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Historias de anticuario

"Huelo a pintura fresca"

JOAQUÍN GUZMÁN. 05/09/2015 Como no puede ser de otra forma, la falsificación tiene una larga historia judicial
Expertos analizando una presunta antigüedad
"Las vanas pretensiones caen al suelo como las flores. Lo falso no dura mucho"

Cicerón

 

VALENCIA. "Huelo a pintura fresca", era una de las frases favoritas del gran marchante Joseph Duveen cuando, a principios del siglo XX, entraba en casa de un coleccionista y quería desprestigiar las obras adquiridas por este. En el artículo pasado hablábamos de las sorpresas, de los debates que generan un mundo en ocasiones más intuitivo que matemático. Ahora conviene hacerlo de lo abiertamente falso. No tanto de las brumas, como directamente de las sombras.

Nos dice el artículo del Código Penal en su artículo 248 que "cometen estafa los que, con ánimo de lucro, utilizaren engaño bastante para producir error en otro, induciéndolo a realizar un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno". Aclaremos que en realidad de lo que  tratamos es de la estafa más que de la falsificación -que en definitiva es el medio- puesto que, si bien hay piezas que fueron creadas en las profundidades cavernosas de talleres y estudios por artesanos con mano maestra con el fin de engañar a quien corresponda, otras no se elaboraron con tal avieso fin. Un bonito plato de reflejo dorado elaborado en la Ceramo hace cien años a imitación de los del siglo XV nunca pretendió hacer pasar uno por otro. La estafa se produce cuando un personaje sin escrúpulos engaña a un incauto y hace pasar una pieza de hace un siglo por otra de hace cinco. El falsificador es el diestro empleado del estafador auténtico fabulador que, además, suele llevarse la mayor parte del botín.

Uno de los falsos Pollock del chino Pei-Shen Qian

Si las estafas, son de suyo punibles, mayor indulgencia inspiran las falsedades sobre la intrahistoria de la pieza. Hubo un tiempo, que en ciertos ámbitos de un cierto mercado paralelo circulaban historias inventadas sobre las piezas para dar un mayor caché. La pieza no era falsa pero la historia que la envolvía, sí. En base a ello una innumerable cantidad de tallas de vírgenes o santos llegaban envueltas en historias de guerras y escondites secretos. Como si durante la Guerra Civil todo aquel que era poseedor de una pieza religiosa procediera a ocultarla por el laborioso procedimiento de levantamiento de falsa pared creando una cámara secreta y así salvarla de la quema.

La historia no se completaba si pasados los años, en unas obras de rehabilitación, el obrero de turno, picando la pared, daba con la milagrosa aparición. Otro clásico de entonces era el cuadro que provenía de la casa de una supuesta marquesa ludópata que se había visto en la necesidad de vender parte de su patrimonio por cuestiones de liquidez. Si era un conde italiano, pues mucho mejor. Y es que hay un tipo de comprador que también se ve seducido por el morbo. Ese atractivo que despiertan las cosas que provienen de episodios extraños.

Hay gente quiere creerse las historias y poner algo de emoción en su vida. La obra artística es la misma, pero rodeada  de una historia casi literaria siempre le hace más especial. Al Cristo románico de la iglesia del Salvador le acompaña siempre la leyenda que cuenta que el 9 de noviembre de 1250 fue hallado encallado junto al puente de le Trinidad tras remontar aguas arriba el río Turia.

Triptico de Francis Bacon subastado en Shotheby's

La historia de la falsificación ha generado novelas y hasta películas. El episodio más sonado de los últimos tiempos nos habla de la falsificación de decenas de obras de los maestros del expresionismo abstracto por parte del talentoso chino Pei-Shen Qian, que curiosamente fue absuelto pues no pudo demostrarse que él conocía que sus "creaciones" casi perfectas estaban destinadas a estafar a incautos millonarios y de la "marchante" y pareja de este Glafira Rosales, que en este caso pudo embolsarse la friolera de 80 millones de dólares. La maestría del falsificador en este caso radica en la dificultad de crear obras de artistas que basan su carácter en el gesto y en la naturalidad, con lo que es literalmente imposible "copiar" un Pollock sino que hay que crear uno completamente distinto, pero que sea muy plausible hacerlo pasar por tal. Es una mezcla de técnica y gestualidad. Como cuando se imita una firma.

Como sucede con los hackers informáticos, el colaborador necesario de la estafa es en ocasiones requerido por quien quiere evitar que se produzca. Así algunos maestros de la falsificación de muebles antiguos han prestado sus servicios en prestigiosas casas de subastas o certámenes internacionales para detectar falsificaciones cual perro sabueso. La cuestión no es fácil, pero como en todo delito, muchas veces hay un cabo suelto.

  El Cristo de la Iglesia del Salvador va indisolublemente unido a la leyenda sobre su aparición varado en río Turia

Si un clavo, por muy antiguo que sea, presenta marcas, aun diminutas, que delatan que sido golpeado recientemente estamos posiblemente ante una falsificación o lo que  en el argot se denomina boda. Una boda es, para que nos entendamos, un mueble en el que hay partes, todas antiguas, pero que provienen unas de su padre y otras de su madre. Cuando la pieza ha sido elaborada recientemente, si es preciso, en la fase final se "abandona" a la dura intemperie para que la madera y los metales sean, maltratados por el frío, calor, el sol o la lluvia, ajando las partes nobles y creando la apariencia de falsa pátina y paso del tiempo. Doscientos años en dos.

Como no puede ser de otra forma, el mundo de la falsificación tiene una extensa historia judicial. Algunas de las sentencias más curiosas tienen que ver no con condenas sino con absoluciones. Existe una resolución autóctona que pudiera parecer ilógica pero que es todo lo contrario. Su señoría absolvía a un comerciante del rastro que vendió cuadros firmados por Sorolla falsos de toda falsedad, a un precio irrisorio. La jueza fundamentaba su decisión en que la compradora (que pretendía ser más lista que el vendedor) -licenciada, por tanto no una persona iletrada- debía conocer que ni aquel era el lugar en el que una pieza de este pintor correspondía venderse, y el precio distaba mucho de la cotización real. Estas circunstancias rechazaban que pudiera existir el engaño alguno. Nadie en su sano juicio compra un Sorolla en un puesto ambulante por 300 euros y se lo lleva a casa congraciándose de lo listo que ha sido.

Hace años en un caso parecido el vendedor ambulante en el juicio no podía ser más explicito y claro "señoría, yo  solo se que vendí unos cuadros firmados por un tal Miguel Angel y un tal Rafael". Así que quedan advertidos. Muchas veces pasarse de listo le puede costar a uno muy caro y que, a mayor abundamiento, su señoría le ponga colorado.

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