Hondarribia es una ciudad con una población de 14.000 habitantes que se encuentra en el extremo oriental de la Costa Vasca. A los pies del Monte Jaizkibel, (el más alto de la Cornisa Cantábrica), bañada por el Mar Cantábrico y la Bahía de Txingudi, (que forma la desembocadura del río Bidasoa) se encuentra en una privilegiada situación que se complementa con su fácil acceso y su condición de frontera natural con Francia.
Aunque no es hasta el año 1203 cuando el rey Alfonso VIII otorgó la carta fundacional a Hondarribia, numerosos hallazgos de cerámica, monedas y utensilios romanos prueban la existencia de una población en el promontorio que actualmente ocupa el recinto amurallado durante los primeros siglos de nuestra era.
Vestigios de estos primeros pobladores son los bronces romanos extraídos en el fondeadero de Higer, en 1984, que por su calidad y diseño pueden considerarse además, como lo más sobresaliente de entre los ajuares arqueológicos de esa época. Algunas de las piezas descubiertas, cuyo estado de conservación es sorprendente gracias a la aleación de bronce y estaño, son unos apliques que representan las divinidades romanas.
La situación fronteriza de Hondarribia le ha obligado a estar rodeada de cercos o murallas desde mucho antes de su fundación, como parece corroborarlo el nombre de uno de los torreones -actualmente desaparecido- atribuido al rey Wamba (siglo VII).
Como la anterior muralla medieval que protegió la ciudad durante siglos, era incapaz de resistir la potencia de las nuevas piezas de artillería desarrolladas a lo largo del siglo XV, durante el reinado de los Reyes Católicos comenzó a construirse la actual muralla. Baluartes, cubos y grandes lienzos de muralla serían testigos de cruentas batallas que escribirían los pasajes más conocidos de su historia.
Las murallas que protegieron a la población de los numerosos asedios que sufrió a lo largo de su historia estuvieron a punto de desaparecer en 1794. Testigos de aquellos hechos, todavía permanecen abiertos al pie de la muralla -entre el baluarte de la reina y el puente de San Nicolás- los huecos en los que se colocarían los barriles de pólvora para destruirlas.
En verano de 1794, la ciudad fue tomada por el ejército francés, que permaneció en ella durante casi un año. Para esas fechas, el lamentable estado en el que se encontraban las murallas y el desarrollo armamentístico de la época, ya no permitían a la plaza fuerte defenderse como lo había hecho en anteriores asedios.
Durante el año que permaneció el ejército francés en la ciudad, se destruyeron las murallas y baluartes que miraban a Francia. Se abrieron los huecos que todavía permanecen al pie de la cortina de San Nicolás, y se colocaron en ellos los barriles de pólvora. Pero llegó la Paz de Basilea y por apenas unos días no pudieron llevarse a cabo las voladuras que la hubieran destruido completamente.
Pero no todo son guerras en la historia de la ciudad, Hondarribia fue también durante la edad media un próspero puerto comercial desde donde se embarcaban numerosos productos (trigo, vino, metales..) de Castilla y Navarra con destino a Flandes y otros puertos de Europa.
Igualmente, su tradición marinera se remonta a la época medieval. La Cofradía de Mareantes de San Pedro, fundada hace más de 600 años, nos ha legado numerosa y valiosa documentación de la actividad pesquera a lo largo de todos estos siglos. Destaca por su espectacularidad la pesca de la Ballena Franca, que antaño se acercaba a sus costas en otoño, durante sus viajes migratorios.
Un paseo hasta Jaizkibel
En cualquier época del año, uno de los paseos más agradables que podemos realizar por Hondarribia es aquel que recorre la falda Sur del Monte Jaizkibel, la que mira hacia el Estuario del Bidasoa.
Debemos de llegar inicialmente hasta Guadalupe, ermita que se encuentra en la carretera de Jaizkibel a unos cinco kilómetros de Hondarribia. Cada cual llegará hasta allí como buenamente pueda o quiera, ya que caminando tendremos desde el pueblo un recorrido de poco más de media hora.
El camino que debemos de tomar está junto al aparcamiento de la iglesia el cual nos ofrece unas bonitas vistas de la ciudad. Mirando desde el aparcamiento hacia el monte Jaizkibel, veremos el camino de cemento que deberemos de tomar. A unos cincuenta metros encontramos a la izquierda la casa del guarda que tiene una piedra de molino a la entrada que sirve de referencia para saber que vamos bien encaminados. Deberemos de continuar por el mismo camino unos doscientos metros, hasta que se termina y obliga a subir unos metros a una pista forestal de tierra arenosa.
Estamos en el buen camino. Volvemos a mirar hacia la pendiente que asciende al monte Jaizkibel y entonces decidimos si afrontarla o tomar la pista sobre la que nos encontramos y realizar un agradable y menos esforzado paseo mientras contemplamos el valle.
En los taludes de algunos de los caminos que cruzan Jaizkibel podemos ver las plantas carnívoras que en esta región habitan, como la "pinguicola grandiflora", cuyas hojas de color verde amarillento y flores violáceas, inconfundibles durante los meses de primavera y verano, están cubiertas de una mucosa en la que se quedan adheridos los insectos que se posan en ellas. Si nuestro paseo es en otoño, cuando del resto de las flores apenas queda el recuerdo, encontraremos una solitaria flor, nacida de un bulbo que esconde bajo tierra un potente fármaco y un poderoso veneno, la "Colchicum autumnale", abundante en los prados de hierba que no se siegan.
Las vistas del valle y de la bahía nos acompañarán a lo largo de todo el recorrido. Podemos andar por ella durante varios kilómetros, sin ascender, pero es aconsejable tomar una subida que nos encontraremos a la derecha a unos dos kilómetros del punto de partida si queremos subir cómodamente hasta la cima.
Esta subida que es muy llevadera nos llevará hasta el antiguo parador, donde todavía se encuentran los arcos del antiguo edificio y un mapa en piedra que nos indica la toponimia de todos los montes que se observan desde el mirador. La vuelta la podemos hacer por la cresta del monte por un sendero que recorre las antiguas torres de vigilancia y señalización que se levantaron durante la guerra carlista. No hay ninguna pérdida ya que continuamente tenemos referencias y terminaremos bajando a Guadalupe por el cortafuegos que evitamos al principio.
Por otro lado, si nos acercamos a algunas de las numerosas calas que forman la costa del monte Jaizkibel, nos sorprenderá la variada gama de colores que presentan las areniscas, así como las caprichosas formas que la erosión ha esculpido en sus rocas.
El color rojizo que presenta infinidad de gamas, se debe al alto porcentaje de óxidos de hierro en la composición de la roca, y las curiosas formas que en ella se dibujan a la diferente dureza de los materiales que la componen, siendo la roca rojiza más vulnerable a la erosión.
De las canteras de Jaizkibel se extrajo la mayor parte de la piedra con la que se levantaron las murallas, la iglesia y muchas de las casas del recinto amurallado. Si observamos con detenimiento algunos edificios (se ve con claridad en la fachada Sur de la Iglesia) podemos apreciar los diferentes tipos de piedra arenisca con los que se ha construido, así como el diferente grado de erosión que han sufrido piedras que han permanecido, durante siglos, bajo las mismas condiciones.
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