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La librería

¡Amotinaos! 'Kanikosen'
o cómo tirar a los
canallas por la borda

EDU ALMIÑANA. 14/09/2015 Dicen que la prosperidad de la nación exige sacrificios, que hay que dejarse la piel por ella. Prohibida en origen y convertida en mito después, el mensaje de la novela de Kobayashi no se agota

VALENCIA. Sake, sake, sake. Madres despidiendo a sus hijos de catorce y quince años, que son el blanco de bromas de alto contenido sexual por parte de los pescadores con los que convivirán durante meses. Barcos de vapor, boyas, vendedoras ambulantes, lanchas desplazándose de barco a barco como chinches. Hollín por todas partes, trozos de pan flotando en el agua. Un nauseabundo aroma a fruta podrida. Más sake. La tripulación del Hakko Maru, un barco conservero de cangrejos que es más una oxidada factoría flotante que una embarcación en condiciones, es una auténtica colección de miserias: jornaleros-pescadores arruinados, exmineros con los pulmones destrozados, campesinos a los que robaron sus tierras, estudiantes asfixiados por las deudas contraídas con el Estado. Nadie parece querer estar allí, pero lo que es seguro, es que nadie dispone de muchas más opciones. "Vamos hacia el infierno", dice alguien. Se equivoca. El infierno sería mejor.

La vida de los más de cuatrocientos trabajadores del Hakko Maru vale menos que una lata de cangrejo de las que procesan a diario. Corren los años veinte y la pesca de este crustáceo es enormemente lucrativa para algunos, que no son precisamente quienes faenan hasta la extenuación en el peligroso y helado mar de Kamchatka. Los yenes van a parar a los bolsillos de directivos bien alimentados, directivos que hacen recuento de sus beneficios en Marunouchi, en el centro mismo de Tokio, mientras los desgraciados que sacan a los cangrejos de las redes van deshaciéndose por dentro y por fuera a causa del beriberi, el frío, los accidentes habituales o las palizas constantes del patrón.

A los apex predators del capitalismo les es indiferente el sufrimiento de esos que con sus piernas esqueléticas y temblorosas sostienen los fastuosos castillos de la expansión económica. Son solo marineros, pescadores, obreros. Qué más da. Lo único que importa es ganar a esos repugnantes y subversivos ruskis, a esos degenerados cuyas ideas solo incitan a la vagancia, a la desobediencia y a la rebelión. Son solo números, piezas del engranaje, trozos de carbón humano. Japón es una gran nación que exige más combustible para crecer.

Takiji Kobayashi tuvo el valor, allá por 1929, año del cataclismo bursátil del que no aprendimos, de contar esta historia que Ático de los libros ha publicado en España. Autor referencia de la literatura proletaria nipona, pagó un precio muy alto por atreverse a narrar las desventuras que presenció desde pequeño en Hokkaido: en 1933, sin llegar a la treintena, Kobayashi fue detenido, torturado y asesinado por la policía, todavía al servicio de un sistema feudal que solo se había recubierto con un envoltorio distinto, pero que mantenía la mismas injusticias que antes.

Pero hay que hacer lo que haga falta por el Imperio. Lo que haga falta incluye despellejarse las manos, perder las fuerzas hasta desfallecer todos los días, no comer, no lavarse, dormir en un zulo -la letrina, así le llamaban- atestado de seres humanos enfermos, pulgas y piojos. El deber de las tripulaciones de los pesados ataúdes flotantes, reliquias maquilladas de la guerra ruso-japonesa recicladas para la industria pesquera, es no cuestionar nada.

El patrón puede ser un sádico con sobrepeso que disfruta llevando a cabo humillantes demostraciones públicas de poder, porque está en su derecho. Su misión es velar por los intereses del Imperio japonés. Por eso hace falta tanto sake. Mucho sake. Sake en las miradas enfebrecidas y delirantes de los marineros, sake en los camastros, sake circulando por venas como cables endurecidos y rígidos a punto de romperse, sake en los alientos descompuestos que hablan de un fin cercano. La muerte es el mismo mar de Kamchatka que con tanta precisión poética describe Kobayashi.

 

BANZAI 

La propaganda de los rojos, que se apiadan de ellos desde esas orillas revolucionarias en las que acaban algunos de sus botes pesqueros que se extravían sin querer, habla de alternativas. ¿Tretas de los ruskis para dejar en ridículo a la gran nación japonesa? ¿Qué hacer cuando hasta un naufragio es una oportunidad de negocio para el patrón ya prevista? El destructor de la Armada les sigue de cerca, muchos creen que para protegerles, pese a que sus oficiales de vez en cuando comparten con el patrón noches de excesos en su lujoso camarote. Poco a poco se extiende una pulsión de la que al principio nadie habla. ¿Y si tiramos por la borda a todos esos canallas?

¿Y si intentamos escapar de este CIE en el que nos recluyen por un problema administrativo, este CIE en el que nos hacinan y en el que somos maltratados a diario? Tristemente los motines suelen caracterizarse por ser rubricados con finales trágicos. Los destructores no trabajan para defender al pueblo, como pensaban los ingenuos tripulantes del Hakko Maru. Los destructores destruyen, vejan, deportan. Separan y aíslan. Forman en círculo alrededor del dinero. El mar se revuelve y las olas suben hasta la cubierta; el aire gélido se clava como con miles de alfileres, la sal entra en los ojos y enrojece todavía más la mirada. Se está terminando el sake. 

Quién iba a decirle a Kobayashi que su libro se convertiría en un fenómeno de nuevo a raíz de una crisis que haría más exigentes todavía las condiciones laborales de los japoneses, a los que se ha alentado una vez más a sacrificarse por el Imperio. Kanikosen convertido en superventas por un discurso libertario resucitado por el fallo de un sistema con hundimientos cíclicos. El mensaje del buque cangrejero perdura. Quizás Kobayashi supiese que iba a ser así. Quizás el mártir comunista de las letras japonesas tuviese claro que décadas después, los desarraigados, desahuciados, estafados, robados, apaleados, encerrados o menospreciados iban a seguir siendo embarcados y abandonados a su suerte en navíos a la deriva.

Ahora, en otro momento y en otro lugar lamentablemente no tan alejado a nivel moral como querríamos, leemos su legado y extraemos una idea: con la escasez se acaba perdiendo el miedo incluso a los cañones de los destructores. Y aquí ya se está terminando el sake.

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1 comentario

Jesus Raza Mescalero escribió
15/09/2015 12:45

Muy buen artículo . Apetece leer libros sobre la realidad. Abajo el lila de Murakami, viva el héroe Kobayashi.

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