VALENCIA. Primero, Señales (2002), luego El Bosque (2004), después La joven del agua (2006), El incidente (2008), Airbender (2008) y After Earth (2013). Tras convertirse en el niño prodigio con El sexto sentido (1999) y confirmar con El protegido (2000) que tenía ideas interesantes, el indio nacionalizado americano M. Night Shyamalan parecía embarcado en una titánica tarea de superación personal cuyo fin último era que cada película fuera peor que la anterior. Sin embargo, da la sensación de que con La Visita, -una cinta de pequeño presupuesto basado en una idea a priori interesante- ha recuperado cierta credibilidad. ¿Será un espejismo o ha aprendido del pasado?
Aunque parezca mentira, por rodar After Earth con Will Smith y su hijo Jade le pagaron. Ese dinero es el que ha invertido en realizar La Visita (de la que también es productor), la primera película que filma en años en la que ha podido participar en el proceso de post-produccion. Desde que rodó Airbender, un fracaso de público y crítica de los que hacen época, los estudios no le dejan acercarse a la sala de montaje ni con un palo.
Lógico. Nickelodeon se dejó 150 millones en el rodaje y 130 más en promoción. No se arruinaron de milagro con un título que iba a ser la primera entrega de una trilogía y que por poco no se distribuyó directamente en video clubs. Una caída de reputación a plomo en toda regla para un tipo que consiguió convertirse en el guionista mejor pagado de la historia con los 5 millones de dólares que le sacó a Disney por Señales.
Hay que reconocer que el director ya había hecho propósito de enmienda. Es difícil saber cuánto del mérito de la serie Wayward Pines, una adaptación de un relato de Blake Crouch protagonizada por Mat Dilon, le corresponde a él como productor. Sin duda ha sido una de las sorpresas de la temporada y todo apunta a que habrá segunda entrega, aunque la idea inicial es que solo hubiera una. Y eso que parecía un pastiche de Twin Peaks (David Lynch, 1989).
EL NACIMIENTO DE UN NIÑO PRODIGIO
Manoj Nelliyattu Shyamalan (lo de ‘Night' es un apodo de juventud) es lo que se puede llamar un chico prodigio. Admirador de Steven Spielberg desde que vio En busca del arca perdida (1981), comenzó como él a rodar con una cámara que le regalaron sus padres. Con 17 años ya había filmado 45 películas y todavía suele intercalar metraje de ellas en algunas de sus producciones.
Praying wiht anger (1992), su primera película comercial pasó prácticamente desapercibida. Tampoco merece la pena detenerse en Los primeros amigos (1998), también autobiográfica en cierta medida. Pero con El sexto sentido se metió a todo el mundo en el bolsillo. Productor, guionista y director, consiguió que Bruce Willis aceptara un papel muy alejado de los que solía interpretar.
Logró seis nominaciones a los Óscar, dos a los Golden Globe y cuatro a los Bafta. No se llevó ni uno pero con una película de 40 millones que recaudó más de 300 (solo en EEUU) se le abrieron todas las puertas. Solo Star Wars. La amenaza fantasma (George Lucas, 1999) recaudó más ese año.
El tipo tenía claro lo que quería. Admirador de Alfred Hitchcock, su sueño era hacer cine de palomitas sin renunciar a la calidad. Normal teniendo en cuenta que sus títulos favoritos incluyen El exorcista (William Friedkin, 1973), La jungla de cristal (John McTiernan, 1988) o Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992).
Tras El sexto sentido llegó su segunda mejor película: El protegido, un pequeño autohomenaje a su afición a los cómics. Su sueldo pasó de 3 a 10 millones de dólares y solo tuvo que descolgar el teléfono para que Bruce Willis aceptara repetir con él y Samuel L. Jackson se pusiera sus pies.
Y no solo eso. A partir de ahí se permitió la chulería de rechazar tres veces la oportunidad de dirigir entregas de Harry Potter o la primer de Las Crónicas de Narnia. También dijo ‘no' a La vida de Pi y a los reboot de Spider-man o Batman. Quería seguir haciendo sus propias películas y ese fue su error. Por Señales se embolsó un sueldo de más de 12 millones de dólares pero ni la presencia de Mel Gibson (aceptó ponerse a sus órdenes sin dudarlo) consiguió que fuera más que un discreto éxito y eso que recaudó en EEUU más de 270 millones con un presupuesto de 70. Regular y punto. A partir de ahí, sobre todo tras el fiasco de la ridícula La joven del agua, su estrella empezó a declinar.
Por el camino llegó el mockumentary que pretendía profundizar en su faceta más desconocida y explicar el porqué de su afición al misterio y a lo sobrenatural: El secreto de M. Night Shyamalan (Nathaniel Khan, 2004). Aunque era un intento de promocionar El bosque, la imagen de excéntrico y conflictivo que se le atribuía tenía más de real que de imaginaria.
SHYAMALAN, EL REGRESO
Con After Earth, su último estreno hasta la fecha, su fama tocó fondo. Joe Morgensten, periodista de Wall Street Journal, llegó a preguntarse si no sería la peor película de la historia. El director, en sus horas más bajas, aceptó por primera vez rodar un guión ajeno y cuentan las malas lenguas que Will Smith (también productor) rodó la mayor parte del metraje. Por lo menos cobró y ese es el dinero que le ha permitido buscar su segunda oportunidad.
Así, decidió guisárselo y comérselo él solito en este proyecto. Ha apostado por rodar con actores no muy conocidos y pocos medios (es el presupuesto más bajo de su carrera, 5 millones) y compensarlo con una buena idea como punto de partida (dos niños van a pasar unos días con su abuelos, que resultan ser poco menos que unos psicópatas). También ha recurrido a algo que ya empieza a oler, el ya cansino found footage.
Las críticas, desde luego, no están a la altura de El sexto sentido, pero son las mejores que ha cosechado en más de una década. Según ha explicado, hizo dos versiones del montaje: uno que era una comedia y otro de una película de terror. El que se estrena, dice, está a medio camino de ambos. De momento ya ha anunciado que volverá a rodar con Joaquín Phoenix (no se sabe más de ese proyecto) y que también tiene pensado repetir con Bruce Willis en la comedia dramática Labor Love. Ninguna tiene fecha, pero por lo menos es un signo de que no ha tirado la toalla. Lo que está por ver son los resultados.
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