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VALENCIA. Los tiempos que corren necesitan un esfuerzo pedagógico por parte de todos los actores políticos y económicos para que los ciudadanos entendamos lo que nos está pasando con la crisis económica, es decir, que nuestras empresas tienen muchas dificultades para sobrevivir, que la renta media está bajando aceleradamente y que se está adelgazando el estado de bienestar que veníamos disfrutando.

El pasado martes 12 de mayo el Gobierno tuvo que rebasar las líneas rojas que él mismo se había marcado con recortes de política presupuestaria y/o social. La justificación última fue que sin estos recortes los mercados financieros europeos y mundiales dejarían de prestar dinero a precio razonable a los agentes económicos de nuestro país, y que se habían tomado decisiones por todos los países de la zona euro para salvaguardar la moneda y el crédito y a cada país se le exigía su esfuerzo correspondiente de consolidación fiscal, en el caso español sobre todo, un compromiso adicional de reducción de déficit público.

Es verdad que los actuales desequilibrios tienen que ver con la gestión presupuestaria de estos años pasados, con los superávits falsos por estar contaminados por la burbuja inmobiliaria y también por el desequilibrio financiero de la economía española que por el propio boom inmobiliario y nuestro déficit comercial había impuesto una constante demanda de crédito exterior y que ahora se ha secado de golpe poniendo en peligro no solo la supervivencia de las entidades financieras sino la de los propios titulares de las 17 millones de hipotecas, empresas y ciudadanos, que no podrían soportar costes disparatados adicionales por los tipos interés, casi todos variables de sus créditos.

Así pues, la ruptura del modelo de financiación de las últimas décadas ha encumbrado a la financiación como valor supremo de la economía. Su coste asequible y su propia existencia le ha convertido en un tesoro, quien tiene liquidez es capaz hoy de generar buenos negocios, quien no la tiene, a pesar de que puede tener gran solvencia en el sentido patrimonial y no concursal del término, puede estar condenado a la mayor de las dificultades de supervivencia. La necesidad de financiación es capaz de provocar un radical cambio de política presupuestaria que desplaza las líneas rojas del estado de bienestar que un gobierno socialista jamás habría realizado motu propio. Esta crisis nos va a hacer variar la escala de valores económicos y a encumbrar a un nuevo becerro de oro.

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(*) Ricard Torres es economista, abogado y ex diputado del PSOE en el Congreso