dónde dormía su familia, gitanos y en el coche, cuando hacía desplazamientos de seiscientos kilómetros era aireado en la prensa seria y de calidad. Ahora el talento de estos dos futbolistas da incluso más risa que sus problemas a la afición en una España que se ha acostumbrado a ganar de forma escandalosa con bellísimas personas que nunca han entrado en una página porno en Internet. Pero tanto Güiza como Reyes, dos andaluces de origen muy humilde, tenían un nivel técnico muy por encima de lo que estábamos acostumbrados a ver.
Tras toneladas de églogas periodísticas sobre lo majos que somos los españoles, lo mucho que hemos prosperado y que por eso jugamos tan bien, como los mejores del mundo, lo más y lo nunca visto, que nos llevamos los mundiales con la gorra, lo que son las cosas, con la deriva de la nación ¿no es la trayectoria y suerte de Güiza o Reyes, al final, la que se ha revelado como verdadera cara nuestro país?
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