VALENCIA. Nuestro idioma, como tantos, está lleno de tumores que todavía no hemos sabido extirpar. Algunos de ellos pasan desapercibidos, juegan con la ambigüedad y se camuflan, se revisten de ingenuidad o de naturalidad. De tradición. Pero otros se muestran sin pudor, casi orgullosos de su visibilidad infecciosa. Sin ir más lejos, a día de hoy, en septiembre de 2015, la búsqueda del significado oficial de un término tan elemental como 'femenino' devuelve varias acepciones, siendo la sexta 'débil, endeble'. Por supuesto, 'masculino' significa -entre otras cosas- 'varonil, enérgico'. Esto, compartiendo realidad con campañas contra la discriminación y el maltrato. Jugando en su contra. Obstaculizando cualquier iniciativa por curar o destruir ese machismo que mata tan a menudo. Porque el machismo no es lo contrario del feminismo como tristemente creen algunos. El machismo es violencia. El feminismo es igualdad. Así que machete al machote, aunque sea académico -y el machete, metafórico-.
Alguno de esos que insisten en mantener lo de 'débil, endeble' debería viajar al pasado, en concreto, a la Revolución francesa en que se encuadra la vida de la revolucionaria Théroigne de Méricourt, y decirle a la cara a esta mujer -en la que supuestamente se inspiró Delacroix para su Libertad guiando al pueblo-, con tono paternalista, que tenga cuidado con la pica, no vaya a hacerse daño. Suerte tendrá si conserva la cabeza pegada al cuerpo al terminar con la condescendencia.
La Felguera Editores, en su afán por rescatar vidas asombrosas de las páginas menos conocidas o directamente olvidadas de la historia, recopila en este libro de título La Furia -cuya cuidada edición está a la altura del resto del catálogo- varios textos que nos acercan a la vida de una mujer que peleó como nadie por unos derechos que nadie pensaba regalarle. Théroigne de Méricourt, nacida Anne Josèphe Terwagne, reclamaba algo sobre todas las cosas: que ella y sus hermanas pudiesen morir por la nación de la misma manera en que morían los hombres. Ese era el resumen de sus principales exigencias. Defenderse.
Para ello reunió en torno a su figura, un icono amado y odiado con la misma intensidad, a una legión de mujeres que se organizaron en batallones de amazonas -imagen que buscaba liquidar la asociación de la mujer con lo frágil- y en clubes, asociaciones femeninas que más tarde serían suprimidas por esos hombres revolucionarios junto a los que combatieron, como Robespierre. Lamentablemente, Théroigne, que en un principio había considerado a cualquier rival un enemigo, pero que había suavizado su postura ante las matanzas de los jacobinos, fue castigada precisamente por esta moderación de la peor forma posible, a manos además de los suyos y las suyas: siendo desnudada y azotada públicamente durante horas, hecho que la trastornaría para siempre, acabando sus días en el manicomio de Salpêtrière, ignorada incluso por quienes restauraron todo aquello contra lo que ella había sangrado. Dijeron que murió de melancolía.
DISTORSIONARÁN TU NOMBRE
Tras estos terribles sucesos pasó lo que siempre ha pasado y todavía pasa. Los hechos, hazañas, y milagros seculares conseguidos por esta mujer mediante la rebeldía, se transformaron en leyendas hiperbólicas, en ridiculizaciones bien planificadas con el fin de degradar su herencia, no contentos con haberla degradado a ella misma. De Théroigne de Méricourt se dijo que era fea, retorcida, que guardaba un profundo rencor contra los hombres -puede que esto nos suene-; incluso que era una asesina histérica cuyo trastorno mental y uterino solo se calmaba vertiendo sangre o mediante una terapia a base de sexo desenfrenado, esto último muy similar al mal por mala follación al que todavía aluden algunos para explicar la resistencia de aquellas que no transigen con sus machiruladas.
Théroigne de Mericourt pasó a ser una feminazi de la Revolución francesa, igual que ahora es feminazi casi cualquier mujer cuyas posturas parezcan excesivas al tolerante de turno, el mismo que en otros papeles interpreta a ese que tiene un amigo negro o un primo maricón pero que le cae muy bien. Poco se dijo de que era una brillante pensadora capaz de liderar a las masas en medio de un entorno absolutamente hostil. Una persona capaz de insuflar valor a muchos y muchas, de servirles de ejemplo, de arengar a un público indeciso con intervenciones como las que se recogen en el libro, las inspiradísimas proclamas y los firmes manifiestos a los que hace referencia el subtítulo de la obra.
El libro también recoge, además de los ensayos, cartas y fragmentos de distinta índole que nos ofrecen una visión sobre esta heroína desde varias perspectivas, un anexo peculiar, el Catecismo libertino, texto satírico del momento que se le ha atribuido históricamente a de Méricourt, pese a que parece extremadamente improbable que fuese de su autoría. Todo apunta a que esta atribución responde a propósitos comerciales de la época.
Decía el Conde de Vaublanc sobre ella: 'Esta furia me llamaba por mi nombre y me anunciaba que pronto vería caer mi cabeza y bebería mi sangre'. También llamarán furias a las luchadoras kurdas, igual que llaman antipáticas a esas mujeres que se enfrentan en la calle al piropo, roce o susurro del acosador cotidiano. Si se sabe reunir un poco de aquí y allá filtrando en base a lo que el sentido común nos dice, lo que se obtiene al terminar el libro es el retrato de una mujer decidida. La crónica de un ser humano.
De Méricourt no devoraba hombres tras quitarles la vida, como se dijo. Lo que sí hacía era sentir euforia por las victorias, sufrir y tener miedo ante la materialización de la catástrofe o del dolor. La libertad era para ella una necesidad cuya satisfacción se le negaba incluso estando dispuesta a entregar todo a cambio. Al final, dijeron que murió de melancolía, pero ahora sabemos que no es cierto: la mataron las ganas de vivir.
La Condesa Bathory; esa sí que sabía reivindicar el feminismo.
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