VALENCIA. Contra la creencia extendida, el dinero no garantiza el éxito en el fútbol ni asegura los títulos. La coherencia de un proyecto, la conjunción de una plantilla, su potencia real por encima de exageraciones mediáticas, y su nivel de compromiso, son los elementos indispensables para alcanzar la gloria, si la suerte, claro está, acompaña.
Sobran los ejemplos. Ayer se cumplió el noveno aniversario de la liga conquistada por el Valencia en La Rosaleda superando al Real Madrid galáctico en su primera versión. El club de Mestalla llevaba varios años creciendo y formando un equipo de amplias prestaciones que se había curtido sin fortuna en sendas finales consecutivas de Champions, pero que había aprendido a competir al máximo nivel. Curiosamente, los fichajes más rimbombantes de aquel ejercicio, los únicos jugadores contratados a golpe de talonario, no justificaron el precio pagado.
El delantero Salva y el centrocampista De los Santos se pasaron más tiempo en el banquillo que sobre los terrenos de juego y ofrecieron un pobre rendimiento. Otros sacaron las castañas del fuego y un entrenador que debutaba en la élite, Rafa Benítez, asombró a propios y extraños. La lógica y los pronósticos se fueron al traste.
El Barcelona era por entonces un club a la deriva que se metía en inversiones astronómicas de nula rentabilidad. Los pañuelos florecían habitualmente en el Camp Nou como muestra del desencanto popular por la penosa imagen que transmitía un equipo que estuvo cinco años consecutivos sin lograr un solo título y que se miraba en el espejo de Mestalla, envidiando los triunfos de aquel inolvidable Valencia.
Joan Gaspart, presidente azulgrana por entonces, compraba jugadores de forma compulsiva para combatir la ansiedad y acabar con la sequía. No le dio resultado, como tampoco a Florentino juntar a Ronaldo, Beckham, Raúl, Zidane, Roberto Carlos y Figo, entre otros, en la plantilla que acabó en 2004 a diez puntos del Valencia en el que jugaban Curro Torres, Rufete y Mista como abanderados de aquel equipo campeón de liga y de la UEFA.
La paciencia y la coherencia riman pero no son términos que gocen de predicamento en un mundo sometido a la presión de forma desproporcionada. Los aficionados, la crítica y los dirigentes lo saben pero no terminan de asumir la existencia de ciclos que no son eternos, tienen fecha de caducidad. Los equipos de fútbol se transforman, surgen alternativas y los competidores acaban por imponerse y desbancar al que domina.
Los clubes vascos mandaron con su política de cantera y aquellas plantillas tan competitivas de la primera mitad de los ochenta. Luego vino el Madrid de la "Quinta del Buitre", el "Dream Team" de Cruyff tomó el relevo, y así hasta el presente. La inversión ayuda a mejorar, puede enderezar una trayectoria pero no asegura el triunfo instantáneo. Hubo equipos rutilantes que fracasaron, otros de menos renombre pero con mejores fundamentos pasaron a la historia.
No hay secretos, ni fórmulas mágicas. Los misterios del fútbol no se resuelven con fichajes relumbrantes. Ahí está Kaká, devaluado a la condición de saldo después de dos años, o Cristiano Ronaldo, que verá por televisión cómo el que equipo que le vendió a tiempo e hizo el negocio redondo, jugará a final de mes en Wembley por coronarse rey de Europa.
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