VALENCIA. El régimen general del despido disciplinario (artículo 54), señala que un contrato de trabajo podrá extinguirse por decisión del empresario basándose en un incumplimiento grave y culpable del trabajador, en casos tales como los siguientes:
- Las faltas repetidas e injustificadas de asistencia o puntualidad al trabajo.
- La indisciplina o desobediencia en el trabajo.
- Las ofensas verbales o físicas al empresario o a las personas que trabajan en la empresa oa los familiares que convivan con ellos.
- La transgresión de la buena fe contractual, así como el abuso de confianza en el desempeño del trabajo.
- La disminución continuada y voluntaria en el rendimiento de trabajo normal o pactado.
- La embriaguez habitual o toxicomanía si repercuten negativamente en el trabajo.
- El acoso por razón de origen racial o étnico, religión o convicciones, discapacidad, edad u orientación sexual y el acoso sexual o por razón de sexo al empresario o a las personas que trabajan en la empresa.
SI habláramos de un trabajador normal de una empresa normal, Miguel Brito hubiera incumplido reiteradamente cinco de las siete razones por las cuales es justificable un despido. Ofensas verbales, que se sepa, no ha habido y lógicamente tampoco acoso por origen racial.
Sin embargo, en el mundo del deporte hay bula para casi todo. La hay para recalificar alegremente terrenos que permitan enjugar una deuda privada con una actuación pública. La hay para conceder un crédito con fondos públicos para evitar que el máximo accionista de un club sea alguien no deseado por un consejo de administración afín al gobierno regional. E incluso la hay para que los futbolistas cobren sueldos desproporcionados respecto al resto de la sociedad pero se pasen por el forro la legislación que cae como un mazo sobre cualquier otra persona.
Para quien no lo sepa, los deportistas se rigen por el Real Decreto 1006/1985. Esto es, una legislación especial donde se inhabilitan algunas de las cláusulas arriba citadas. Por ejemplo, hay ‘perlas' en el artículo 7 como que ‘tendrán derecho a manifestar libremente sus opiniones sobre los temas relacionados con su profesión, con respeto de la ley y de las exigencias de su situación contractual, y sin perjuicio de las limitaciones que puedan establecerse en convenio colectivo, siempre que estén debidamente justificadas por razones deportivas'. O sea, que lo de las ofensas verbales es absolutamente ambiguo dependiendo de la interpretación que se le dé. Que se lo digan a Ricardo Costa.
También es muy divertido el artículo 17, donde se proclama que ‘en ningún caso podrán imponerse sanciones por actuaciones o conductas extradeportivas, salvo que repercutan grave y negativamente en el rendimiento profesional del deportista o menoscaben de forma notoria la imagen del club o entidad deportiva'. O sea, que pegar tiros por Portugal no es sancionable, a priori.
La única verdad, a pesar de las leyes y su interpretación, es que desde que llegó a Valencia Miguel ha tenido un buen rendimiento, a secas. Ni malo ni excelso. Pero no es menos cierto que en cada temporada ha protagonizado salidas de tono con llegadas a deshoras a los entrenamientos, en algunos casos en estado de embriaguez y que no puede caber duda que sus problemas extradeportivos (incidente con calabozo incluido) han menoscabado de forma notoria la imagen del club.
Y, sin embargo, a día de hoy el portugués solo acumula la apertura de UN expediente. Porque hasta este año se consideró que solo con multas se arreglaría la situación. Y esto impide, legalmente, plantearse un despido procedente (que ahorraría su ficha hasta final de temporada y muchos problemas de vestuario).
Por ello queda una última pregunta. ¿De quién es la culpa? Pues, en esta ocasión, no es de Unai Emery. Él quiso deshacerse del jugador en verano. Tras su enésima recaída indisciplinaria, pidió apartar al luso de la plantilla. Y, al final, ha tenido que ir metiéndolo no solo en el grupo sino también en los onces titulares.
¿Entonces? La evidencia es muy clara. Quien no ha permitido a su técnico tomar las medidas adecuadas, quien no abrió los expedientes necesarios en su día, quien no ha predicado con el ejemplo de la disciplina para que los futbolistas y canteranos tomen nota, es y ha sido Manuel Llorente. Y él, que en algunos casos tan buena gestión económica ha realizado, se ha equivocado gravemente en dos aspectos: ha lanzado el mensaje a la plantilla de que hagan lo que hagan no pasará nada, menoscabando la capacidad de decisión de su entrenador y se va a tener que comer el millón de euros que le queda por cobrar a Miguel por no actuar a tiempo.
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