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CRÍTICA DE CINE

'El origen del planeta de los simios', primates y Hollywood

MANUEL DE LA FUENTE. 19/08/2011

VALENCIA. Ya no se hacen películas como las de antes. Esta afirmación ha llegado a convertirse en un tópico repetido desde hace ya décadas por aficionados al cine e incluso por espectadores esporádicos. Existe la sensación de que el cine comercial de Hollywood se ha desarrollado muchísimo en el aspecto técnico (efectos especiales, digitalización, etc.), al tiempo que ha decaído en las cuestiones "artísticas".

Es así como el cine se habría convertido en un espectáculo meramente visual donde ya no se cuidan aspectos como el guion, el ritmo narrativo o las interpretaciones de actores.

Sin entrar a discutir una visión que es muy reduccionista e injusta, sí es cierto que hay diversos aspectos que han conformado esta visión de las cosas. Uno de ellos es la desaparición del cine de género, de manera que hoy la oferta se reduce prácticamente a unos pocos géneros (la comedia romántica, el terror, el fantástico y el thriller) que, además, resultan totalmente previsibles. Y ahí está el pecado, en lo previsible.

El estreno de 'El origen del planeta de los simios' (Rise of the Planet of the Apes, Rupert Wyatt, 2011) es un ejemplo perfecto de esta dinámica. La película cumple con todos los detalles que delatan esta carencia de ideas novedosas en cine de Hollywood actual: 'precuela' de una película de éxito de los años 60 (que surge, además, un poco a la estela del remake de Tim Burton), intento de reverdecer una historia que ha sido siempre exitosa y vuelta al género fantástico como reclamo para los espectadores más jóvenes. Hasta aquí, todo va más o menos bien. Pero la película cae, como pasa en demasiadas ocasiones, en desmentir los valores de la cinta original.

'El planeta de los simios' (Planet of the Apes) es un clásico rodado en 1968 por Franklin J. Schaffner a partir de una novela de Pierre Boulle. La película planteaba una historia muy original: unos astronautas iniciaban un viaje espacio-temporal que les transportaba 2.000 años en el futuro. Aterrizaban en un planeta en el que existía una evolución inversa: los simios eran los seres superiores que cazaban seres humanos, situados en la escala más baja de la evolución. Todo ello en una sociedad medieval, ya que los monos negaban la teoría de la evolución, el desarrollo científico y se guiaban por el dogma religioso que daba explicación a su mundo. Al final de la película, el personaje humano protagonista (Charlton Heston) descubría que no había aterrizado en otro planeta, sino en la Tierra del futuro, que se había visto abocada a esta involución de la especie por la misma codicia y sed de violencia de los seres humanos (seguramente, debido a una guerra nuclear).

Evidentemente, la película, como toda buena historia de ciencia ficción, llevaba al extremo más ridículo algunos de los aspectos de la sociedad de su tiempo (las referencias al dogma religioso de los monos como una crítica a las teorías creacionistas que siguen dando guerra en muchas partes de Estados Unidos) y reflejaba también algunos de los miedos más presentes entonces: en este caso, el miedo al cataclismo nuclear en plena guerra fría. De este modo, la ciencia ficción servía para poner sobre el tapete un alegato sobre los excesos y peligros de nuestra sociedad.

Pero entonces llega este Hollywood de ahora y decide, más de cuarenta años después, hacer una película para explicarlo todo, para que todo quede mascado, intentando completar una película que, como en el buen cine clásico (incluso en el que llega hasta los años 60), transmitía una sensación de desasosiego no por lo que mostraba, sino por lo que insinuaba. ¿Qué había pasado para que Charlton Heston contemplase totalmente desesperanzado las ruinas de la Estatura de a Libertad? ¿Qué desastre tan mayúsculo había provocado la Humanidad?

Aquí lo dejan clarito. Nada de cataclismos nucleares ni guerras contra imperios del mal, ni cosas así que puedan incomodar a los poderes políticos de turno. No. Lo que pasó fue que hubo una infección vírica, a partir de un escape producido durante una investigación con simios. Porque lo que más preocupa a la Humanidad parece ser que no son las guerras, el descontrol ecológico, el crecimiento de los fundamentalismos religiosos y de las tensiones entre Oriente y Occidente, o las desigualdades sociales. Para nada: lo que nos preocupa, según Hollywood, son los virus, como el de la gripe A, que ya se sabe que estuvo a punto de exterminarnos a todos.

De este modo, todo lo que era osadía en la película original se convierte aquí en una sandez ultrarreaccionaria. En esta película no existe la violencia ni la maldad: los monos son buenos y no matan a nadie (muere menos gente en la película que en un episodio de El Equipo A); la empresa farmacéutica que aparece es muy responsable, y decide parar sus experimentos cuando ve que pueden ser contraproducentes, renunciando incluso a los beneficios que podría obtener (los reinician sólo cuando ven que pueden hacer una labor altruista tan importante como curar el Alzheimer); y no aparece ningún malo en la película, ni los monos se rebelan contra los humanos, porque lo único que quieren es huir al bosque y vivir en paz. Sólo falta en la película que aparecieran los bancos norteamericanos y las agencias de calificación preocupándose por el bien común.

Al final, lo que sucede es que el escape del virus (debido a un accidente, no a un atentado terrorista ni a la aparición de alguien con ganas de controlar el mundo, no se vayan a creer) acabará provocando la extinción de nuestra especie. Y se ve, además, en una secuencia de cierre que remite directamente al final de Doce monos (Twelve Monkeys, Terry Gilliam, 1995) , con aeropuerto incluido y con la explicación de la propagación del virus en que una de las personas afectadas coge un avión.

Todo lo que en la película de Schaffner era una advertencia sobre los excesos de la carrera armamentística, sobre el mal uso de los avances científicos, se convierte aquí en una fatalidad, en un simple accidente ocurrido en un mundo en el que incluso las empresas farmacéuticas son cándidas y se mueven únicamente por intereses elevados. Para este viaje, no hacía falta ninguna explicación. Porque lo que hace El origen del planeta de los simios es negar una película que, supuestamente, homenajea.

Y éste es el pecado de este nuevo cine de ciencia ficción: que intenta hacerlo todo obvio, explicar incluso lo que no necesita ninguna explicación. Porque intentar explicar la angustia que provocaba una película como 'El planeta de los simios' es una misión muy difícil al contravenir una de las reglas del cine fantástico: las explicaciones ampulosas de las meras excusas argumentales suelen acabar destrozando la misma historia. Es lo mismo que decía Alfred Hitchcock al teorizar sobre el cine de género que más conocía él, el thriller: qué más da lo que busquen los espías en una película (secretos estatales, fórmulas secretas, lo que sea), cuando se trata sólo de una justificación sin importancia (MacGuffin lo llamaba él) para que la historia avance. Pues bien, ésas son las lecciones que no se han aprendido en Hollywood. Y de ahí que cunda, de manera un tanto injusta, esa sensación de que ya no se hace un cine como el de hace cuarenta años.

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1 comentario

Sir John More escribió
22/08/2011 14:45

Magnífica reflexión sobre la hartura que sentí al salir de ver la peliculita...

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