VALENCIA. Hace unos pocos días, los medios de comunicación volvían a la carga con el tema de la piratería de canciones y archivos digitales. Esta vez, el organismo encargado de denunciar que los españoles somos unos asesinos que no paramos de delinquir desde que encendemos el ordenador tenía el rimbombante nombre de "Observatorio de Piratería y Hábitos de Consumo de Contenidos Digitales". Y defendía el discursito de siempre que confunde, con toda la mala leche del mundo, piratería con intercambios de archivos y usuarios con compradores del top manta.
Todo ello con el fin de responsabilizar a los mismos usuarios, en lugar de a los directivos de las empresas, de la crisis de las industrias culturales tradicionales (en especial, la industria musical). Si el 98% de la música que se consume en España es ilegal (según decía el informe), la culpa es de los usuarios que lo ponen todo perdido de mp3.
Es cierto que las industrias culturales llevan años atravesando por una crisis en la que tiene mucho que ver los nuevos canales de producción y distribución de las nuevas tecnologías. Pero también es cierto que hay industrias que lo llevan peor que otras. Porque si el discurso de la ilegalidad generalizada fuera cierto, ¿cómo se explicaría que las series de televisión norteamericanas estén en un momento tan boyante que incluso han desplazado al cine de Hollywood como preferencia entre sectores amplios de la población? ¿Acaso la gente no se descarga series? La respuesta se halla en que el problema no está en las descargas, sino en la gestión de esta circunstancia para profundizar en nuevas líneas de comercialización.
The Walking Dead, un productoe de calidad
Pongamos el ejemplo de The Walking Dead, el último producto que se ha convertido en una serie de calidad desde el momento mismo de la emisión del episodio piloto. Un canal de televisión español en abierto anuncia, a bombo y platillo, que este mes programaba la segunda temporada. La serie se basa en un cómic que empezó a publicarse en 2003. Pues bien, no es que se pueda descargar la serie, es que el cómic también es fácil de encontrar enterito por la red.
Sin embargo, todas las librerías españolas tienen el tebeo en los puestos de cabecera de ventas y el canal de televisión está rentabilizando sobradamente con publicidad la emisión de la serie. La posibilidad de acceder a los contenidos en internet no siempre perjudica a los contenidos mismos (como no se cansa de decir la industria musical), sino que incluso los puede beneficiar claramente: en este caso, la expectación que produce la serie se mueve en ambas direcciones que se alimentan mutuamente, en las descargas y en la compra del producto.
Pero es que, además, la serie en sí desvela ese éxito continuado de las teleseries estadounidenses, esa carrera en continuo ascenso tanto en éxito comercial como en valoración crítica. Porque The Walking Dead contribuye a llevar al primer plano lo que en los años 80 era casi un subgénero de serie Z: los zombis. La serie intenta enganchar a espectadores totalmente reacios al terror y al género de monstruos. Y lo está consiguiendo, debido a una serie de características.
La primera característica tiene que ver con lo que de manera fina y elegante se suele denominar "competencia del espectador", es decir, que el espectador actual está mucho más curtido al espectáculo gore de monstruos y vísceras: no en vano, ahí está un canal temático dedicado a ello las 24 horas del día, Tele5. El éxito de series como Expediente-X o CSI, que contienen en muchas ocasiones imágenes explícitas de cadáveres, cuerpos mutilados, intestinos y demás, demuestra que el umbral de tolerancia es cada vez mayor. Esta competencia del espectador se manifiesta también en la progresiva inclusión de los monstruos en productos mayoritarios desde enfoques distintos al terror, con toques más desenfadados que el del susto puro y duro.
Enfrentándonos al terror cotidiano
Ahí están casos como las series contemporáneas sobre vampiros (Buffy, la cazavampiros o True Blood) o algunas de las películas más exitosas de los últimos años, con monstruos adolescentes que se enamoran (la saga de Crepúsculo). Por no hablar del último hito en forma de serie que se estrenó este verano en EE.UU., Death Valley, una historia con toques de comedia que gira en torno a la policía de Los Ángeles que tiene que vérselas a diario con zombies, hombres lobo y vampiros, nada menos.
