MADRID. La temporada 2001-02 fue maravillosa para hacer análisis periodísticos a la española, esto es, arrimando el ascua a la sardina propia. Podría ser la mejor, pues fue la más competida que se recuerda, y podría ser la peor, porque en buena lógica los números de todos los equipos de cabeza eran peores que los de los candidatos de otros años. Pero es que los puntos de Liga no son como el valor de los inmuebles que se expande y se contrae como las pompas de una lámpara de lava. Hay los puntos que hay. Cuantos más candidatos, a menos tocan. A mayor competitividad, peores registros. Y aquel año estuvieron en la pomada siete equipos.
El triunfo del Valencia fue un auténtico tour de force. Pero no sólo por imponerse a tantos clubes en buena forma, sino porque este equipo, con Rafa Benítez -el entrenador- a la cabeza se puso de pie y dijo bien alto: el emperador va en pelotas. Ya conocerán el cuento de Andersen de un rey al que hacen un traje con una tela que sólo pueden ver los listos, todos le dicen que es precioso, sale a la calle y tiene que ser un niño, una inocente criatura, el que le recuerde que va desnudo.
Aquel verano previo a esta liga alzada por la Chufa Mecánica, Santiago Segurola calificaba a los periodistas que acuñaron el término de La Furia de "catetos". Según él, la llegada de Jorge Alberto Valdano a la prensa introdujo el pensamiento en el fútbol español. Antes no lo había, por culpa de Franco, decía, y los periodistas de la vieja escuela luchaban por "eliminar cualquier signo de inteligencia".
EL GENIO
Así, en este ambiente renacentista, lo mismo que Segurola se podía quejar de que Guti se encontraba "ninguneado" en la selección, toda España y media Valencia estaban empeñadas en que Pablo Aimar era lo mah mejoh y que tenía que ser titular por narices. No en vano, César Menotti le había definido como el Laudrup argentino y este señor mandaba incluso más que Valdano. Pero por fortuna, a tenor de los resultados, el técnico, que por aquel entonces casi no tenía experiencia en primera división, lo mantuvo de suplente para sacarlo de revulsivo y le dio contadas oportunidades de jugar los noventa minutos.
Al entrenador no dejaron de abuchearle en Mestalla hasta que tuvo al equipo líder y a un tiro de piedra del campeonato. Antes, de lo que vieron se decía: "ahuyenta al público de los estadios". Y lo mejor, que era un conjunto "pobre pero tenaz". En la prensa, en la ilustrada ha de entenderse, se hablaban maravillas del jugador argentino. Que iba al cine y que se acababa de terminar el Señor de los anillos. Que una vez fue a una comunión y dijo que la estrella era la niña, no él. Hasta un profesor de Economía de la universidad escribió una tribuna en El País preguntándose qué habían hecho los aficionados para que les "castigaran" sin Aimar. En esas estaban por aquel entonces los economistas.
EL LOCO
Mientras tanto, en diciembre Aimar no era titular porque acababa de estallar un tal Mista. Miguel Ángel Ferrer, natural de Caravaca de la Cruz, era el artífice de un caso que llevaba su nombre, el Caso Mista. Cuando estaba en la cantera del Madrid, cosechando grandes actuaciones, decidió largarse del Castilla rompiendo el contrato de forma unilateral acudiendo a los tribunales.
Una decisión inédita en el fútbol español de cuya magnitud dio buena cuenta Fernando Hierro. Cuando los dos equipos se enfrentaron en el Bernabeu, en el minuto 6 lanzó a Mista por los aires, en el 47 le dio un bofetón en la cara y en el 66 una patada sin balón y un codazo, momento en el que le sacaron la amarilla porque lo siguiente se veía venir que era amordazarle en una silla, poner el Marinero de Luces a todo volumen en un radiocassette, cortarle una oreja y rociarlo con gasolina.
Encima todo esto sucedió después de que la intelectualidad linchase a Albelda por el marcaje al que sometió a Zidane en su debut, partido que perdió el Madrid, en el que le hizo media docena de faltas. Hierro llegó a quejarse de lo suyo porque no había lesionado a nadie, que le dejasen en paz. Albelda mancillaba la mejor liga del mundo.
LOS ZIDANES Y PAVONES
En el Madrid aquel año había debutado un defensa central que presumía de que gracias al balón no había necesitado beber litronas para socializar con los demás y reconocía que su afición favorita era jugar al ordenador. Trazando una línea recta con una regla, su equivalente en el Valencia en partidos jugados en esa posición era Djukic. El serbio, cuando tenía la edad de Pavón, manejaba una escavadora en Belgrado. Era otro rollo. Otro tipo de capital humano.
Sobre todo porque aquel Madrid de las galaxias firmó el segundo peor inicio liguero de toda su historia y llegó a estar en puestos de descenso. La gran esperanza blanca era Portillo, un estudiante de informática que arrasaba en categorías inferiores, y Guti sufría lesiones misteriosas para no personarse en campos como el del Villarreal después de haber denominado "paletos" al respetable castellonense el año anterior. Se decía, y no es broma, que cuando palmaban era por culpa de los Iván Campo y compañía, que no estaban a la altura de los galácticos. Pero Albelda, el Anti-Zidane malévolo, tuvo a mitad de temporada un diagnóstico más lúcido comentando que un equipo en el que "nadie se priva de atacar" tiene muchos puntos flacos. Aunque las críticas eran para ellos, que empataban mucho. Con lo noblote que es perder.
Porque ni siquiera se valoraba la capacidad del equipo che para sobreponerse. Se encontraron con un pasaporte falso de Ayala, con un accidente de tráfico de Sánchez. Por tenerlo todo en contra, venían del golpe anímico de haber perdido dos finales de la Champions de mala manera. Su destino era claudicar y pusieron de su parte rebelándose contra Benítez a principio de temporada porque les prohibió el postre y decidió él las parejas de habitación en los hoteles.
No, los periodistas metafísicos no encontraron alejandrinos para hablar de un club donde los jugadores se amotinaban por el helado de fresa y poder dormir en las concentraciones con el chico que más les gustaba. Eran mala gente que empataba mucho.
Y SAVIOLA
Todo esto cuando en Barcelona, para cuidarse de temibles empatadores, a principio de temporada reservaban a su fichaje estrella, Saviola, en el banquillo. Contra el Sevilla, por ejemplo, Charly Rexach decidió sentarle para protegerle de la "agresividad" de la defensa. El propio argentino se lamentaba de que en España el fútbol era más duro que en la mismísima Argentina.
La temporada del Barcelona, segunda de la era Gaspart, fue tan polémica como las palabras de despedida de su entrenador al anunciarse su sustituto: "podría dar nombres y apellidos a los problemas de la temporada" y que el enemigo del club estaba en casa. Pero no tiró de la manta, sólo estuvo a punto de ahorcarse con ella.
Lo cierto es que aun en un estado de crisis permanente, el Madrid ganó la Champions teniendo que superar al Barça en semifinales. Mayor mérito para un Valencia que no dejó de lidiar con cosas raras hasta el final de temporada, cuando su portero, Cañizares, se perdió el Mundial por darle una patada a un frasco de colonia. Una historia tan inverosímil como que Zidane, Overmars, Roberto Carlos, Xavi, Figo o Rivaldo fuesen chuleados por Rufete, Vicente y Baraja. Pero nunca importará. Salían a empatar y Zidane no hacía fútbol, sino verso.
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