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critica de cine

Martin Scorsese,
ni sexo, ni drogas, ni rock and roll

MANUEL DE LA FUENTE. 16/11/2011 "Se trata de un documental que esconde la relevancia que tuvieron los de Liverpool, un grupo capitaneado por quien se convertiría en uno de los mayores activistas culturales y políticos del siglo XX, John Lennon..."

VALENCIA. A mediados de los años 50, la sociedad norteamericana experimentó una serie de cambios muy profundos. El desarrollo económico y el baby boom demográfico tras la Segunda Guerra Mundial, unido al creciente impacto de medios como la televisión o el cine, provocó que, de repente, surgiera una nueva masa de adolescentes con poder adquisitivo que empezó a reivindicar una nueva forma de cultura diferente a la de sus padres.

Éste fue el origen del rock and roll que, más allá de una música evolucionada a partir de los distintos ritmos de la tradición popular del país, supuso un modo de vida novedoso: la cultura del rock es una cultura de rebeldía, de juventud, de cuestionar el orden establecido. Y ello se debía a su carácter masivo por su rápida expansión entre los jóvenes a través de los medios de comunicación.

Por primera vez, nacía incluso el concepto de juventud. Hasta la llegada del rock, las personas pasaban rápidamente de la niñez a la edad adulta, con un tránsito inmediato al mundo laboral. El rock dio valor al ocio, de manera que el cine empezó a reflejar la vida de los adolescentes, y los músicos se dirigían no ya a los adultos, sino a los jóvenes que crearon, a su vez, una idolatría hacia la figura del cantante o del grupo en la que latía cierto componente sexual.

Por eso causó un tremendo escándalo Elvis Presley con sus movimientos de caderas y por ese motivo, cuando el rock salió de las fronteras de Estados Unidos, fenómenos como el de los Beatles en Gran Bretaña movieron masas de adolescentes de inmediato. Había nacido un nuevo concepto del fan que se mantiene vigente en la actualidad.

El cine se preocupó por el rock desde el principio. Películas como Semilla de maldad (The Blackboard Jungle, Richard Brooks, 1955) empezaban a mostrar ya el incipiente clima de tensión generacional y racial, y en Una rubia en la cumbre (The Girl Can't Help It, Frank Tashlin, 1956) aparecían tocando en pantalla algunas de las estrellas rock del momento, como Little Richard, Fats Domino o Gene Vincent. Por no hablar de Elvis Presley que, en la película El barrio contra mí (King Creole, 1958) interpretaba a un joven que tenía que hacer frente al desempleo y a la mafia de su ciudad. La aparición de las estrellas del rock en el cine contribuyó aún más a su popularidad, al tiempo que su irrupción en Hollywood era una prueba irrefutable de que esta fama era imparable.

Así pues, la eclosión de la "beatlemanía" a principios de los 60 necesitaba también la construcción de una imagen en el cine, una imagen que fue fijada por las dos películas que dirigió Richard Lester con los de Liverpool: ¡Qué noche la de aquel día! (A Hard Day's Night, 1964) y Help! (1965). Esas dos películas trasladaron la imagen que ha perdurado de los Beatles: un grupo formado por unos chicos simpáticos, divertidos, bromistas, un pelín ingenuos, que estaban juntos a todas horas, que vestían de un modo elegante, melenudos (pero no desaliñados) y que van constantemente viajando de aquí para allá huyendo de sus fans. Una imagen que dejaba de lado otros aspectos, como su consideración en la época de auténticos iconos sexuales, el consumo de drogas, los enfrentamientos en la convivencia o los choques que tenían a la hora de grabar los temas en los estudios. Asuntos comunes en cualquier grupo de rock pero que la mitología reciente sobre el rock ha preferido siempre ignorar.

Y ahora, casi cincuenta años después de aquellas películas, el director Martin Scorsese recupera ese punto de vista bienintencionado para realizar un documental sobre George Harrison, el guitarrista del grupo fallecido en 2001, que siempre arrastró la imagen de genio eclipsado por las personalidades apabullantes de John Lennon y Paul McCartney. Se trataba de hacer un recorrido cronológico, a lo largo de más de tres horas de duración, de carácter nostálgico y sentimental.

Ésta es una de las paradojas más llamativas del cine de Scorsese, el contraste entre su cine de ficción en que elabora un retrato crítico y pesimista de la sociedad de su tiempo, y sus películas documentales que tratan sobre música rock y donde todo es bonito, buenrollero, los músicos se llevan genial entre sí y parecen todos ellos promotores de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción. Sucedía en su documental sobre el concierto de despedida de The Band, El último vals (The Last Waltz, 1978). En esta cinta, Scorsese ocultaba las tensiones entre los miembros del grupo, evitaba cualquier aspecto relacionado con drogas, relaciones con groupies y esas cosas, y centraba todo el discurso de la película en una reflexión vaga sobre el paso del tiempo y sobre cómo sufren los músicos para expresar su mundo interior.