La segunda característica a la que juega The Walking Dead es, curiosamente, a distanciarse de estas propuestas más livianas y a ofrecer un tratamiento realista, enfrentándonos al terror cotidiano consistente en preguntarnos como espectadores qué pasaría si nuestro mundo se desmoronase en unos pocos días. La seriedad de la propuesta busca al espectador con una cultura audiovisual más clásica a través de una lectura política explícita del género zombi. Así lo explica el guionista del cómic original, Robert Kirkman, en la introducción del tebeo:
"Para mí, las mejores películas de zombis no son los festivales de gore y violencia con personajes chorras y chistes cutres. Las buenas películas de zombis nos demuestran lo fastidiados que estamos, nos hacen reflexionar sobre nuestra posición en la sociedad, y sobre la posición de nuestra sociedad en el mundo. Nos muestran el gore y la violencia y todas esas cosas guays también, pero siempre hay una corriente subterránea de comentario social y reflexión (...) Me gustan las películas que me hacen cuestionarme el tejido de la sociedad. Y en las buenas películas de zombis, de eso hay a montones".
La adaptación sigue punto por punto este programa al trasladar a la pantalla la historia central del cómic: un policía despierta de un breve período de coma en el hospital, período en el que se ha desmoronado la sociedad y las instituciones políticas en todo el mundo por la proliferación masiva de zombis. A partir de ese momento, asistiremos a la evolución de los supervivientes, a cómo se van adaptando a una situación extrema que nunca mejora ni se resuelve.
La obra del creador de la serie participa de la visión de Robert Kirkman: se trata de Frank Darabont, director de películas como La milla verde (The Green Mile, 1999) o La niebla (The Mist, 2007), donde se usa el género fantástico para ver también la evolución de los personajes enfrentados a acontecimientos extraordinarios. Haciendo, además, una crítica social, como puede verse en su cinta más famosa, Cadena perpetua (The Shawshank Redemption, 1994).
Finales malditos
Y la tercera característica es su condición de serie de televisión que, a diferencia de la película cinematográfica, no tiene que tener un final necesariamente. En la introducción al cómic, Kirkman advierte de su intención de hacer una saga épica en la que el conflicto (el enfrentamiento con los zombis) no va a terminar nunca, un presupuesto que parece asumir la serie. Y, de cumplirse, es un rasgo interesante, porque la necesidad que parece sentir el espectador porque le den un final mascadito es lo que ha echado a perder series como Lost o, en cierta medida, Los Soprano.
Parece que el espectador televisivo aún no ha acabado de asumir que el serial no necesita una conclusión como en la película de Hollywood y, de hecho, nadie se plantea cómo acabarán dos de las series más longevas de la televisión norteamericana, como Scooby-Doo o Los Simpson. El criterio que aplicamos a los dibujos animados debería aplicarse al resto de series para explotar aún más las posibilidades del medio televisivo donde lo importante no sería cómo acaba una película (para eso ya está Hollywood), sino cómo evolucionan las historias y personajes en períodos largos de tiempo.
De este modo, The Walking Dead se aleja del tipo de espectador tradicional acostumbrado a los zombis, vampiros, infectados, etc. Nos sitúa en la angustia cotidiana que provoca la alteración de cualquier elemento que concebimos como ordenado en nuestra vida cotidiana. Y la adaptación televisiva, con el contexto actual de esta crisis que no acaba nunca y que cada vez se lleva por delante más cosas, enfatiza esta visión política manifestada expresamente por los autores.
Todo ello en un contexto en el que las series van retorciendo más las narraciones clásicas, con series protagonizadas por monstruos, ya sean asesinos en serie (Dexter) o zombis, es decir, profundizando en nuevas propuestas y ampliando el público que estaba muy encajonado en los compartimentos excluyentes de los subgéneros. Las series americanas arriesgan y triunfan. Mientras, aquí seguimos preocupados por la piratería y por insultar a quienes se descargan películas. Con razón aquí los géneros se confunden y son las series de risa las que acaban dando miedo.
Actualmente no hay comentarios para esta noticia.
Si quieres dejarnos un comentario rellena el siguiente formulario con tu nombre, tu dirección de correo electrónico y tu comentario.
Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.