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VALENCIA. Emery vivió su peor noche como entrenador del Valencia en el campo del Schalke. Su estado anímico rozaba la desesperación en la sala de prensa. Abatido y sin fuerzas para hablar atendió las preguntas, sus ojos brillaban, estaba a un paso de llorar. La noche se hizo eterna, el vuelo de regreso aterrizó en Manises a las cinco y media de la madrugada.

Conscientes del golpe recibido y de sus efectos posteriores, los responsables del club valencianista, con Manuel Llorente a la cabeza, se aplicaron en trazar una estrategia que limite los daños colaterales. El propósito es blindar al entrenador, evitar que se abra un debate en torno a la continuidad de Unai y centrarse en lograr el gran objetivo: ser terceros al final de la liga para asegurarse la presencia en la próxima edición de la Champions.

Al igual que aquella célebre película de Spielberg ambientada en el desembarco de las tropas aliadas en Normandía, hay que salvar al entrenador de un decaimiento que perjudique los intereses de la entidad y recuperarlo anímicamente del varapalo recibido.

Hay demasiado en juego. El primer paso lo dio uno de los capitanes, David Navarro, en su comparecencia de ayer. El defensa del Port de Sagunt rompió una lanza a favor del técnico y asumió en nombre de la plantilla toda la responsabilidad de la derrota ante los alemanes.

Se quiere salvaguardar el espíritu de unión y el buen ambiente que reinaba en el vestuario hasta el pasado miércoles. Los efectos de la terapia de choque se podrán comprobar en La Romareda mañana en la cita liguera.