El último vals acababa con la presencia en el escenario de Bob Dylan, que sería objeto de otra película amable de Scorsese, No Direction Home (2005), al igual que los Rolling Stones, a los que filmaría en concierto en Shine a Light (2008). Uno veía esas películas y se llevaba la impresión de Dylan, Jagger, Richards y compañía habían sido siempre unos buenos chicos, devotos y fieles, que no habían roto nunca un plato. Algún escarceo, algún pecadillo de juventud, pero ya era cosa del pasado y no pasaba de ser eso, los pecadillos que puede haber cometido cualquier mortal.

La perfección de esta estrategia llega con el documental sobre George Harrison, titulado Living in the Material World. La película se divide en dos partes, separadas por la grabación de la canción "While My Guitar Gently Weeps", del álbum blanco (1968). La segunda parte trata, así pues, de los últimos momentos con los Beatles y su carrera en solitario. A través de entrevistas con los principales protagonistas (aparecen entrevistados, entre otros, Paul McCartney, Ringo Starr y Yoko Ono), se relatan los distintos episodios de la vida de Harrison: sus inicios con los Beatles, su inmersión en la meditación y las filosofías orientales, sus viajes a la India, el concierto por Bangla Desh (organizado por Harrison en 1971 y considerado el primer concierto benéfico de la historia) y sus contactos con la industria de la música y el cine desde finales de los años 70. Aparece, por ejemplo, Eric Idle explicando cómo George Harrison se encargó de producir la película de los Monty Python La vida de Brian, para lo cual tuvo que hipotecar su casa.

El problema es que el relato que se presenta es el que ha pasado a la historia como el oficial. Para empezar, el consumo de drogas y LSD es reducido a su mínima expresión, pese a la importancia que tuvo para los Beatles a mediados de los 60. Se pasa de puntillas por el asunto y con Harrison diciendo que fue una temporada muy breve en su trayectoria. Más adelante, Klaus Voorman apunta que Harrison era un consumidor de cocaína muy habitual y que cayó profundmente en el mundo de las drogas en los años 70, pero se queda ahí la cosa. Circulen, circulen, vayamos a otro asunto y aquí no ha pasado nada.

Lo mismo sucede con el sexo. Los Beatles aparecen como chicos muy formalitos, y lo único que se atreve a decir Paul McCartney, muy recatado él, es que "George era un tío, y le gustaban las cosas que les gustan a los tíos". Por otra parte, cuando Eric Clapton narra cómo le levantó la esposa a su amigo, lo dice en plan "nos miramos a los ojos y surgió el amor". Un retrato muy idílico de unos años totalmente desmesurados en lo que respecta al sexo y a las drogas en el mundo del rock.

También se echa en falta un análisis más detallado de la música de Harrison, una reflexión sobre las influencias que tuvieron los Beatles en sus inicios. Lo que sí que aparecía de un modo muy pormenorizado en la película sobre Bob Dylan, aquí Scorsese lo resuelve sin apenas detenerse en ello, y mucho menos aún en el impacto social y político que tuvo la aparición de los Beatles en la Gran Bretaña de los años 60. De un modo similar, no aparecen referencias a las canciones más críticas y problemáticas que compuso Harrison (como "Piggies") ni a aspectos tan conflictivos, como el hecho de que su éxito "My Sweet Lord" acabara siendo declarada un plagio de "He's So Fine", de The Chiffons.

Independientemente de que falten algunos datos que se pueden considerar más o menos significativos, la lástima es que el silencio sobre estos asuntos indique la intención de hacer un retrato tan complaciente sobre la revolución que supusieron los Beatles y la música de George Harrison. Se trata de un documental que esconde la relevancia que tuvieron los de Liverpool, un grupo capitaneado por quien se convertiría en uno de los mayores activistas culturales y políticos del siglo XX, John Lennon. Y la relevancia de un miembro como George Harrison, que entendió también la capacidad movilizadora de la música para cambiar la sociedad, como queda registrado en el concierto de Bangla Desh, del que no se ofrecen más datos que el hecho mismo de su celebración.

Todo se reduce a un retrato plano, acomodaticio y, en definitiva, totalmente injusto. Y subrayamos lo de injusto porque es de justicia reconocer el valor del rock desde sus orígenes como una música para remover conciencias y pasar a la acción. Y es injusto que uno de los directores más lúcidos de la actualidad se empeñe en negar, en su película, este papel fundamental de la cultura rock.

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1 comentario

karmn escribió
17/11/2011 04:12

Me pareció un documental buenisimo

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