VALENCIA. "Mirar hacia atrás es recordar el espanto, pero gracias a Dios el ser humano tiene una notable capacidad de recuperación, si no, no estaría aquí, lejos de la montaña". Pedro Algorta (Buenos Aires, 1951) fue uno de los 16 supervivientes del fatídico accidente aéreo en la cordillera de los Andes en el que murieron 29 personas. A 30º bajo cero y en una condiciones calamitosas sobrevivieron 72 días alimentándose de los cadáveres de sus compañeros hasta que fueron rescatados. Han pasado 39 años de aquella pesadilla y ahora es cuando Pedro Algorta decide contar lo vivido. Lo ha hecho esta semana en el IVAFE, Instituto Valenciano de la Formación Profesional, en una charla sobre "Lecciones de la tragedia de los Andes". Es padre de tres hijos que viven en España y tiene un nieto. Hoy da charlas y participa en talleres mostrando que tras experiencias límite se puede volver a sonreír.
-¿Una experiencia como la suya se puede tener callada durante 35 años?
-Al volver de la montaña decidí llevar una vida normal. Estudié Económicas, me casé, tuve tres hijos, trabajé en diferentes empresas, entre ellas fui director ejecutivo de la cervecería Quilmes. El tema de la montaña era privado. Lo hablaba con mi familia y amigos. Al llegar a la mitad de mi vida me di cuenta de que la montaña seguía en mí, me había impactado mucho y no le había prestado suficiente atención. Así empecé este peregrinaje compartiendo lo vivido. A veces no soy consciente del efecto que produce un testimonio como el mío.
-¿Qué motivó empezar a hablar y en qué lugar había aparcado semejante experiencia?
-Con 55 años decidí dedicarme más a mí y vi que mi experiencia también tenía sentido para los que me escuchaban. Nunca he tenido pesadillas, ni he soñado con la montaña. Eso sí, al hablar de ello aún me emociono, pero no es una herida abierta, ni mucho menos.
-¿Todo lo que vivió en aquel momento ha podido aplicarlo a su vivencia empresarial?-Me gustaría decirle que sí y darle ejemplos concretos, pero no lo puedo hacer. Me es imposible separar mis vivencias; lo aprendido en la vida de lo vivido en la montaña. De todos modos es cierto que desde un punto de vista racional lo vivido se puede aplicar en la cotidianeidad de una empresa, pero insisto: es una racionalización. Desde el punto de vista emocional no sé si he sido mejor o peor empresario, mejor o peor padre, mejor o peor marido por la experiencia en los Andes.
-¿Alguna vez se supera algo así?-Como le dije nunca he tenido pesadillas. Ando por la vida con la montaña a cuestas, pero no me considero diferente de los demás. En el fondo creo que todos tenemos nuestra propia montaña y somos supervivientes. Quizá la mía sea más pública, pero todos tenemos experiencias límite, que para cada uno son personalmente dramáticas.
-¿Tardó mucho en volver a subir a un avión?-No, no me costó. Salí consciente de la montaña. Y como ocurrió recientemente con los mineros de Chile, en nuestro caso volvimos muy coordinados entre nosotros hablando sin parar de lo sucedido.
-¿Hay crisis comparables?-Todos tenemos nuestras montañas. Cualquier crisis incluye miedo, oscuridad, ansiedad, ver pasar el tiempo lentamente... Los mineros atrapados en la mina o los astronautas perdidos en el espacio han vivido experiencias similares a la que vivimos nosotros.
-¿La primera lección que aprendió?-La conclusión que extraigo es la gran resistencia del ser humano, la gran capacidad de recuperación. Pasamos 72 días de espanto y poco después volvimos a la normalidad. Por tanto cualquier ser humano se puede recuperar de su propia montaña.
-¿Las experiencias límite generan más solidaridad?-Sin duda. En situaciones así sabes inconscientemente que sólo uniéndote a los demás podrás salir de ahí. El individualismo mata. Te unes porque quieres salvarte, no porque quieras salvar al otro, sino a ti mismo. Y trabajas en equipo.
-¿Y en experiencias normales?-Para trabajar en equipo hay que tener objetivos, personales o profesionales, que te movilizan.
