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VALENCIA. Los vestuarios de Paterna son el escenario elegido para la ocasión. Después de la debacle sufrida en Mestalla, entrenador y futbolistas volverán a cruzar sus miradas. Se supone que el técnico vasco leerá la cartilla a sus discípulos, tampoco se descarta que les obligue a una sesión de vídeo para ver todos juntos el esperpento protagonizado ante el Real Madrid.

Cuando se sufre una afrenta de esta magnitud, algunos jugadores, los distinguidos por los galones y el peso específico también suelen tomar la palabra y expresar su opinión. El ambiente será cortante, puede que se produzcan momentos de alta tensión.

Luis Aragonés popularizó en sus días como técnico valencianista la frase de "míreme a los ojitos" cuando acompañaba al díscolo Romario en un paseo nada cordial. Aquel fue uno de los múltiples pulsos que el entrenador sostuvo con la estrella brasileña. Al final, Luis se salió con la suya e impuso su criterio mientras Romario se volvía a su país para jugar al fútbol y bailar samba. Unai también ha de mirar a todos sus jugadores a la cara, ha de trasladar una exigencia para rehabilitar el prestigio de un equipo que ha quedado seriamente dañado después del ridículo sufrido. Del compromiso de los jugadores, de su grado de implicación va a depender en el mes que queda de liga que se alcance el objetivo deseado.

El valencianismo aún no termina de asimilar el batacazo del sábado. El varapalo recibido duele por la escasa capacidad de respuesta demostrada, por la bajada generalizada de brazos. La imagen ofrecida ha tocado la moral de la afición, de ahí la visceralidad de algunas reacciones. No está la gente para bromas, se puede perder con el conjunto de Mourinho aunque no sea el equipo titular, pero de otra manera, dando la cara y mostrando un mínimo de orgullo. La próxima visita a Pamplona se antoja fundamental el grado de reacción de una plantilla que ha sido la responsable de la derrota más humillante vivida por el Valencia en su campo. Palabras mayores.