VALENCIA. La Real Academia Española define anormal como un adjetivo cuyo significado matiza a algo o alguien 'que accidentalmente se halla fuera de su natural estado o de las condiciones que le son inherentes'. Es, por lo tanto, una situación o persona que no se integra dentro de la normalidad reinante.
En el sentido positivo, ese algo o alguien anormal constituye una circunstancia fuera de lo común. En este sentido, futbolísticamente hablando no hay duda de que Cristiano Ronaldo podría integrar perfectamente este fenotipo.
Como ha demostrado un reciente estudio, en el que ha participado el Instituto de Biomecánica de Valencia, su capacidad física está por encima del 90% de los futbolistas de élite. No hay más que tener la suerte de verlo en directo (salvo cuando se mide a Sergio Ballesteros) para descubrir su potencia anormal, su velocidad anormal e incluso su fuerza anormal.
A ello se le une el plus futbolístico absolutamente anormal del que, salvo casos como Messi, pocos pueden verse en el mundo. No solo es capaz de regatear y hacer filigranas, sino que posee una capacidad goleadora brutal e incluso es capaz de evolucionar e ir abandonando su egoísmo para convertirse en asistente. Higuaín puede dar fe de ello en el último encuentro liguero.
Sin embargo, hay algo que le falla. Que le pierde. Que de poder convertirle en una leyenda posiblemente derive en que en el futuro se le recuerde como un crack que pudo marcar una época futbolística pero nunca una época humana.
Él, que proviene de una familia humilde y proclama que siempre que puede vuelve a su casa para estar con los suyos, quizá adolezca de una educación normal. Es decir, que sus formas de tratar a los aficionados, a algunos periodistas e incluso a los rivales se le pueden calificar de anormales.
Porque no es normal que insulte a la gente apelando a ese calificativo (que en sustantivo significa, tal como él lo pronunció, ‘persona cuyo desarrollo físico o intelectual es inferior al que corresponde a su edad') cuando le corean el nombre de Messi. Y tampoco lo es que intente humillar a sus rivales en el campo asegurando que ése es su fútbol y si no les gusta ya saben dónde pueden irse.
Tampoco es normal que en sus declaraciones afirme que la mayoría de las personas le tienen envidia porque es 'guapo, joven y rico'. Porque, señor Cristiano Ronaldo (o CR9, como le gusta que le llamen), la mayoría de esos hombres y mujeres le envidian, sí, pero no por esos atributos sino por la desigualdad social que usted representa.
Como aficionado y periodista ligado al fútbol, adoro el juego y me encantan los buenos jugadores. Y, ciertamente, pagaría una entrada por ver jugar al delantero portugués. Pero estoy hasta las narices de que muchos de ellos consideren normal lo anormal.
Anormal es que haya cinco millones de parados en España. Anormal es que el 60% de las familias tengan entre sus miembros gente que cobra menos de 1000 euros. Anormal es que en un sistema financiero que se han cargado los bancos las ayudas económicas vayan hacia ellos y no hacia los damnificados. Y así podríamos seguir hasta pasado mañana.
Y, dicho sea de paso, anormal es que un futbolista cobre siete millones de euros limpios por temporada cuando no los genera. Porque si la milonga de que los futbolistas ganan lo que generan fuera verdad, no habría ni un solo club en números rojos. Y aquí, quien más quien menos, está al borde (o ya inmerso) en un concurso de acreedores.
Así que, señor Cristiano Ronaldo, bájese un poco de la parra y dese cuenta de que insulta a personas que dejan de tener vacaciones para sacar un abono con el que verle a usted jugar al fútbol. A eso se tiene que dedicar. Y punto. Porque todo lo que haga al margen de esa actividad le convierte en una persona anormal.
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(*) David Blay es periodista
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