-¿Conserva la amistad con el equipo con el que salvó su vida?-Fue una experiencia común, pero no nos ha unido hasta la muerte. Nos queremos y nos reconocemos como sobrevivientes. Nos unió la experiencia, pero nos separó la vida. Ya no hay objetivos, ni trabajo en equipo. Es como ocurre con los compañeros del colegio que te puedes volver a encontrar, guardas recuerdos, pero no compartes con ellos el día a día.
-¿Pero usted ahora ha elegido seguir en la montaña?-Sí, de algún modo me conduce. He estado estudiando qué pasó, si es que éramos unos seres extraordinarios o raros, cómo fue que pudimos sobrevivir.
-Porque tomaron una decisión determinante.-Es una decisión que cualquiera hubiese tomado. Al principio una barra de chocolate nos duraba tres días, al final no tuvimos otra alternativa alimenticia.
-Disculpe, pero a mí me costaría comerme el cadáver de mi amigo, mi hermano o mi madre.-Todos somos seres humanos y la lucha por sobrevivir sale de, dentro. Usted hubiera hecho lo mismo. Nadie quiere morir. Si usted hubiera estado en la montaña con nosotros hubiera hecho lo mismo. No hicimos nada raro. Dejamos que nuestros instintos de supervivencia se desarrollaran e hicimos lo que han hecho otros muchos antes. Hay casos parecidos.
-¿Los caníbales?-No hay que irse tan lejos. Un amigo mío recibió una carta de un alemán agradeciéndole que contáramos, con naturalidad, nuestro testimonio, porque él reconoció que en la guerra se habían dado muchas situaciones de antropofagia de las que no se hablaba. Nadie se deja morir, todos quieren vivir. Y después de diez días en la montaña y tras consumir los pocos alimentos que quedaban en el avión fue lo único que pudimos hacer.
-¿Al final de la experiencia se hizo vegetariano?-Para nada. Por favor, fue una experiencia dura, cruel, pero de vida. Y la vida sigue.
-¿Llegó a pensar en alguna ocasión que la persona muerta podía haber sido usted?-Sin duda. De hecho cuando discutíamos qué íbamos a hacer, cada uno ofreció su cuerpo al resto en el caso de morir. Tenga en cuenta que en el accidente murieron 12 personas y a lo largo de los subsiguientes días 17 más, por lo que acordamos entre nosotros que nuestro cuerpo podía ser comido por los demás para que continuaran viviendo. Una vez decides hacerlo desaparecen los miedos y uno se adapta porque quiere vivir. Y quiere vivir en ese momento, no piensa en mañana, ni pasado. Sino en lo qué tiene que hacer para sobrevivir ese minuto.
-¿Con una montaña tuvo bastante?-¡Qué va!, la vida te da más. No sabes cuándo llega, ni en qué momento, pero he tenido más. Es más, me sigo ahogando en un vaso de agua cuando veo una situación complicada.
-¡Vaya!, pensaba que tras una experiencia como la suya uno es como "Superman"-Lamentablemente no. Me da un amago al corazón, pienso que me voy a morir y me espanto.
-¿Le da miedo la muerte?-No me gusta. A veces cuando corro con mi coche, pienso ¡vaya, me salvé en la montaña, pero igual me muero en la próxima curva!... sin embargo de todo he salido. Pero es verdad que en el momento en que estás atravesando una situación nefasta piensas que esa es la peor. Hay quien dice que el ser humano aprende mucho de experiencias transcendentales, pero le aseguro que el ser humano aprende poco.
-¿Por qué?-Porque nos adaptamos y necesitamos olvidar. Si hubiese aprendido demasiado no me hubiese podido recuperar. Me gusta disfrutar de la vida, de mi familia, de mi nieto, de los amigos... si me hubiera quedado enganchado hubiera acabado viviendo solo en la montaña o arriba de un árbol. Mi gran activo es poder haber hecho una vida normal. Ese es mi mensaje: podemos volver a vivir, no hay que preguntarse constantemente ¿por qué a mi, por qué esto?
-¿Cree en el más allá?-Sí. Me considero una persona espiritual, que cree en algo superior. Creo que el hombre es mucho más de lo que vemos.
-¿La crisis de hoy es comparable a su experiencia?-Una de las cosas que también aprendí es que la vida es crisis, conflicto, esfuerzo, está llena de contradicciones, de discusiones... por lo que no me asustan las situaciones complicadas.