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CRÍTICA DE CINE

'Super 8', la escuela de Steven Spielberg

MANUEL DE LA FUENTE. 26/08/2011

VALENCIA. En el cine comercial, las cosas no suceden con tanta rapidez como parece. Las películas que se estrenan en la actualidad se basan en la idea del consumo rápido, de modo que el éxito de una película no se mide ya en su recaudación global, sino en su recaudación del primer fin de semana de estreno. Por otro lado, venden otra idea, la innovación constante, creando la sensación de que cada película supone una novedad porque incorpora más acción y más efectos especiales. Sin embargo, esto no pasa de ser estrategias globales de marketing ya que la innovación del cine comercial de Hollywood tiene casi 50 años de antigüedad.

El cine actual se entiende sobre todo desde la renovación del grupo de cineastas norteamericanos que empezaron a hacer películas a finales de los años 50 (de 1959 es Shadows, de John Cassavetes) para consolidarse en los años 60 y 70 con sus nuevas propuestas cinematográficas. Se trata de directores que han estudiado ya el cine en las universidades y que proponen (influidos por el cine europeo) nuevas formas de producción, en un contexto de decadencia de los grandes estudios y de aniquilación de la orientación progresista de Hollywood tras la "caza de brujas" de Joseph McCarthy. Estos nuevos realizadores empiezan a rodar en la calle, fijándose en los aspectos menos heroicos y apostando por las experiencias cotidianas de la gente, en ambientes eminentemente urbanos. Nombres como Martin Scorsese, Woody Allen o Francis Ford Coppola son algunos de los representantes más conocidos de este grupo. Pero, sin duda, el más famoso de todos ellos y, al mismo tiempo, el más peculiar, es Steven Spielberg.

Peculiar porque Spielberg ha sido quien ha disfrutado, con diferencia, de más éxito comercial. Y eso ha supuesto que, en numerosas ocasiones, se haya ninguneado su carácter de "autor", porque se habría prostituido al vil metal de Hollywood. Aparte de que estas valoraciones son ridículas (ya que el éxito comercial era la mayor obsesión de directores como John Ford o Alfred Hitchcock), no pueden ocultar la influencia enorme que viene ejerciendo Spielberg en el cine comercial desde los años 70, lo que explica la escasa renovación del cine americano desde entonces. Fuera de Spielberg, nadie ha encontrado la fórmula para renovar el cine comercial porque todos, en mayor o menor medida, han acabado desarrollando variaciones de su cine.

Un ejemplo evidente es Super 8, el último largometraje de J.J. Abrams, uno de los directores de moda, que tiene sobrada inteligencia para hacer cosas como recuperar sagas que estaban en decadencia (como Misión Imposible o Star Trek) o reírse de los frikis con ínfulas de superioridad tomándoles el pelo con la serie Perdidos. Su nueva película está producida por Spielberg, y funciona como un homenaje a todo el cine de aventuras de los 80 que éste estableció como paradigma.

El referente más inmediato es una de sus películas más conocidas, E.T., el extraterrestre (E.T.: The Extra-Terrestrial, 1982), uno de los casos llamativos de cómo el triunfo comercial puede ocultar las virtudes de una película. Spielberg ha contado muchas veces que ésta es una de sus películas más personales, ya que trataba de reflejar, sobre todo, una niñez entristecida por la separación de sus padres. También ha dicho que fue una cinta que le marcó profundamente, hasta el punto de que su realización supuso un punto y aparte en su carrera, porque a partir de entonces, decidió tomar una mayor distancia emocional con sus futuros proyectos. Casi 30 años después vuelve, como productor, a homenajear aquella película.

Porque Super 8 parte del mismo punto que el propio Spielberg consideraba nuclear en E.T. El punto de salida es el conflicto en torno al cual se articula la película. Y es el proceso de madurez del protagonista, un preadolescente que vive en un entorno familiar desestructurado: aquí por la muerte de la madre, y en E.T. por el divorcio de los padres. En ambos casos, el crío vive en un ambiente hostil, se siente incomprendido por su progenitor y vive recluido en su propio mundo (sea la afición por la ciencia-ficción o las películas amateur) que le aísla de la realidad.

Esto lleva al segundo problema, que es el enfrentamiento entre el mundo de los niños con el de los adultos. Los críos no tienen más remedio que enfrentarse a los adultos, que aparecen como una amenaza, en ambas películas de tipo militar. Este enfrentamiento con los adultos es lo que hace que los niños aprendan a tomar sus propias decisiones, a actuar siempre al margen. Y el paso a la edad adulta sólo se podrá dar con la aparición de un ente exterior que supondrá una experiencia vital de madurez. Elliott comprende cuando se despide del extraterrestre su maduración, como sucede con Joe, el niño de Super 8, que decide desprenderse del amuleto de su madre y pasar página mirando hacia el futuro (y cogiendo a la chica de la mano, que también consiste en eso dejar de ser niño).

Así, en las dos películas, son los niños los que ayudan al extraterrestre a escapar, a volver a su mundo tras el accidente que les ha hecho caer en nuestro planeta. En contra de la opinión de todos los adultos (que quieren hacer experimentos con los alienígenas), hacen lo que sea para que huyan. Frente a todo el rosario de prohibiciones y reglas de los adultos, los niños van por libre, y ruedan películas a escondidas, se escapan con el coche de sus padres, están expuestos a la tentación del alcohol y las drogas (el personaje del vendedor que les ofrece marihuana en Super 8 o la monumental cogorza que pillan Elliott y E.T.) y desobedeciendo incluso lo que les dicen desde el gobierno y el ejército, liberan al extraterrestre.

Evidentemente, este arco argumental tiene sus diferencias, pero todas ellas enriquecidas con referencias al cine comercial de los 80, el cine dirigido o producido por Spielberg o por sus discípulos. Películas que resumen ese cine de aventuras protagonizado por niños que se inmiscuyen allí donde los adultos no llegan: Los Goonies (The Goonies, Richard Donner, 1985), Exploradores (Explorers, Joe Dante, 1985), El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, Barry Levinson, 1985), Cuenta conmigo (Stand By Me, Rob Reiner, 1986), etc. Y, como colofón, con una secuencia final que cuenta con la misma planificación que el final de E.T.

Es así como vemos que algunos de los directores comerciales más interesantes del momento, como Peter Jackson o, en este caso, J.J. Abrams se declaran discípulos de Spielberg, conformando una generación más de epígonos del realizador, una generación posterior a la de realizadores como Joe Johnston, Joe Dante o Robert Zemeckis. Lo que hace pensar en que la explotación de ese cine de aventuras familiar que ironiza sobre la mentira de esa familia perfecta norteamericana que se nos vende constantemente sigue siendo una fórmula que funciona en taquilla. Hay una diferencia, eso sí, entre Super 8 y E.T. El monstruo de Abrams se aleja de la imagen tierna de Spielberg y se parece mucho a esas figuras terribles de Monstruoso (Cloverfield, Matt Reeves, 2008, y producida por Abrams). Hace años, Joseph L. Mankiewicz dijo que él nunca habría podido dirigir E.T. porque el bicho era muy feo. Pues si llega a ver el bicharraco de Super 8 le da un patatús.

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1 comentario

Juan Sanchez escribió
26/08/2011 15:27

Muy buena la crítica. Esa confrontación adultos-militares/niños, supongo que Spielberg intentó suavizarla en la reedición de ET, con el cambio de recortadas por walky-talkies... Aunque siempre he pensado que, si se diera el caso, utilizarían hasta tanques, como en Super 8.

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