VALENCIA. Hay cierto consenso entre los asistentes a esta edición de la Valencia Fashion Week en que el casting de modelos ha mejorado. ¡Quién se acuerda hoy de aquellos primeros pasos de la Pasarela del Carmen tan amateur! Lo cierto es que, todo ha cambiado mucho, se supone que para bien. Y aquí introduzcan todos los matices que deseen los que discrepan, no sin motivos, de la dirección de Alex Vidal (¿le arrebatará la marca su hijo y habrá que llamarle senior?).
Si de algo debe servir una pasarela de moda es de escaparate. Montar esta parafernalia para el autoconsumo sería tirar el dinero en un ejercicio provinciano al que, lamentablemente, somos tan dados los valencianos. Así que, si se hace, que se haga bien. Y que sirva para lo que tiene que servir: potenciar la industria de la moda.
Porque la finalidad de todo esto, aunque a muchos se les olvida -no a los diseñadores comprometidos- es vender sus colecciones. Lograr la atención de compradores, mayoristas y minoristas, y de grupos industriales interesados en producir para un mercado suficientemente grande, y rentable, estos diseños.
Tener un buen producto es esencial, pero posiblemente no sea suficiente. De ahí la necesidad de llamar la atención, de tener repercusión. Y si, en uno de esos intentos, se logra despertar la curiosidad de quienes tienen la capacidad de convertir estos diseños de pasarela en líneas de prêt-à-porter, no hay que decepcionarles.
De ahí que la puesta en escena, el estilismo, la profesionalidad de todo lo que rodea a esta semana de tres días de la moda valenciana, deba cuidarse con mimo. Y si los y las modelos deben estar horas en el bakstage entre maquilladores y peluqueros, están. Nadie dijo que este fuera un trabajo fácil.
Sin embargo, cada edición que pasa, tras la euforia más o menos comedida, debería abrirse una reflexión que se echa en falta. ¿Qué negocio se ha generado? ¿Cuántas de estas colecciones llegan a los percheros? Estas preguntas vienen a cuento ahora también para saber cuántos de los que ocupan el frontrow son compradores o fabricantes potenciales. Y es que por mucho que la moda tenga una vena creativa imprescindible, para convertirse en arte, antes, tiene que ser industria.
Bonita reflexión. Eso mismo decía Reche cuando creó el Circulo de Estilistas en el IMPIVA (que tiempos!!): sin industria no hay moda. Los gallegos lo han hecho, nosotros aún no.
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