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VALENCIA. La selección española de baloncesto completó el domingo una nueva gesta. Otra más. Sumó su segundo Eurobasket consecutivo. Y lo hizo, como casi siempre, sustentándose en una rotación máxima de nueve jugadores, lo que imposibilitó absolutamente que el jugador número 12 pudiera disponer de muchos minutos. Aunque fuera de manera residual.

Sin embargo, no llegaron ni al 12 hombres de un talento precoz extraordinario como Carlos Suárez o de un físico y una capacidad de trabajo incluso mayores que las de los convocados como Rafa Martínez. Ellos vieron el Europeo desde su casa.

Pero Víctor Claver nunca parece hacer suficiente. Quizá porque nació, vive y juega en una ciudad (extensible, en ocasiones, a un país) donde se suele premiar más al extranjero que al de casa. Donde se aplauden y perdonan indisciplinas e indolencias a los de fuera pero se silba a los canteranos. Donde un campo entero corea que tire un penalti Ariel Ortega en lugar de Javier Farinós.

Contra eso, ya desde pequeño, tuvo que luchar el largo pelirrojo en que hoy se ha convertido. La capital del Turia está plagada de sabios técnicos que ayudan a formarse a algunos jugadores, mientras que al no haber tenido el talento suficiente para llegar a la élite cercenan mentalmente a los que sí tienen condiciones para hacerlo.

Es ahí, en la etapa de la adolescencia, donde uno demuestra su personalidad. Alguno lo hace como un líder arrollador. Pero otros, como es el caso de Víctor, dejan huella desde el silencio, la humildad y el perfeccionamiento de sus errores. Y acaban debutando en la ACB y jugando Mundiales y Europeos. Y entrando en drafts de la NBA. Y dejando a los técnicos ‘sabuts' seguir con su vida mediocre en escuelas que a veces no parecen serlo.

Se le achaca al chaval falta de sangre, lo que en el argot deportivo significa no dar un paso adelante y erigirse en la referencia de su equipo. Pero es que en su club se empeñan en firmar a gente como De Colo, Caner-Medley, Savanovic o Perovic. Gente que cobra por liderar.

También influye, quizá, que pese a que los que le conocen desde pequeño aseguran que debería ser un alero alto puro y trabajar para ello, ningún técnico lo haya utilizado en esa posición. ¿Y eso qué significa? Que en su etapa de formación no se trabajó con él para que mejorara los aspectos que le hubieran convertido en el referente nacional en esa posición Para los futboleros, es como si todos saben que Piqué es un extraordinario central pero los entrenadores insisten en ponerle de interior izquierdo. Puede acabar siendo muy bueno. Pero es difícil que sea el crack que es hoy.

Pero le falta sangre. O eso dicen. Pero hay que tenerla, y muy fría, para rendir en una temporada entera sabiendo que cuando vuelvas a casa después de cada entrenamiento y cada partido te espera tu padre enfermo. La persona que ha sido tu vida, que te ha llevado donde estás y a la que inevitablemente acabarás perdiendo por una trágica enfermedad. O para no creerte una estrella y demostrar constantemente tu humildad saliendo de fiesta en Fallas a verbenas organizadas por amigos de toda la vida, no a clubs exclusivos donde no dejan entrar a tu gente.

Más que sangre, a Claver le hace falta como el comer dejar de rodearse de gente cercana y hacerlo de personas dedicadas profesionalmente a la comunicación, el marketing y la imagen en el deporte. Porque cuando un deportista deja de preocuparse de todo lo que rodea a su vida y se centra en su juego acaba creciendo indefectiblemente. A Agüero le pasó. A Villa le pasó. A Alonso le pasó. Y todos fueron números 12 en algún momento.

Sin embargo, cuando ya eran números uno seguramente no hubieran sido capaces de asumir que en la selección o en otro equipo pasarían de marcar goles o poles a aplaudir a sus compañeros desde el banquillo. Eso lo hacen Víctor y Sada. Luchando contra el legendario ego de los deportistas. Y suman allá donde otros acabarían restando.

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(*) David Blay es periodista